Ante la cercanía de la vigésima segunda edición, del 16 al 20 de marzo, el devenido ensayista rememora para Adelante digital coordenadas de la fundación y la perseverancia de un proyecto de resistencia intelectual.

LOCO ESTOY SI NO HAGO NADA

Este camagüeyano mereció la Distinción por la Cultura Nacional. Ese reconocimiento trasluce el acierto al aventurarse con una empresa que pintaba para utopía confiscada, debido al desgarramiento nacional en 1993.

– ¿Cambiaría algo de lo que llevó a fundar el Taller?

–Mantendría siempre los fundamentos clave. Si volviera a nacer, lo haría igual. Tuve la responsabilidad histórica, social y política de defenderlo, porque dirigía el Centro Provincial de Cine de Camagüey. Cuando Juan Antonio García Borrero regresa del Festival del Nuevo Cine Latinoamericano en diciembre de 1992, con la primera idea de traer a los principales críticos del país a debatir la crítica en Cuba, le dije que era posible si el hombre común recibía algo. Luciano Castillo se sumó y brotaron las ideas para la muestra de cine, vincular a los músicos, a los artistas de la plástica, a los escritores.

“Llamamos a Luis Álvarez para que nos diera clases hasta de protocolo, porque los tres éramos jóvenes, nunca habíamos enfrentado un evento de esa magnitud. Comenzamos en medio del ´93, un año terrible por no saber cómo íbamos a amanecer, si habría luz eléctrica, si tendríamos qué y con qué cocinar, si para asearnos y para mantener a la familia…”.

–Con esos frenos económicos y sociales, ¿cómo logró realizarlo?

–Zenaida Porrúa, entonces directora de Cultura, en seguida dio luz verde; el compañero que nos atendía del Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (Icaic) solo me cuestionó lo de nacional. El de Planificación me tildó de loco, y me salió del alma una frase: “Loco estoy si no hago nada”. Después de gran discusión me dio los recursos: 40 litros de gasolina, comida para 12 personas durante cinco días y sus pasajes en avión.

–Tal vez no imaginaba la inversión social…

–Lo fundamos con ese espíritu, con deseos de hacer. Fruto del encuentro de aquellos 12 invitados con los especialistas de las instituciones culturales, la prensa… todo el mundo pidió que siguiera, especialmente por la recepción de la población. En cuatro días fueron al cine más 13 000 personas. En medio de la situación más terrible que viva el ser humano, el arte hace falta.

–Los tiempos han cambiado, ¿cómo explica la permanencia del evento?

– Como mejor defiendes una causa es con conocimiento total. Me siento capaz de defender el Taller de Crítica, porque lo ayudé a nacer y he estado en él durante sus 22 años de existencia, sin faltar a ninguno. Lo seguimos haciendo porque el cine, y pienso englobando el audiovisual, reviste hoy más importancia que en el ´93. Nos estamos jugando la existencia humana, la cultura toda de esta nación, de lo que rodea esta nación y de lo que rodea al mundo. Hay una amalgama de las tecnologías, de cómo se mueve la información y, obviamente, se impondrá el que más interés le ponga a sembrar y fomentar los valores culturales de determinado modelo.

SÍ ME CONSIDERO CRÍTICO DE CINE

Armando es miembro de la Cátedra de Pensamiento Audiovisual “Tomás Gutiérrez Alea”, de la Universidad de las Artes en Camagüey, donde imparte Historia del Cine. Ha publicado textos y compilado libros de crítica de cine.

–Noto cierta terquedad con el término cine, ¿es intencional de la crítica?

–Es un fenómeno de carácter cultural. Ya tiene tanta importancia para mí un clásico de cine como El ciudadano Kane (1941) –al que ahora se acercan determinados grupos –, como el más aparente videojuego inocente y el video clip que es visto por millones. Sí defiendo un concepto: el efecto de un primer plano, de toda la psicología que el cine ha estudiado bien, es el mismo. El dinamismo del audiovisual actual tiene importancia capital, claro, el lenguaje primigenio viene del cine, y ese lenguaje hay que dominarlo.

–Entonces, ¿debe ser ubicuo el crítico de hoy?

–No. Soy de los que defiende la sala de cine como un lugar de encuentro social importante. Ya no me aferro al Casablanca con sus 1200 lunetas, aunque considero un sacrilegio que como Multicine sus tres salas no se puedan explotar al full, porque serían opciones diferentes para grupos más pequeños. Los críticos de hoy tenemos que ocuparnos de algunas cosas que se ponen en esas salas, pero más de videos clip, videojuegos, productos televisivos, de lo que más consume la gente. Los críticos estamos dispersos. Ni el Taller ni la Asociación Cubana de la Prensa Cinematográfica han logrado aglutinar una línea de trabajo.

– ¿Cuánto se exige a sí mismo?

–El propio acto crítico es un acto de creación, en el que funcionan determinados mecanismos de inspiración. No formo parte de la militancia de la Asociación, pero sí me considero crítico de cine. Los críticos andamos cada uno por nuestro lado, cada cual haciendo lo que cree mejor. Mucho se habla de los videos clip que agreden a la mujer, pero cuánto se escribe. Yo lo he dicho en muchos lugares públicos, pero no he escrito nada. Tener el don de la ubicuidad es imposible. Hoy todo se auxilia de las imágenes en movimiento y nosotros tenemos una responsabilidad más grande que nunca.

– ¿Funciona el Taller para usted como pretexto de un empeño mayor?

–Humildemente tocamos temas que consideramos de interés, candentes, para poner nuestro granito de arena. Quisiéramos que el evento durara más y poder traer mayor cantidad de invitados. El Taller de Crítica ha tenido algo positivo en el sentido de que los fundadores hemos estado vinculados, con independencia de que hemos crecido y marcado intereses diferentes. Mentiríamos si dijéramos que seguimos orgánicamente; como hecho social es imposible.

EL INFLUJO CONSTANTE DEL TALLER

Su libro Diez años que estremecieron la crítica obtuvo el Premio Nacional de Crítica e Investigación Cinematográfica 2005, del concurso convocado como parte de este Taller que cuenta con una oficina permanente en el Centro Provincial de Cine. Armando preside el comité organizador del evento.

–Entre la enorme lista de invitados históricos, cuya presencia se agradece, está un camagüeyano, el traductor Desiderio Navarro, ¿por qué el Taller le ofrecerá este año un homenaje?

–Desde la década del ´60 en Camagüey estaba haciendo cosas por la cultura toda y por el cine, a través de las páginas del periódico Adelante, tratando de traer personas para hacer premier... De allí nace su vinculación con el Taller de Crítica, o viceversa. Lo que Juani (Juan Antonio), Luciano, Luis… hemos podido hacer aquí en materia de cine del ´90 para acá ha estado sustentado porque había un antecedente, una avidez, un interés por el cine que se trasmite de generación en generación. A nosotros nos antecedió Desiderio, y a él otras personas, desde la época de Enrique Díaz Quesada, a principios del pasado siglo. Desiderio Navarro, de admirable inteligencia como traductor de alrededor de 16 idiomas, es uno de los hombres más estudiosos y dedicados de la cultura cubana y universal.

–También el director Fernando Pérez es bien recibido siempre. Usted y Luis Álvarez han estudiado su obra y llegarán a este Taller con la buena nueva del Premio Nacional de la Crítica Literaria 2015…

–Tanto para Luis como para mí, el libro Fernando Pérez. Cine, ciudades e intertextos tiene un significado especial. Lo pensamos antes de que Luis se enfermara, estuviera grave, y al mes de salir del hospital, tirado bocarriba en la cama y yo sentado frente a la máquina comenzamos a escribirlo viendo las películas, buena parte la vimos ocho y nueve veces. Cuando hice la anécdota durante la presentación, Luis dijo que el libro le ató a la vida. La segunda motivación fue Fernando, queríamos darle ese regalo por sus 70 años. Somos grandes amigos.

“Fernando Pérez le tiene un respeto extraordinario al público camagüeyano. Aquí ha estrenado mundialmente tres películas; pronto estrenará Últimos días en La Habana. Quisimos que fuera un libro de crítica con un discernimiento teórico más profundo, a partir de los vasos comunicantes de su obra: la ciudad, porque es habanero raigal; el cine y la intertextualidad, por su férrea cultura. A finales del 2015 nos dieron la noticia del premio. Uno no trabaja para premios, pero nos encantó como reconocimiento doble a la obra de Fernando”.

–Las novedades literarias también constituyen atractivos del Taller. ¿Por qué este año repite su Introducción al cine (Ediciones Icaic)?

– Es el primer texto sobre cine que se escribe en Cuba a manera de ensayo. Se vendió muy fácil, no llegó a un año en las librerías. Abel Prieto, asesor del presidente cubano, nos sugirió la reimpresión, a propósito del Programa de Fomento de la Cultura Audiovisual que el Estado promueve desde el Icaic. Aceptamos, pero dijimos que queríamos actualizar la temática del audiovisual contemporáneo. La reedición aumentada se presentará en el Taller y, también para beneplácito nuestro, el 24 de marzo, dentro de las actividades centrales por el aniversario del Icaic.

“Esperamos que vuelva a gustar y que aporte lo único y más atinado que en materia audiovisual podemos hacer: dotar a las personas de herramientas mínimas para que sepa. Puede ser importante para las carreras de Humanidades. No pretende ser un libro para la Escuela de Cine, pero sí para las personas que deben manejar las herramientas del lenguaje audiovisual”.

SUEÑO CON ESCRIBIR PARA LOS NIÑOS

Armando Pérez Padrón desempeña además la responsabilidad de vicepresidente primero del Comité Provincial de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac), otra atalaya de su proyección humana.

–El Taller es como un hijo para usted. Si lo miráramos desde otro punto de vista, ¿se considera un hijo del Taller?

–Mi primer libro de Historia del cine se lo compré a un viejito en una librería, a principios de los años ´80; no tenía ni la remota idea de quién era su autor Roman Gubern, ni que después yo sería profesor. Me gustaba el cine, era amigo de Luciano e iba al cineclub. Indiscutiblemente con el Taller me motivé a buscar, a leer, a ver lo desconocido de Asia, Irán, Paquistán, la India... Eso le ha pasado a muchos.

“No es perorata camagüeyana. Antes del ´93, los libros de cine escritos en Cuba se podían contar con los dedos de la mano. De entonces a acá se han escrito más de 100. Un grupo importante de los autores ha estado aquí. Te puedo hablar de Frank Padrón y José Rojas Bez, fundadores del Taller; de Joel de Río, Rafael Acosta de Arriba, Carlos Galiano, Rufo Caballero.

“Yo sueño con escribir un libro para los niños. Félix Varela sabiamente nos dijo: hablemos a los niños en su lenguaje y nos entenderán. Ojalá hiciéramos videojuegos con estos elementos, para que los niños en vez de ir subiendo escalas matando gente, fueran manejando el lenguaje audiovisual”.

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