CAMAGÜEY.- “Comenzó sin darme cuenta de que estaba siendo víctima de violencia o persecución. Al principio de la relación me parecía que sus llamadas y constantes visitas al trabajo eran sana preocupación y amor. Siempre me pedía que cuando llegara a mi centro laboral lo llamara. De inicio no me molestaba, pero después se volvió insoportable, porque si no lo hacía por alguna razón era un problema y allí venía la discusión. También me compró un celular, y yo contentísima, sin sospechar que aquel aparato sería una vía para mantenerme controlada.

“Las discusiones comenzaban por una tontería y se convertían en faltas de respeto gravísimas, gritos y hasta la muerte me deseaba. Eso ocurría en todos lados, hasta en la calle en ocasiones. Me imagino que las personas que nos veían se quedarían con la peor de las opiniones. Llegó un momento en el que perdí el miedo y dejé de estar callada, de aguantar sus insultos y lo enfrentaba, entonces yo también caía en eso. Nunca me dio golpes pero sí en ocasiones me agarró por un brazo y me dejó el moretón. Daño me hizo tanto. No puedo explicar lo mucho que sufrí.

“Después de todos esos episodios siempre venía con un regalo, una flor, un peluche, algo bonito y nos reconciliábamos. Llegó un momento en el que aquellos detalles perdieron sentido, no entendía cómo él me gritaba, me maltrataba y después me traía un regalo. Era como si en un mismo hombre hubiesen dos personas, podía ser el más atento, delicado, romántico, me ayudaba en todas las cosas de la casa y al momento ser como un ogro, que se ponía ciego, sin poder de razonar.

“Yo quería salir de aquello y le decía ‘vete de aquí’, y no se iba. Quizá por el miedo al escándalo, a llamar a la policía, a involucrar a mi familia, entonces seguía en el mismo círculo. Me prometió tantas veces que iba a cambiar, que esa sería la última vez, pero todo era mentira.

“Fueron cinco años de relación en los que logró alejarme de mis seres queridos. Yo cambié, dejé de salir, me vestía como una persona mayor. De todo ese tiempo pasé cuatro años aproximadamente tratando de zafarme y no podía.

“Nunca pensé pedir ayuda porque no quería involucrar a mi familia, me daba miedo contarles las cosas que me pasaban y que mi padre o mi hermano reaccionaran de una manera violenta. Tampoco acudí a una institución porque temía que alguien supiera mi historia y me daba mucha vergüenza”.

La protagonista de esta historia es una joven profesional camagüeyana, bonita, emprendedora, independiente económicamente; cualidades y condiciones que no la inmunizaron contra la violencia sicológica, esa que a criterio de varios especialistas es la más recurrente entre las expresiones del maltrato sexista hacia las mujeres en el país hoy.

REALIDADES
En Cuba las féminas somos beneficiarias directas de las estrategias del Estado encaminadas a potenciar una política social justa, participativa y en igualdad de posibilidades y oportunidades. Donde sus mujeres (según cifras que expone la Convención sobre la Eliminación de toda forma de Discriminación contra la Mujer, CEDAW, por sus siglas en inglés) representan el 43,9 de la fuerza laboral en el sector estatal civil, el 66,6 % de todos los técnicos y profesionales del nivel medio y superior, el 72% del sector de educacional, el 67% en la salud y el 43% en el científico.

Pero hay más. En la medida en que pasan los años aumenta el número de mujeres que ocupan cargos de dirección a todos los niveles. Estas representan más de la mitad de los candidatos al Parlamento cubano, mientras que la esperanza de vida es de 76,6 años, superior en 4,6 a la de los hombres.

No obstante a esos logros incuestionables y aunque pudiera parecer contradictorio, muchas féminas en la Isla, como en otras partes del mundo, sin importar raza, credo, nivel escolar o posibilidades económicas siguen siendo víctimas de una cultura patriarcal heredada y enraizada que arremete contra su pleno desarrollo.

La doctora Mayda Álvarez Suárez, directora del Centro de Estudios de la Mujer de la Federación de Mujeres Cubanas (FMC) anunció en diciembre pasado en la Mesa Redonda que según una encuesta nacional sobre igualdad de género, realizada en conjunto con el Centro de Población y Desarrollo de la Oficina Nacional de Estadísticas y con el apoyo del Fondo de Población, Unicef y PNUD, con una muestra representativa de unas 19 800 personas, arrojó que casi el 52 % de las personas entrevistadas piensan que la violencia en el país es poca, más del 29 % considera que es mucha y cerca del 10 % respondió que no existe. Por tanto, un 80 % de la muestra reconoce la existencia de un problema. Un elemento llamativo que revela que con respecto a otras épocas se reconoce ahora más la violencia como problema.

Agregó que en casi 10 000 mujeres con pareja, un 27 % de ellas reconocieron alguna manifestación de violencia en los últimos 12 meses. El tipo predominante es la sicológica. Un aspecto relevante de la encuesta es el reconocimiento por parte de la mujer cubana de otros tipos de violencia, aparte de la física, como son la económica o la sicológica. Impedir que la mujer trabaje, obligarla a pedir permiso, reiterarle constantemente que la casa es suya y que depende de sus ingresos, las miradas autoritarias, el exceso de control, los empujes, los golpes, tirarle algún objeto, obligarla a tener relaciones sexuales sin condón son algunas de las más frecuentes formas de violencia contra la mujer identificadas en la encuesta.

De todas las mujeres encuestadas solo alrededor del 3 % buscaron ayuda para ellas mismas, un 1 % lo hizo para otras personas, y la que es un poco más frecuente (aunque muy insuficiente) es que acudan a las instancias de policía y fiscalía en primer lugar y a las Casas de Orientación a la Mujer y a la Familia, las trabajadoras sociales y otras instancias de la FMC en segundo lugar.

La violencia ha sufrido un proceso de naturalización en la sociedad que parte desde la propia educación de niños, niñas y adolescentes, lo que dificulta su reconocimiento como un problema. Educarlos de manera que no solucionen sus conflictos utilizando la violencia como método, enseñar desde la casa y la escuela que ambos sexos tenemos igualdad de derechos y responsabilidades en el hogar, despojar a las niñas del “síndrome de cenicienta” e inculcarles a estas el amor propio y el valor de la independencia, son aspectos que ayudarán a avanzar en ese camino que nos aleja de la violencia machista.

Igualmente son necesarias más campañas que ayuden desde diferentes frentes a visibilizar este fenómeno y que le den a las víctimas vías para que puedan acudir en busca de ayuda. Asimismo sería necesario articular de manera más eficiente grupos de consejería en todo el país, pues los existentes hoy son escasos y poco conocidos.

Aunque en el aspecto legal existen actualmente brechas que dejan vulnerables a algunas mujeres ante hechos de violencia, los juristas poseen los elementos técnicos y las herramientas jurídicas para desarrollar cierta sensibilización con el tema y atacar los mitos y los estereotipos sexistas de la sociedad. Las leyes actuales no son suficientes, pero lo serían si los profesionales actuaran con mayor sensibilidad y rigor. Debe ser interés propio, de personas e instituciones, ofrecer un mejor servicio, aseguró hace pocos meses en la Televisión Cubana Yamila González Ferrer, vicepresidenta de la Unión de Juristas de Cuba.

No obstante a que en el Código Penal Cubano no está tipificado como delito la violencia sicológica, sí se reconoce el acoso y la amenaza, dos manifestaciones de la llamada violencia sin golpes, además del delito contra el derecho de igualdad, el cual tiene poca radicación porque las personas no lo ubican, no lo denuncian y las instituciones cubanas lo procesan escasamente. Lo que sucede en muchos casos es que las personas no acuden a la solución correcta al conflicto que estén presentando porque no conocen la sede jurisdiccional o las herramientas jurídicas para su defensa.

SALIRSE SÍ ES POSIBLE

“Logré salirme. Cuando terminamos me fui de la casa para que no me pudiera encontrar y le hizo la vida imposible a algunas de mis amigas y a mi mamá. Pero el tiempo pasó y ya es historia —ella suspira aliviada. Por eso digo a las mujeres que viven siendo víctimas de la violencia sicológica que sí pueden, que no dejen de intentarlo, que busquen ayuda en las Casas de Orientación a la Mujer y a la Familia o en las oficinas de atención a la ciudadanía de la Fiscalía. No esperen tanto como yo. Cuando una está adentro no puede ver con claridad, pero cuando sale se da cuenta de todo el tiempo que dejó de vivir, de todas las cosas buenas que se perdió, de todas las personas que alejaste sin querer. Lo que más duele es ese tiempo… ese que perdí y que no volverá”.