CAMAGÜEY.- De todas las historias dedicadas por su tío, El agüita milagrosa está entre las preferidas de Luis Daniel Martín Quesada, un niño autista que ya cursa el sexto grado en la enseñanza primaria de esta provincia.

La convivencia y la armonía familiar son esencias de ese relato tradicional ruso que Jaime A. López García tradujo para su libro Cuentos para Daniel, publicado en el 2013 por la Editorial Ácana de Camagüey.

Este escritor pensó en su sobrino y también en los lectores cubanos, porque le interesa compartir otros modos de imaginar las historias, por su conocimiento de la cultura de origen eslavo.

“Daniel es un niño extraordinario. Lee bastante bien, incluso los subtítulos de las películas. De los cuentos, prefiere La zorra y el chivo, El agüita milagrosa y el de un caballo mágico. Realmente son cuentos que necesitan de los adultos”, explicó a Adelante Digital.

“Su trastorno del espectro autista no es severo, al punto de que Daniel estudia en una escuela regular, la primaria Josué País. Por supuesto que tiene dificultades, por su trastorno neurológico, pero está haciendo un grandísimo esfuerzo para salir adelante”, afirmó.

Foto: Leandro Pérez Pérez/ Adelante/ ArchivoFoto: Leandro Pérez Pérez/ Adelante/ ArchivoJaime prepara un nuevo libro que titulará Mi gordito autista, acerca de la cosecha del amor de la familia, y de quienes contribuyen con afecto al autovalidismo de alguien que se interesa por el planeta, el universo, los dinosaurios, la química y la ciencia.

“Es amoroso y ávido de conocimiento y con un lenguaje extraordinario que quisieran tener las personas mayores. En general este tipo de niños no es consciente de la maldad, por lo tanto no la expresan”, insistió.

Jaime ganó en dos ocasiones el premio del Concurso Internacional La pluma de oro, que convoca anualmente la Unión de Escritores de Rusia, primero por sus traducciones de relatos populares maris, publicados en el volumen Cuentos para Laura, y luego por el capítulo dedicado al poeta Alexander Pushkin, del libro La cultura rusa en José Martí, de Luis Álvarez Álvarez, ambos con el sello de Ácana.

EL AGÜITA MILAGROSA

Relato traducido por Jaime A. López García

Había una vez un esposo con su esposa. Cuando eran jóvenes vivían bien, en amistad y armonía, nunca se peleaban. Pero llegó la vejez, y comenzaron cada vez más frecuentemente a discutir entre ellos. Si el viejo le decía una palabra a la vieja, ella a él le decía dos; si él a ella dos, ella a él cinco; él cinco, ella respondía con diez. Cuando esta discusión entre ellos comenzaba, era preferible salir corriendo de la izba.

Si se disponían a arreglar las cosas, entonces ninguno de los dos era el culpable.

—¿Qué es este lío que nos traemos tú y yo, vieja? ¿Eh? —dijo el viejo.

—¡Eres tú, viejo, siempre tú!

—¿Yo? ¿Acaso no eres tú, con tu larga lengua?

—¡No soy yo, eres tú!

—¡Tú, no yo!

Y otra vez comenzaba la pelea.

He aquí que la vieja se puso a pensar qué hacer, cómo actuar, cómo vivir en lo adelante. Se fue a casa de una vecina y le contó su desgracia. La vecina le dijo:

“Yo puedo ayudarte en tu sufrimiento. Yo tengo una agüita milagrosa. Apenas tu viejo comience a gritar, tú tomas en la boca un poquito de esta agüita. Pero, ¡ten cuidado!, no puedes tragártela, mantenla en la boca hasta que él se calme... Verás cómo todo te irá bien”.

Y le dio el agua en una botellita. La vieja le agradeció y se fue a su casa.

Tan pronto la vieja entró a la casa, el viejo comenzó a gritar:

—¿Dónde estabas? ¿Qué hacías? ¡Ya hace rato que el samovar debía estar puesto, es hora de tomar el té, y tú no estás!

La vieja quería responderle, pero recordó el consejo de la vecina, tomó el agua de la botellita y no se la tragó, sino que la mantuvo en la boca.

Cuando el viejo vio que la vieja no le contestó, se tranquilizó e hizo silencio.

La vieja se asombró mucho: “¡Por lo visto esta agüita en verdad es milagrosa!”.

Escondió la botellita con el agüita milagrosa y se dispuso a poner el samovar.

—¿Qué es lo que tú allá mascullas? —gritó el viejo. ¡No sabes poner el samovar!

La vieja quería responderle, pero recordó el consejo de la vecina y nuevamente tomó el agua en la boca.

El viejo vio que la vieja no profirió ni una palabrita, se asombró y... se calló la boca. Y desde entonces dejaron de discutir y empezaron a vivir como en los años mozos. Y todo gracias a que cuando el viejo comenzaba a gritar, al instante la vieja corría por el agüita milagrosa.

¡Y miren qué fortaleza tenía esta agüita!