ESMERALDA, CAMAGÜEY.- Vale la pena ver la sonrisa de un niño que amparado en su inocencia y desprendido de sus mayores va al encuentro de quienes con infinito amor llegan para cantarle, o simplemente hacerle reír.

Vale la pena sentir el agradecimiento de todos los que la rudeza del destino los tiene cobijados colectivamente; porque la naturaleza fue injusta, más todos por algún momento, metidos en la radiante danza o la destreza del payaso o en los trepidantes ritmos del tambor folklórico, sus espiritualidades comienzan a llenarse de renovadas energías, amparados por esa justicia social que aún tenemos que seguir defendiendo.

Vale la pena ver los rostros, que marcados por la crudeza del momento transitado, se vuelven contagiosamente cómplices de la espontaneidad organizada para este tiempo; a partir de un arte que nace y se devuelve al pueblo, ese que nunca podrá ser arrasado por nada, pues como memoria viva estará siempre presente en la integración e identidad de la nación.

Vale la pena ser artista para ser parte de la fe, y la esperanza, que hace feliz a la gente, aún en medio de las tribulaciones que pueden afectar la vida de los seres humanos, para sentir la gratitud de sus ojos, la emoción de sus aplausos, y la inmensa satisfacción de devolverles ese hálito de confianza de que siempre está ahí la caridad de la Patria.

*Director del Ballet Folklórico de Camagüey