A su particular carisma, esa manera jovial y campechana de acercarse a las personas, con sensibilidad e incluso con sentido del humor, que lo caracterizó a lo largo de toda su estancia en nuestro país, no son pocos los que lo atribuyen a su condición de latinoamericano, lo cual, por idiosincrasia, lo aleja de todo rígido protocolo y lo hace mucho más natural, tanto en el cumplimiento de los ritos religiosos, como fuera de ellos.

Que en apenas 17 años nos hayan visitado tres  Papas (San Juan Pablo II, en 1998, Benedicto VI, en el 2012,  y ahora el Sumo Pontífice Francisco)  habla del interés de los Obispos de Roma por esta pequeña Isla y es a la vez un reconocimiento a su existencia como nación y su presencia a escala internacional.

En el caso de Francisco existía el antecedente de su participación personal en el acercamiento entre Cuba y los Estados Unidos, que como se sabe culminó con el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre ambas naciones, después de más de medio siglo de incomunicación hostil, además de sus llamados al cese del bloqueo (lo llama por su nombre) con el cual se pretende asfixiar a la Revolución y al pueblo cubano y que aún está vigente en toda su dureza por parte del Gobierno estadounidense.

Sonriente y amigable, en su automóvil sin cristales blindados, para disfrutar de la brisa tropical y el sentimiento hospitalario de la Isla, saludado por miles de cubanos desde que llegó al aeropuerto internacional José Martí , de La Habana, y a lo largo de su periplo de más de 800 kilómetros por las orientales provincias de Holguín y Santiago de Cuba, al Papa Francisco se le vio visiblemente emocionado y en reconocimiento a ello, debió exclamar: ¡Gracias por haberme hecho sentir en casa, en familia!

Ofició tres misas, comenzando por la de la Plaza de la Revolución, en la capital, la de Holguín en un sitio similar, y la del Santuario de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre, en tierras santiagueras, Virgen Patrona de los cubanos, bendijo a sus respectivos pobladores, se reunió con obispos, sacerdotes y religiosas, recibió a familias en templos, oró por enfermos y desvalidos, conversó con los jóvenes, descendió decenas de veces de su papamóvil durante los recorridos para saludar a niños y otras personas, en un gesto inusual, y pidió  “cuidar a los abuelos, a los chicos, a los jóvenes, porque el país que lo hace tiene el triunfo asegurado”.

A las múltiples enseñanzas que quiso dejarnos están aquellas de que “quien no vive para servir no sirve para vivir”, tender puentes, soñar, amar la paz, practicar la misericordia con nuestros semejantes, ser solidarios, cuidar la familia, dialogar, mantener siempre la esperanza de que un mundo mejor es alcanzable y pidió a los creyentes rezaran por él y a los que no, que le desearan cosas buenas.   

Si hospitalario, cordial y respetuoso fue el pueblo, las autoridades gubernamentales estuvieron también a esa altura, pues el presidente cubano, Raúl Castro le dio la bienvenida a su llegada, lo acompañó en las misas que ofició, lo recibió en el Consejo de Estado, departió con él en cada oportunidad, y lo despidió en Santiago de Cuba, desde donde partió hacia los Estados Unidos, en el transcurso de cuyo vuelo tuvo a bien enviarle un mensaje a Raúl en el cual expresó “ mi profunda gratitud a su excelencia y a todo el pueblo cubano por su calurosa bienvenida al país” e invocó la bendición de Dios para todos y nos prometió sus plegarias para nuestra paz y prosperidad.

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