SIERRA DE CUBITAS, CAMAGÜEY.- Carlos Alfonso Fernández lo recuerda tan bien como si hubiese sido ayer y no cincuenta y un años atrás, en medio del lluvioso septiembre de 1966, cuando por unas horas su pueblo natal fue la capital de Cuba.

“A Fidel había que oírlo como a quien lleva la verdad consigo”, asegura desde la autoridad de sus 87 años cumplidos, en los que ha “visto muchas cosas. “Aquella noche él se sentó en el portal de la escuelita, esa donde hoy está el colegio electoral, y empezó a hablarnos de la Cuba que teníamos y de la que él se imaginaba llegaríamos a construir. Era como si pudiera hablar de todo, como si supiera de todo. A un hombre así, uno no tenía más remedio que seguirlo”.

Cuando llegamos hasta su casa, esta mañana, Carlos se preparaba para ir a votar. “Mientras tenga fuerzas, la boleta no va haber que traérmela”, nos dijo. Antes del triunfo de la Revolución no lo hizo nunca. En aquellos tiempos, mucho antes de que el pueblo fuera comunicado con el resto de la Isla por una carretera construida en la década de 1970, Vilató era un caserío olvidado por los gobiernos de la “República”, un villorrio perdido casi al centro de la Sierra de Cubitas, entre tupidos montes de caoba y palmas corojo.

Tantos años después, Carlos sigue recordando los viajes a caballo hasta la ciudad de Camagüey, de doce horas cada vez, por un camino que las lluvias convertían en un pantano que hasta a las bestias les costaba atravesar. En caso de accidente o enfermedad la historia resultaba aun más dramática: “Solo nos quedaba improvisar una parihuela con un palo y unos cuantos sacos, y salir rompiendo manigua hasta Imías, donde está el paradero del tren. Si estábamos de suerte y el enfermo llegaba a Nuevitas o Morón, a lo mejor se salvaba”, cuenta.

El día que Fidel llegó a Vilató, hacía tiempo que este contaba con su escuelita, una tienda y un terraplén en buenas condiciones. Por este último, cada día Carlos iba en moto hasta una comunidad cercana para buscar a las dos maestras que trabajaban el poblado. Debido a esa responsabilidad, a su militancia en el Partido Comunista de Cuba y al hecho que sería en las tierras de su padre donde acamparían, Fidel lo sumó de inmediato a su comitiva. “Era un hombre que tenías preguntas sobre todo y se empeñó en que le enseñáramos todos los alrededores”, recuerda Carlos.

La escala en Vilató fue la culminación de un largo recorrido de trabajo, durante el cual el Líder de la Revolución visitó la zona norte de la provincia, esbozando el proyecto de desarrollo agropecuario que años más tarde se implementaría allí. Para Carlos, sin embargo, representó también un símbolo de los nuevos tiempos que corrían, en los que ninguna comunidad –sin importar lo pequeño de su población o lejanía-- quedaría olvidada.

Por algunas horas, aquel día, Vilató tuvo al derecho a sentirse la capital de Cuba. Razones así siguen motivando a Carlos para ir votar.

“Nuestros electores se sienten muy orgullosos de que el colegio funcione en esta escuelita, donde Fidel colgó su hamaca aquella noche”, asegura Yanisel Toledo Socarrás, presidenta del colegio electoral número uno de Vilató, al que asiste Carlos.“Nuestros electores se sienten muy orgullosos de que el colegio funcione en esta escuelita, donde Fidel colgó su hamaca aquella noche”, asegura Yanisel Toledo Socarrás, presidenta del colegio electoral número uno de Vilató, al que asiste Carlos.