CAMAGÜEY.- La 6005 y la 6007 son de esas ambulancias que le ponen la piel de gallina a mi vecina. “¡Solavaya!”, grita cada vez que las sirenas rompen la calma nocturna. Desde que la COVID-19 llegó a Camagüey ella vive con el temor de que todas las que pasan por la avenida rumbo al hospital Amalia Simoni, llevan al “pasajero de Wuhan”.

La verdad, en el municipio cabecera solo esas dos han tenido el histórico encargo, que comenzó el día que Reinier Sánchez y Yorseny Hernández surcaron la ciudad para buscar a un sospechoso en el policlínico Julio Antonio Mella: “Estábamos de guardia el 15 de marzo y llamaron con urgencia porque lo que describía la boleta tenía todo para ser el primer positivo. Nosotros íbamos asustados, pero en el camino pensamos que peor debía sentirse el hombre que trasladaríamos y nos llamamos a la calma”, recuerda Yorseny, quien, aunque ya lleva varios años como Licenciado en enfermería, comenzó a trabajar en el SIUM hace apenas tres meses.

“Casualmente también tuvimos la oportunidad de llevarlo hasta su casa cuando le dieron el alta. Esa es la tarea más linda: llevar a los que se recuperan te llena de energías. Por lo menos llego con algo bueno que contarles a mi mujer y mis dos hijos”, reconoce el Reinier. Su compañero tiene menos público para las buenas y las malas nuevas: decidió alejar a sus tres vástagos en otro hogar familiar, pues no conciliaba el sueño con la preocupación de tenerlos bajos su mismo techo.

El 11 de marzo quedó habilitado el primer móvil exclusivo para casos de SARS-CoV-2 y una semana después incorporó otro para la ciudad y se activaron unidades en todos los municipios. En este período, la dupla de Ángel Ávila e Isaura Domínguez resulta de las que más pacientes ha movido en la 6007.

Él nos cuenta que “aunque el encargo es peligroso, mi familia siempre me apoyó. En cada regreso ellos comprueban paso a paso mi ritual de seguridad antes de darme un abrazo. Ni siquiera imaginan que antes de volver lo hago todo dos veces, para asegurar”.

“Mi mamá me ‘quema’ el teléfono todos los días. Yo le digo que me deje trabajar, pero cada llamada suya me hace sentir protegida”, nos cuenta la muchacha de Vertientes.

Antes de declararlos como “la caballería” que enfrentaría al virus en Camagüey, los especialistas del departamento de Higiene y Epidemiología los prepararon sobre las particularidades del virus para crear un protocolo de trabajo con este tipo de pacientes. No obstante, los días previos al primer caso significaron un castigo de incertidumbre.

Según Ángel, “el temor nunca desaparece, pero con el paso de los días confirmamos que si se toman todas las medidas, el riesgo de contagio es casi nulo. Ese miedo nos hace actuar con precaución, por eso aplicamos la desinfección correctamente y tratamos a todos los pacientes como positivos”.

Isaura narra lo más difícil: “hemos transportado personas muy nerviosas o intranquilas, preocupados por sus familiares y otras con mucha falta de aire. En esos casos corresponde primero tratar de comunicarles confianza y tranquilidad para que nos permitan atenderlos con éxito”.

De crearse una brecha en las medidas preventivas durante su actuar, deben informarla inmediatamente para ser aislados, pero hasta el momento eso no ha ocurrido en la provincia. Las seis parejas de profesionales del llamado SIUM se hospedan en la academia provincial de boxeo durante las guardias para estar más cerca del hospital Militar y no tener contacto con el resto de sus colegas.

El 23 de marzo la “seño” Adisley Rodríguez hizo su viaje de 35 kilómetros desde Nicaragua, en Jimaguayú, hasta el nuevo alojamiento con una certeza: “Esto puede matarme. Nada de lo que he vivido en mis 15 años en este servicio era tan peligroso para mí, porque este coronavirus no perdona y puedo contagiar a mis compañeros si no trabajo según lo indicado”. Adislenis e Isabela, su niñas, saben que hay pocas mujeres más valientes que mamá, pero también sufren. “Yo les explico que este riesgo es parte de mi profesión, que me siento realizada siendo enfermera de urgencias porque casi todas las personas que atiendo están entre la vida y la muerte y en ese momento somos todo lo que tienen”.

No todos nacemos con ese don, ese fuego interno que obliga a algunos a dedicar sus mejores años a luchar por la vida de los demás. A Mariela Davis, por ejemplo, esa llama le quemó el pecho hasta hace una semana. “Cuando hicieron el primer llamado decidí mantenerme al margen por instinto maternal, mas, cuando empecé a ver los primeros casos de niños contagiados decidí incoporarme. Mis compañeros me apoyaron esa decisión y me ayudan a trabajar segura. Hay mucha gente que necesita de mí y mi Norlis Fabián, con seis años, ya lo entiende”.

En el interior de las ambulancias 6005 y 6007 se percibe un intenso olor a cloro, hay además varios equipos de respiración artificial y reanimación, camillas y medicamentos, pero si se le hace lugar al silencio, se siente el latir apurado de decenas de corazones enfermos que las han habitado desde marzo pasado. En ese inquietante concierto, las doce almas de batas verdes y blancas han sonado más fuerte, marcando el ritmo de la esperanza de los casi 40 “huéspedes” salvados.