CAMAGÜEY.- Hace unos días escuché a dos personas decir que por mucho que digan que no, la juventud está perdida. Esta architratada frase no es nueva, al parecer se ha repetido por siglos y a todos los niveles de la sociedad.

Tal es así que en 1953, el intelectual cubano Jorge Mañach dijo lo mismo a lo que añadió, solo les interesan las fiestas y los bailes, y se preguntaba entonces dónde están los Céspedes y los Agramontes. Tres meses después la respuesta llegó, un grupo de jóvenes asaltaba el cuartel Moncada, resurgía la caballería mambisa que pedía Mañach.

Pero hoy no son tiempos de probar a la gente en el Moncada, ni de escalar cinco veces la Sierra; tampoco de ir a Angola o a Etiopía a jugarse la vida como tantas veces hicieron nuestros tíos, padres y hasta abuelos.

Alguien me comentó una vez que los jóvenes de hoy son tan o más revolucionarios que los de su época, pues la propia efervescencia que existía antes los enrolaba y, además, no tenían tantas preocupaciones que no fueran las de aportar al país.

En los tiempos que corren, hay que sacar mil cuentas para que le dé el salario para vivir, vestirse y, además, recrearse. Les preocupa que tienen que gastar más dinero en el transporte que en el ocio y cuando suman lo que invierten en calzar, vestir y los gastos de la casa, no les queda prácticamente nada.

Por tales razones crecen otras variantes para la obtención de ingresos, desde el “papá, dame dinero para salir”, los negocios y la tenencia de un segundo empleo; entonces, como la pirámide continúa invertida, también crece la percepción, de que aquellos que trabajan son quienes más dificultades tienen.

Los tiempos cambian y las mentes demoran en asimilar esas transformaciones, para encontrar a los jóvenes basta con ir a los puntos Wi-Fi, a Facebook, a un concierto o a copiar el paquete. Allí están militantes o no, secretarios generales y orientadores políticos y hasta activistas de cotización de nuestros comités de base, los mismos que después, si logras enamorarlos de la tarea, se van a una caminata, a un trabajo voluntario, donan sangre, están horas sin salir de un laboratorio investigando una nueva vacuna o en la tierra bajo el sol del mediodía produciendo alimentos.

A esa misma velocidad con que nos llegan los cambios, hay que cambiar. Si Mahoma no va a la montaña, entonces hay que llevar la montaña, aunque cueste más trabajo, hasta donde está Mahoma.

En tal escenario, la Unión de Jóvenes Comunistas, organización que tiene el encargo constitucional de atender a los cubanos menores de 35 años, tendrá que ir más allá de las reuniones, las actas y la cotización. Dedicar más tiempo a pensar cómo llegarle con contenidos atractivos a una masa juvenil que pide a gritos sentirse representada.

Para lograrlo, sus cuadros no pueden dejar que el inmovilismo y las tareas de buró les ocupen todo su tiempo. Es necesario eliminar los pendientes, que no falten actas y cerrar con las finanzas al 100 %, pero a la vez hay que estar donde ellos frecuentan, pensar y hasta vestirse como lo hacen los jóvenes.

No son tiempos de andar con una camisa abrochada hasta arriba y dos lapiceros en el bolsillo, para Facundos basta con el de Pánfilo.

A 55 años de fundada, la organización que reúne la vanguardia juvenil cubana tendrá que encontrar nuevos códigos, sin perder su esencia, convertir el espacio que tenemos en el comité de base en un constante debate sobre los problemas que nos atañen, solo así no le cederá terreno a quienes apuestan al cambio generacional para derribar el socialismo cubano. La historia da ejemplos, como diría Raúl Castro, que son demasiado elocuentes.

Encontrar a los “perdidos” no es tan difícil, basta con darse cuenta de que son rebeldes por naturaleza, creen en el cambio y piensan que todo puede mejorarse; por ser así han sido motor de grandes revoluciones de la humanidad. Por darse un beso en la boca en medio de un parque, por escuchar reguetón y criticarlo todo, no dejan de estar encontrados.