CAMAGÜEY.- María Karla y Albertico llegan muy temprano a su rehabilitación. A ella le encantan los caballos, él no soporta los hospitales y llora cuando tiene que ir a uno, pero en su Jardín se sienten a gusto. Quizás a su corta edad ya comprendan que ellos tienen que esforzarse el doble, superarse a sí mismos y confiar en médicos, “seños”, logopedas, técnicos y todos cuantos aportan a que el amor siga convirtiendo en milagro el barro.

ILUSIÓN QUE SE LLEVA EN LA SANGRE

La historia del Centro Provincial de Equinoterapia Jardín de Sueños no se puede contar sin hablar del viejo Fatjó y del doctor Luis Pérez. Ellos, junto a otros también imprescindibles, comenzaron a construir el sueño. “Empezamos aquí mismo en mi casa, el patio se acomodó para recibir a los niños, pusimos un colchón en la terraza para el calentamiento y apenas dos bestias fueron suficientes para echar a andar”, recordó Juan Miguel Fatjó Garaboa. Su voz cambió, como a quien se le anuda la garganta, cuando habló de la yegua Lupe, —ya fallecida— con la que muchos niños se identificaron.

“Lupe era muy mansa, con un lomo ancho, ideal para la equinoterapia, es la verdadera fundadora de este tratamiento en Camagüey”, recuerda con orgullo. Y al preguntarle por qué puso sus animales al servicio de otros, no dudó en responder, “es una causa tan noble que desde que me lo propusieron acepté, tuve que estudiar porque al principio empezamos mi hijo y yo nada más, después se sumaron más personas, incluyendo al doctor Luis Pérez, de los esenciales en esta historia”.

Luego solicitaron el terreno que tiene actualmente el Centro, pues ya su casa se quedaba chiquita, “eso era un basurero, pero empezamos a transformarlo y con el concurso de unos cuantos lo logramos hace nueve años. Por eso lo cuidamos como si fuera nuestro, porque lo vimos nacer, desarrollarse y ahora que lo remozaron está más bonito todavía”, dijo.

A sus 76 años asegura que lo más lindo de todo esto es el amor y el cariño de los niños. La historia de los Fatjó no queda allí, hoy su hijo, aquel que empezó junto al viejo en casa, es el administrador del Jardín de Sueños, y vivió con intensidad el proceso de reparación recién concluido.

RECONSTRUYENDO LA UTOPÍA

Dos meses de trabajo fueron suficientes para concluir con calidad las labores de mantenimiento, lo que posibilitó su puesta en marcha el pasado domingo. El sitio se encuentra listo para recibir a los 250 niños que ya se benefician con mejores condiciones para enfrentar sus tratamientos de rehabilitación. A esta obra de inmenso amor muchos aportaron, desde la cooperativa de créditos y servicios fortalecida Primero de Mayo, los trabajadores de la propia institución y hasta los muchachos de la AHS que, con sus pinturas de Elpidio y María Silvia hicieron más ameno el entorno.

Unos 300 000 pesos fue el monto total de las reparaciones, “que incluyeron la cuadra para los caballos, el picadero, los ranchones, el merendero, el local de la logopeda y además se puso operativa una piscina para los tratamientos en el agua. Estos espacios convierten al Jardín de Sueños en un centro único de su tipo en el país, pues ningún otro tiene para trabajar tantas áreas y patologías”, enfatizó Juan Miguel Fatjó (hijo).

La brigada de construcción de la “Primero de Mayo” fue protagonista en las labores de reparación acometidas. Según Jorge Luis Marrero Torres, jefe de grupo de la brigada, la tarea más compleja fue la piscina. “Se delimitó con una tapia, además cambiamos el sistema de circulación y desagüe, rehicimos el piso y mejoramos la jardinería”.

Completamente remozado, este jardín producirá más que sueños, reconstruirá esperanzas, abrirá puertas, y para ello cuentan con un equipo que sabe lo que se puede lograr a costa de sacrificio, de entrega y, sobre todo sensibilidad humana.

SOÑANDO DESPIERTOS

A la doctora Reyna Peraza Morelles, jefa del servicio de rehabilitación, la interrumpimos mientras daba la consulta multidisciplinaria a la que llegan los padres en busca de ayuda y orientación. Puede que a algunos se les note preocupados, sin embargo salen soñando despiertos, porque este equipo sabe orientar y apoyar.

Para la doctora, la principal ventaja de una institución como esta es sacar a los niños “del ambiente hospitalario o de una sala de rehabilitación y aprovechar las condiciones de la naturaleza, esto posibilita una mejor reacción de los pacientes al tratamiento. Reciben múltiples modalidades terapéuticas: la arteterapia, la cultura física, la terapia cognitiva, del lenguaje, y ya se estudian los casos para ver cuáles pudieran responder positivamente a la acuática”, agregó también que tener todas esas especialidades en el mismo lugar posibilita que se aproveche más el tratamiento, pues no se pierde tiempo entre una y otra.

Desde su apertura, hace casi una década, se pensó en una terapia acuática que complementara el resto de las áreas. Para Dianelis Andreu Sánchez, especialista que la tendrá a su cargo, esta modalidad completa el tratamiento de rehabilitación de los niños diagnosticados con parálisis cerebral infantil, espasticidad, síndrome de Down y otros que lo requieran.

Las muchachitas, algunas jóvenes, otras con mayor experiencia, son como las rosas de este Jardín, sin ellas no hubiera sueños posibles. “Para mí ha sido un reto iniciar mi trabajo aquí, lleva mucha paciencia, esta es una logopedia diferente a la que se hace en otras instituciones, vinculada a las características del entorno. La motivación es mayor por parte de los niños, pero demanda esfuerzo, explicó Mirna Méndez Gónzalez-Parra.

Nos cuenta Mirella Estrada Almanza que el avance se percibe cuando ya llevas un tiempo trabajando con el niño, “el paciente rinde más, se cree que está jugando, el ambiente natural es muy útil. Sin embargo, buena parte del éxito se debe a que comenzamos a tratarlos desde las edades tempranas, con mucha estimulación. Esto nos posibilita ganar tiempo y que la evolución sea más rápida.

Los padres, abuelos y todos cuantos vienen a acompañar a los pequeños son de este Jardín. El agradecimiento es eterno, todo el mundo disfruta los logros y hasta se sienten parte de la familia. Y no es para menos, por ejemplo María Karla llegó de meses, recordó su abuela Rafaela Vázquez, quien dice no tener palabras para agradecer el tratamiento; hoy Mary de ocho años sigue asistiendo cotidianamente.

Albertico vino por primera vez hace solo unos años, vivía en Holguín y sus padres decidieron mudarse a Camagüey por la existencia de un centro como este. Esperamos a que Albert terminara su sesión de ejercicios para conversar con su mamá: “cuando llegamos aquí el niño tenía tres años, era muy irritable y se resistía a la rehabilitación, nunca cooperó antes, pero este maravilloso lugar nos cambió la vida como familia, el niño se concentra mejor en cada una de las áreas, le encantan los caballos, y la piscina también creemos que puede ayudar. Nuestras esperanzas aumentaron y hoy disfrutamos juntos cada triunfo”.

Las historias de María Karla y Albertico pudieran tener muchos nombres, porque en el Centro Provincial de Equinoterapia se hacen realidad, y a sus nueve años, los 27 trabajadores convierten en posible lo imposible, y se aprestan a seguir multiplicando esperanzas y dibujando sonrisas en los rostros de quienes son su razón de ser: niñas y niños que, a pesar de los golpes que les dio la vida, no se cansan de soñar.