CAMAGÜEY.- Un 31 de octubre ya no es cualquier fecha en el calendario de los cubanos. El paisaje característico de la noche en nuestro país cambia por completo y se adueñan de las calles fantasmas que abandonan su tumba, vampiros que salen de sus sarcófagos, extraterrestres que bajan de sus platillos, hadas, superhéroes y cuanto personaje pase por la imaginación de aquellos que hacen suya la cultura del Halloween.

Imposible es entonces ignorar el reclamo, sobre todo de los más jóvenes, de vivir a la par de la centenaria tradición que mezcla embrujos, disfraces, calabazas y caramelos; pero, ¿hasta qué punto podemos considerar esta nueva práctica como una intromisión de costumbres foráneas?

Es innegable el hecho de que cada vez resulta más visible la asunción de códigos del sistema occidental en el comportamiento y la vida de las nuevas generaciones, Halloween es muestra de ello. Si bien el fenómeno aún no se expande del todo, poco a poco gana más adeptos dentro de la sociedad cubana de hoy en día.

En dicho contexto la defensa de lo nuestro constituye un imperativo. No se trata del rechazo a lo ajeno o a la interacción recíproca entre naciones, sino de evitar que esa hegemonía de la industria cultural norteamericana se ejerza sobre nuestro pueblo.

Puede que haya quien critique la custodia impetuosa de la identidad cubana o nos tache de radicales a quienes ponderamos la salvaguarda de nuestras propias tradiciones y festividades, pero, aquellos que reprochan, ¿saben realmente que se esconde detrás del “truco o trato”?

La celebración enmascara la preponderancia de una cultura anglosajona que logra, a través del mercado y del tan mencionado consumismo, reproducir y generar productos en serie (calabazas, muñecos, caramelos, películas, etc.) e influir en los patrones de conducta de nuestra juventud.

Es poco probable que frenemos el impulso del Halloween en nuestro país. Quizá lo conveniente sea nadar con la corriente. El niño se quiere disfrazar, está bien, disfrácelo. Sustituir ese disfraz de Superman por el de Elpidio Valdés, un güije o el de Drácula o por el de un aborigen cubano, son opciones que permitirían la coexistencia entre ambas culturas.

No todo son sombras. La festividad de origen pagano, propicia a su vez el desarrollo de la inventiva y la creatividad y promueve las relaciones interpersonales en niños y jóvenes que pasan una noche agradable de juegos y disfrute alejándose de la absorción total del mundo de las computadoras y los teléfonos móviles.

La fórmula exacta: el equilibrio. Potenciar esas virtudes que nos brinda la también llamada “noche de brujas”, aminorar las magulladuras que provoca en el ámbito del mantenimiento de nuestras propias costumbres y demostrar que, dentro de nuestras propias condiciones, Cuba y el “truco o trato” pueden llegar a ser compatibles.