CAMAGÜEY.- Soldados como Orestes Espinosa Vega siempre han resultado útiles en cualquier ejército. Sin embargo, en su momento, él no integró cualquier ejército, sino el de los combatientes cubanos que se alistaron para pelear por la libertad de las naciones africanas.

Hablamos de los años ‘70. Hablamos de Angola, de Etiopía, de un joven recluta que maduró en tierras lejanas, reinventándose detrás de una pieza de artillería y construyendo nuevas páginas en la historia en nombre de la solidaridad.

“Partí para la misión de Angola mientras cumplía el Servicio Militar, en La Habana, el 25 de octubre de 1975. Una vez que llegamos nos establecimos en Benguela, donde me desempeñé como instructor e integrante de la unidad de BM-21. En aquel contexto, no había tiempo para el descanso y apenas unos días después, los sudafricanos atacaron Catengue y ocasionaron varias bajas a las fuerzas cubanas”. Pero Orestes, junto a los demás sobrevivientes de ese encuentro bélico, redimirían el honor de los caídos.

“Empezamos nuestro paso triunfal con la toma de Luanda, de las distintas poblaciones aledañas y luego, el 11 de noviembre, protagonizamos la victoria en la batalla de Kifangondo, decisiva en la independencia de ese país. Después regresamos al frente sur y libramos, con éxito, luchas en Novo Redondo, actual Sumbe, y diversas comunidades próximas a la frontera con Sudáfrica”.

Durante la ofensiva, Espinosa no solo se dedicó a la conducción de los BM-21 o a manipularlos en el teatro de operaciones; también ofreció su actitud optimista a aquellos compañeros que imaginaban tiempos difíciles para la campaña y a los que, simplemente, se preguntaban si estarían vivos cuando todo acabara. “Pensé que sería una contienda dura, pero había que enfrentar la adversidad con valentía y contagiarla al resto de los camaradas”.

ETIOPÍA

La guerra en Angola cambió la perspectiva de Orestes, el primer camagüeyano en entrar en acción en la patria de Agostino Neto. A finales de junio del ‘77, arribó a Cuba. Volvió a Camagüey. Regresó a la casa en la que siempre ha vivido. En alrededor de cinco meses continuó en la vida militar, y tomó otra decisión trascendental.

“Un día, mientras me dirigía a mi unidad, alguien me dijo que estaban haciendo la convocatoria para una nueva misión. Al llegar a mi destino, la jefatura del sitio me vio pasar y me preguntó si estaba dispuesto a pelear por la liberación de Etiopía. ‘Ya estoy allá’, contesté.

“El conflicto en Etiopía fue tan complicado como el de Angola. En 15 días tuvimos doce combates. Además, los somalos, nuestros rivales, no eran cobardes. Si los atacabas por el flanco derecho, simulaban una retirada y aparecían por el izquierdo. Aun con esas fortalezas, no pudieron impedir que ocupáramos Harari, Dire Dawa y defendiéramos, como si fuera nuestra nación, una zona asediada como el Ogadén”.

Para Espinosa los internacionalistas contaban con un arsenal poderoso que los hacía casi inexpugnables: “El cubano, por naturaleza tiene un carácter intrépido, voluntarioso que le permite superar las complejidades y al proponerse una meta, por muy elevada que parezca, nadie lo detiene”. Por tal razón, en la base de Etiopía, al ver los vehículos de los BM-21 de la 10ma. brigada de tanques, descompuestos, pidió una caja de herramientas, los desarmó y los arregló. A partir de ese instante la palabra mecánico significó, para él, un segundo nombre.

En la tranquilidad del hogar donde ha vivido siempre, Orestes recordó sus epopeyas en África. Las hazañas que le han valido condecoraciones como la Medalla de Primera Clase, entregada en la ciudad etíope de Jijiga, en 1979, y el Sello de Combate del Campo de Batalla, otorgado a los soldados más destacados. Pero la distinción más importante que siempre cuelga de su pecho es la espiritual, esa que acompaña al que ha ofrecido, en favor de un bien, su alma solidaria.