SIERRA DE CUBITAS, CAMAGÜEY.- Parece, por momentos, un pueblo abandonado. Hace unas horas del amanecer y predomina el silencio. El mar no desentona en esa quietud. En Puerto Piloto la tormenta ha pasado.

En los anales de la comunidad quedarán para siempre las horas en que Irma los visitó. Nos lo asegura un pescador que a sus casi cinco décadas se dejó sorprender por la naturaleza:

“Unos diez hombres lo pasamos en esta zona, pegaditos a la playa. En Cuba siempre se anuncia un ciclón ‘echándole’ miedo a uno, anunciando las mil medidas de precaución, pero al final son unos vientecitos y mucha lluvia… por eso decidimos quedarnos. Yo estaba en una finca por aquí cerca. A eso de la una de la tarde todavía estábamos poniendo palitos en la ventana cuando el aire empezó a sentirse y las tejas a volar. Y a partir de entonces el tiempo pareció ir más lento”.

Al principio, confiesa, intentó sostener partes del techo. Pero con la noche llegó la tempestad más grande que ha atestiguado y corrió a un rincón del baño, donde estuvo hasta el amanecer.

“No es juego —asegura ahora—. Si mantenía esa ‘gracia’ no te estuviera haciendo el cuento. La próxima vez no me le escondo a la Defensa Civil. Duele dejar lo de uno atrás, pero la vida es la vida y a la hora mala no se halla para dónde coger. Esto quedó arrasado. Si vieran los árboles que perdimos del proyecto forestal… Contra la madre natura no hay quien pueda. Yo debía saberlo porque soy biólogo, y pasé un susto aleccionador.”

Manuel no vive muy cerca del mar. Fue uno de los que volvió a casa hace un par de semanas y la encontró en ruinas. Solo pide unos clavos para rehacerla él. Foto: Leandro Pérez Pérez/AdelanteManuel no vive muy cerca del mar. Fue uno de los que volvió a casa hace un par de semanas y la encontró en ruinas. Solo pide unos clavos para rehacerla él. Foto: Leandro Pérez Pérez/Adelante

A Manuel Fernández Socarrás, un viejo vecino de la zona, la casa se le fue  abajo. Él expone un reclamo que repite sin cansancio: “necesito clavos. Yo con eso la levanto”.

Irma no lo asombró. “Nada más hay que ver cómo anda el mundo. Yo se lo dije a mi familia clarito, que este año había ciclón. Recuerdo el Flora, pero qué va, nada comparado con esta fuerza de ahora”, cuenta.

Con él, en una carreta, anda su hija Yolanda. Lamenta las noticias de los que a riesgo de morir, hurtaban bajo el huracán. “Es una de las razones por las que muchos tememos a evacuarnos. Siempre hay quien se aprovecha de la ausencia de los demás para hacer de las suyas; como si fuera poco el desastre. Por suerte, están pagando caro.”

Heredera del espíritu de su padre confirma que su pueblo natal ya pasó página, y aunque no cuentan aún con electricidad, otras atenciones les han ayudado a pasar el mal rato.

Es calma aparente. En la escuelita viven un día como cualquiera; al interior de los inmuebles se sueña, se reconstruye; un par de pescadores navegan en busca de alimentos que luego repartirán sin más a los del barrio…

La tormenta ha pasado, pero no hemos ido a un pueblo abandonado. Como hace una semana, en las palabras, en los ojos lugareños, se adivina el propósito de renacer, de aunar voluntades para encauzar la casa de una familia grande, la de Puerto Piloto.