MINAS, CAMAGÜEY.- Con todo y las horas transcurridas, y la esperanza cierta de que muy pronto podrá regresar a “su casa”, Yusnaika Naranjo Sardinas no consigue evitar que se le quiebre la voz cuando habla de aquella noche.

La seguridad que compartía junto a sus hijos en el hogar de abuelos de la comunidad mineña de Senado lo era todo. Gracias a ella, su hijo Noyán (de once años) podía enfrentar mejor los padecimientos de la hidrocefalia —sumada a una gastrectomía— que lo aqueja; mientras, Yusnaika y su hija mayor, Yunaika (de 17), se empeñaban en hacer más soportables las horas de espera… hasta el amanecer definitivo.

“Hubo un momento en que me derrumbé y empecé a llorar. Era tanto el viento que hasta me pareció que temblaba la tierra”, recuerda. “Una señora que estaba con nosotros me preguntaba: ‘Mija, ¿por qué te pones así si aquí estás segura?’; yo tuve que decirle: ‘¡Ay, es que yo sé que ahora sí me quedé sin casa!’”.

En menos de una semana Yusnaika ha transitado por casi todas las emociones que puede soportar una mujer. A la tensión de evacuarse y aguantar a pie firme los temores de la noche en que Irma azotó la provincia, se sumaría luego el dolor por ver su hogar prácticamente arrasado, como si el huracán hubiera querido demostrarle la crueldad que nueve años antes le evitó Ike.

“Cuando aquello solo había perdido unas tejas y con esa esperanza ahora salimos para el centro de evacuación. No fue hasta que vi cómo se ‘volaba’ el techo del cine que comprendí lo terrible que sería para mí el día siguiente”. Solo velar por los suyos, porque no fallaran ni el botellón de oxígeno, ni los medicamentos… le permitió mantenerse firme.

Tres días —contando a partir del domingo— vivió Yusnaika bajo el imperio de la zozobra.

“No hay dinero que pague la vida de mis hijos; si no nos hubieran evacuado, no sé qué hubiera sido de nosotros”.  “No hay dinero que pague la vida de mis hijos; si no nos hubieran evacuado, no sé qué hubiera sido de nosotros”.

Tres días —desde este miércoles— harán falta para que consiga liberarse de ella.

Su futuro inmediato depende de la docena de hombres que construyen para ella y sus hijos la primera de las facilidades temporales que se levantarán en Minas con el objetivo de beneficiar a quienes todo lo perdieron.

Tendrán lo imprescindible: un par de habitaciones y una pequeña cocina, el techo de tejas de zinc, y el piso de madera para “poder terminarlas aunque no nos entre el cemento”, detalla Abel Lozada González, el jefe de la brigada que labora en el lugar, la cual tiene el compromiso de terminar otras dos viviendas similares entre esta semana y la próxima. Son trabajadores de la Cooperativa de Créditos y Servicios 17 de Mayo. Algunos también se cuentan entre los damnificados, pero como detalla el propio Abel, “en momentos como este primero se debe ayudar a los que más lo necesitan”.

Para la “nueva casa” de Yusnaika todo se ha conseguido en el mismo municipio; desde la madera (recuperada de árboles que Irma echó por tierra) hasta los clavos (que aportó la Cooperativa) y las tejas (cedidas por la Empresa Agropecuaria Noel Fernández, a partir de las que recuperara del antiguo central azucarero de la zona). Para el resto de las personas que se encuentran en su mismo caso también se sumarán los esfuerzos de otras unidades productivas, que como la CCS José Ramón Sánchez, asumirán los trabajos de manera voluntaria.

“En Minas, Irma derribó cientos de palmas y otros muchos árboles que ahora estamos aprovechando. Los utilizaremos en esas facilidades temporales para las personas que presentan situaciones más difíciles desde el punto de vista social”, explica María Frances Ramírez, la vicepresidenta del Consejo de Defensa Municipal.

De la fuerza del huracán en tierras mineñas da cuenta este poste eléctrico, partido al medio por los vientos. Foto de Leandro Pérez PérezDe la fuerza del huracán en tierras mineñas da cuenta este poste eléctrico, partido al medio por los vientos. Foto de Leandro Pérez Pérez

Más de 1 000 mineños debieron protegerse en centros de evacuación. Otros 12 000 lo hicieron en casas de amigos y familiares. Pero incluso los que no tuvieron la necesidad de abandonar sus hogares, pueden dar fe de los daños ocasionados por el meteoro, que en cuanto a derrumbes totales dejó más de 200 familias afectadas, en tanto casi otras 2 000 perdían sus techos de forma parcial o completa.

Este miércoles, cuando Adelante Digital recorrió el territorio, solo se contaba con servicio eléctrico en el poblado cabecera y comenzaban los trabajos para conectar parte de la zona urbana de Senado. Más complicada se avizoraba la situación de comunidades como  Lugareño, Redención y Caidije, debido a la gran cantidad de afectaciones existentes.

Si grave es no disponer de electricidad, mucho más lo es la carencia de agua potable. Esa es la gran preocupación de Osmín Gutiérrez Maceira, presidente de la Zona de Defensa de Senado. A su cargo están siete pipas con las que debe suplir las necesidades de todo el Consejo Popular. “Como alternativa hemos habilitado bombas diesel en San Rafael, El Noventa y La Calera, pero esperamos que la situación mejore tan pronto regrese la electricidad a San Ignacio, nuestra principal fuente de abasto. Ya conseguimos que las escuelas reabrieran y se han despejado las vías de comunicación; los siguientes pasos son el retorno del agua y la corriente, que deben llegar”.

En la misma carpeta en que archiva las tareas de estos días, Osmín carga la lista de los daños “agrícolas” que dejó Irma. Son tan cuantiosos que duele siquiera repasarlos. En pocas horas quedaron destruidas más de 300 hectáreas de arroz casi listas para cosechar, 67 de plátano, 55 de frutales… “Es duro, pero no hay tiempo para lamentar lo que se perdió. Hay que sembrar cultivos de ciclo corto y atender las necesidades más urgentes de la población”, aclara.

Un buen ejemplo es la venta de comidas elaboradas, que comenzó el domingo con unas 1 000 raciones diarias y ya supera las 8 000, a precios que rondan los dos pesos cada una. “Junto con la venta de carbón y el reinicio de la producción de pan, que concentramos en las unidades del poblado cabecera y luego enviamos al resto del municipio, las ‘cajitas’ han ayudado a muchas personas a comenzar la recuperación”, cuenta María Frances.

Para Minas se trata de una prueba tremenda, que encuentra eco personal en cada uno de sus 37 000 habitantes, quienes supieron afrontar sin muertes la furia de la naturaleza. Así, Yusnaika funda todas sus esperanzas en la “casita” que manos solidarias le levantan, muy cerca de donde Irma intentó dejarla sin amparo. En su historia va también la de todo un municipio que lucha por no dejar a nadie atrás.