CAMAGÜEY.- Pudo haber sido un hombre de mar. Tenía el salitre, el azul inmenso y las caracolas, pero lo suyo no era nadar, sino brincar. Imagino a Yanni Garcia de niño un travieso encantador, allá en su pueblo de Santa Cruz del Sur, hasta el día que sus sueños fijaron el horizonte tierra adentro. Hoy es primer bailarín del Ballet de Camagüey.

“Llevo 13 años en el Ballet. Han sido de trabajo intenso. He bailado los roles protagónicos. Represento con orgullo mi compañía, mi provincia, mi país. Ando en una constante búsqueda de la perfección. Ayudo y quiero a mis compañeros. Me gusta disfrutar con mis amigos, con la familia, sentirme cubano en mi país y sentirme feliz por eso”.

Cuéntame lo que la gente no ve del sacrificio del bailarín…

—Hay mucho más para ver en lo que no se ve. Trabajamos jornadas, semanas, meses para una, dos, tres, cuatro funciones. Hay horas de tu tiempo libre, lastimaduras que superas, a veces problemas personales, familiares. Bailas y ensayas porque tienes una misión como bailarín. Así somos los artistas.

¿Cómo te descubrió el ballet?

—No sabía nada del ballet. Soy de Santa Cruz del Sur. Mi mamá es instructora de danza y participaba en su grupo de baile campesino, folclor cubano. Cuando las captaciones en la Casa de la Cultura, aprobé danza y música. Me fui por el ballet, porque para mí era gimnasia, dar vuelta de carnera, mover la cabeza, hacer ejercicios, brincar. Empecé sin amor, por falta de conocimiento. En cuarto año fui a un concurso nacional y empecé de solista. Ya mi carrera es mi razón de ser.

¿Reprochas algo por la infancia que se priva?

—Los artistas que pasamos por una Escuela Vocacional de Arte maduramos rápido. Estudiamos lo que le toca a cada niño en una primaria normal, más las asignaturas que implica la especialidad. Me bequé con nueve años. Mis padres son de oro, nunca faltaron a las visitas, pero uno echa de menos, llora, pasa hambre, tiene que bañarse con agua fría. Cuando estás implicado en concursos ensayas hasta por las noches. Es mucho sacrificio para un niño, pero se agradece de adulto, porque sé andar solo, tengo una responsabilidad, un trabajo que amo.

Eres primer bailarín. Puede pensarse que la categoría te lleva a una zona de confort más que de desafío. ¿Qué sientes cuando tienes que salir?

—Es un desafío, una meta que no puedes intentar bajar porque es la que tú has logrado. Ser primer bailarín tiene sus logros de espíritu porque te sientes regocijado, la gente te admira, te reconoce, te llama en la calle; pero también me provoca un pequeño estrés, una tensión, un nervio del que quisiera despojarme pero no puedes, y allí es donde está la dificultad de ser un primer bailarín.

De lo técnico, ¿qué te ha costado lograr?

—El ballet no tiene márgenes con un tendu, una barra, un centro, un allegro, pero sí lo tiene como estructura. Las mujeres tienen giro y equilibrio, suben las piernas, las mantienen. Los varones tenemos saltos, giros. Hay bailarines completos técnicamente. Lo que más me ha costado son los giros. Ojalá me hubieran dado un giro espectacular. Trato de resaltarme en los saltos, mi don natural. Así me mantengo.

En la escena se nota tu conexión con el personaje, ¿te distancias con facilidad?

—Me gustan mucho los ballets interpretativos, mientras más fuertes, mejor. Quizá, por mi temperamento. Hallo que no puedo estar quieto. Me gusta mucho Carmen, Gisselle. Cuando se presenta una dificultad interpretativa, me adentro hasta fuera del ensayo. La misma tensión del personaje hace que desde tu búsqueda te involucres, pero luego pasa.

Más allá de lo simbólico, ¿te sientes a gusto con el programa fundacional del Ballet, que interpretarán con la música en vivo tocada por la Sinfónica de Camagüey?

—En el Teatro Principal, el día 5 interpretaremos lo mismo que hizo el Ballet de Camagüey en la primera función de su historia, el 1ro. de diciembre del ‘67. Se trata de Las Sílfides, el Pas de Trois del I Acto de El Lago de los Cisnes y La Fille Mal Gardée. No son grandes ballets que el público sigue. Los bailarines de ahora tienen otras características, la danza ha evolucionado. Sin embargo, esta función representa mucho para mí, porque vindica ese punto de partida de una compañía que se ha mantenido 50 años.