CAMAGÜEY.- Los que peinan canas sobre la séptima década conocen de los fraudulentos comicios de Cuba; los menos veteranos, de seguro escucharon historias de padres y abuelos o, sencillamente, si leyeron esos pasajes vergonzosos precedentes a la Revolución saben del aparataje propagandístico y de incumplidas promesas electoreras de los “propuestos y elegidos” por los “diversos partidos políticos” cuando ganaban en urnas amañadas los más adinerados.

Con guayaberas de hilo y trajes de dril cien blancos, sombreros de pajilla, cadenas de oro macizo... y entre los dedos ensortijados con agua marina el mejor tabaco del mundo, aparecían los “postulados” en los pasquines en colores o subidos a la tribuna para ofrecerles —a quienes lo vitoreaban pagados para hacerlo y formar la algarabía, desde abajo— villas y castillas. ¡“Hasta hacemos el puente...”!, pero si aquí no hay río (gritaron los de abajo de un lugar olvidado): ¡“pues hacemos el río!”, respondió enaltecido el futuro presidente político.

Promesas y más promesas sobre la pobreza general del entonces pueblo cubano.

Las células se compraban también con promesa para una beca de cualquier niño de la familia pobre sin escuela, la cama de un mísero hospital público para atender un pariente famélico o en fase terminal de tuberculosis, enfermedad agravada por la desnutrición... en fin, estudiar, recibir un servicio médico, conseguir un trabajo... eran exclusividades electoreras para ganar un voto en aquellas elecciones donde hasta los muertos figuraban en los registros de los sufragios.

Hace más de 60 años, el 1ro. de Enero de 1959, todo ese estado de cosas de los desgobiernos anteriores comenzó a cambiar, con la puesta en práctica del programa del Moncada encabezado por Fidel, y hoy muchas de las generaciones de cubanos de las historias narradas, ven como suyos esos derechos con los que regateaban los politiqueros de entonces, que utilizaban para su propaganda electoral la Constitución de 1940, de carácter democrático-burgués firmada el 1ro. de julio de ese año en Guáimaro y considerada como la más avanzada de su tiempo en América, solo que era letra muerta respecto a los derechos populares.

Para aquellas generaciones de cubanos y las de hoy hay una exclusividad: la nueva constitución de la República de Cuba no solo fue aprobada por los diputados a la Asamblea Nacional en representación del pueblo, sino que se sometió a debate y modificación popular, y como si fuera poco, será sometida a Referendo aprobatorio el venidero 24 de Febrero.

¿Su contenido? La vida misma, los derechos, deberes y anhelos pendientes de todos los cubanos sin distingo de clases sociales ni religión. Dar el sí por ella significa consolidar la tranquilidad y el bienestar de la familia, de la cuadra, del barrio, de la provincia y el país con mayor seguridad ciudadana del mundo; validarla es aprobar el presente y futuro de nuestros hijos y nietos, es agradecer a la Revolución este programa sostenido del Moncada, conquistado en la sierra y el llano frente a la sangrienta dictadura de Batista y los sumisos gobernantes entreguistas a los Estados Unidos, el mismo imperio que los invadió por Playa Girón, que nos cercó con misiles y buques de guerra en la Crisis del Octubre, que nos acosa y bloquea, los mismos imperialistas que amenazan hoy a la paz en todas partes y quieren traer la guerra a la América toda de Bolívar y Martí.

Antes de emitir el voto por el Referendo primero hay que reflexionar si queremos que Cuba deje de ser martiana y fidelista, deje de ser libre y soberana de los cubanos para convertirse en colonia de Estados Unidos, como el hermano Estado de Puerto Rico, aún parcialmente apagado y maltrecho por los huracanes, e impedido por el Imperio de recibir la ayuda de las naciones solidarias.

Las verdades de la Revolución, de esta Isla bloqueada pero invicta, son suficientes para refrendar su nueva carta magna, la que se parece a la vida, el quehacer presente y los proyectos futuros de sus habitantes, quienes no quieren volver al pasado.