La misma Carmen que aprendió a usar la aguja casi obligada, recibió hace apenas unos días el Premio Nacional de Cultura Comunitaria que otorga cada dos años el Consejo Nacional de Casas de Cultura, precisamente por su labor al frente del grupo de artesanos del proyecto camagüeyano Carsueños.

"En lo del trabajo comunitario empecé a principios de los '90, allá en Sierra de Cubitas. Me mudé a La Filial con mi esposo, a trabajar de maestra y salí embarazada; entonces me dio por hacer todo tipo de manualidades. Comencé a embullar a la gente del barrio; viré la casa al revés para meter a todo el mundo dentro, cada quien con su máquina de coser y compartiendo los recortes que aparecieran para hacer lo mismo blumercitos para el círculo infantil que batas de casa para el hogar de ancianos.

"Un día vinieron unos argentinos y se quedaron encantados con unas naranjas de papier maché que les regalamos. Eran de una brigada de solidaridad con Cuba, y nos propusieron llevar a su país las cositas que hacíamos en el taller para subastarlas y así recaudar dinero que supliera las necesidades de la comunidad. Eran los momentos duros del período especial, pero para Cubitas fue una etapa hermosísima. Mandamos cientos de juguetes para allá; algunos, como Pelusín, se vendieron hasta en 200 dólares. Todo ese dinero regresaba en medicamentos, aceite, jabones, medicinas; y se repartía entre las escuelas, los centros de salud, las casas de abuelos... Siendo simples entusiastas vinculados a un taller de artesanía, nuestro grupo voluntario Chau Bloqueo se ganó el respeto y la gratitud de la población, de las instituciones y hasta de las autoridades. De esas andanzas la gente todavía me conoce como Carmen la cubiteña".

Carmen lo cuenta, y se le llenan los ojos de lágrimas. Su trabajo en Sierra de Cubitas fue el motor impulsor de todo lo que vendría después.

—¿Cómo llega al proyecto comunitario Carsueños?

—De Cubitas regresé como en el 2002, porque mi mamá estaba acá en Camagüey, muy enferma. Pero no logré quitarme ya esa costumbre de convidar a la gente a hacer cosas. Mami falleció a los pocos meses de mudarme a Micro-Edén y en medio de mi tristeza, asomada cada mañana al balcón, descubrí que también aquella comunidad necesitaba de mí, de todos.

Un 28 de septiembre agarré todas mis artesanías y monté una exposición gigante en los bajos del edificio. Muchos se detuvieron a felicitarme, a preguntar, y terminé convenciendo a unos cuantos de formar un grupo similar en el nuevo barrio. No se me olvida que hicimos una reunioncita el 4 de abril del 2003, en mi casa, con una lluvia de ideas para buscarle nombre al proyecto. Un vecino sugirió algo parecido a Carsueños y yo dije: "Sí, este es mi gran sueño, vamos a echarlo pa' lante a ver si se puede convertir en el sueño de muchos". Yo dije esa locura y la gente aplaudió, fíjate tú.

Desde el 2003 hasta la fecha, el proyecto comunitario de Carmen ha crecido hacia confines insospechados. La galería móvil (iniciativa que comenzó con el abordaje por cuenta propia en camiones, con grandes bolsos hechos de sacos de harina, para llevar sus creaciones a comunidades de los municipios de Camagüey) ya ha recorrido Cuba, desde Pinar del Río hasta Santiago, y en cada sitio Carsueños ha dejado semilla, impartiendo cursos de muñequería y otras técnicas, y embullando a creadores de todas partes para alumbrar la Red de Muñequeras Cubanas.

—En estos casi 25 años de incesante trabajo artesanal y de labor comunitaria, ¿qué momentos han marcado a Carmen?

—La vez que entre trece personas levantamos a la muñeca más grande del mundo en la Plaza de los Trabajadores. Era una Leonor, negra como en el cuento de Martí, de 22 metros de largo y fue como un parto, porque llevó exactamente nueve meses de trabajo... Lo del taller internacional en la Casa del ALBA, donde hasta la gente del programa mexicano Art Attack tenía que hacer con nuestras muñequitas y no se creían que con tan pocos recursos pudiéramos hacerlas... El ejemplar primoroso de Cuentos de Guane, de casi dos metros y bordado en tela, que le regalamos en la última Feria del Libro a Nersys Felipe... O la exposición de los bebés en la galería Alejo Carpentier, que las personas entraban y te pedían cargar a los niños, como si estuvieran vivos, y les daban nalgaditas y se reían cuando los veían hacer pipí por los aditamentos de tubitos que les pusimos.

"Son demasiadas las cosas que nos han pasado. Algunas muy fuertes, como regresar a la sala de Oncología del Pediátrico y encontrar guardadas en nailon esas muñequitas que un día dimos a un pequeño enfermo y hoy ya no tienen dueño. Otras muy gratificantes, eso de que las personas en desventaja social incorporadas al proyecto: alcohólicos, pacientes psiquiátricos, ancianitos, discapacitados... recobren la alegría y el sentido de su vida. Si me pidieras el impacto más grande que he vivido en Carsueños, sin dudar te diría que fue el día en que Tania Ferrer, la señora sin manos, terminó de hacer su primera muñeca. Ningún premio se compara con ese momento".

—¿Cree que la muñequería, los proyectos y el trabajo comunitario la han cambiado?

—¡Claro que sí!, mira, desde que empecé en esto, ya no sé andar sola. Siempre tengo que estar rodeada de personas, no de una ni dos, de muchas. Mi casa siempre está llena de gente. Noto que me he vuelto más sociable, que he limado mi carácter, que soy hasta más alegre y sonrío más. Cuando otros llegan desinteresadamente a ti, te dedican su tiempo y están dispuestos a construir contigo un sueño común, eso te cambia, te llena de luz.

Enfrascada en reparar la casa de la plaza Rosa La Bayamesa, otorgada hace siete años al proyecto, pero en muy mal estado constructivo, Carmen no para de proyectarse al futuro. Habla de salones expositivos, de una galería-estudio, de talleres de creación y apreciación, y hasta de un consultorio para repararles a los pequeños sus juguetes preferidos cuando el tiempo se los dañe. Dice que en el 2015, Carsueños sorprenderá con otra gigantería en trapo, con un encuentro nacional de muñequeras y con la inauguración de esa sede que hoy ella y sus colegas restauran con esfuerzos y recursos propios, en espera de la prometida ayuda gubernamental.

Del premio nacional que ha recibido se alegra lo justo, pero no anda en busca de cámaras y micrófonos, porque "un artesano es alguien que se mete en su mundo a crear, que disfruta calladamente lo que hace y solo aspira a que su trabajo sea útil a los otros".

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