El amanecer del primero de diciembre de 1956 en la Ciudad Militar de Columbia, sede de la dirección del ejército cubano, sorprendió a oficiales superiores en una desacostumbrada jornada de vigilia que interrumpió la molicie del campamento, afanados por cumplir la orden dada a la aviación y la marina de ubicar y destruir a un "yate de 65 pies de largo, pintado de blanco, sin nombre, de bandera mexicana y con cadena que cubre casi todo el barco”.