CAMAGÜEY.- “A mí nadie me toca la cabeza que no sea él”, me dice la señora que acaba de pararse del sillón, y la muchacha que le sigue también da los argumentos de quien se ha vuelto el hombre ideal de muchas mujeres y hombres en la ciudad de Camagüey, porque sabe el corte exacto de la imagen bella.

Por su patente, Osmani Martín Vega es estilista, pero quienes frecuentamos su casa sabemos que también “ejerce” de terapeuta, confesor o psicólogo social, actualizador de la agenda popular y provocador del debate público, porque allí se habla de todo y sin pelos en la lengua.

“Yo no empecé a pelar por amor ni porque de niño peinaba muñecas”, así, jacarandoso, prepara el terreno para escuchar lo inesperado: esa fue su salida ante el ultimátum del sector policial porque estaba desvinculado del trabajo.

“Hubiera cogido otra cosa: mecánica, carpintería, diseño de muebles que siempre me ha gustado...”, y aunque su tono convenza, cuesta creerle por los antecedentes como técnico medio en Rayos X. Como tal se desempeñó seis años, pero de las placas pasó a otra revelación: fotógrafo de bodas, quinces y fiestas de cabaré en el reparto Puerto Príncipe.

Tampoco aquello le colmó, dejó la cámara a un lado y con los brazos cruzados, viendo la vida pasar, se vistió de “vago”, pero se le ocurrió en un mal momento, en plenos años de desgarramiento nacional.

Al Período Especial hemos de agradecer el nuevo rumbo de Osmani, desde el minuto en que acudió al amigo Roly por un abc para presentarse a la eliminatoria en el salón Venus, en reñida lid con las hijas de experimentadas peluqueras.

“Desde antes practicaba con mi tío, pero lo que implica pelar pelar, no. En la barbería al fondo de 'El Oasis' aprendí con hombres, pero nunca había pelado a una mujer. Roly me dijo lo básico de un cuadrado y mi cuñada se prestó de modelo”.

Osmani pasó la prueba, y como los aprendices iban directo a los llamados centros de belleza, fue ubicado en uno; en las noches recibía clases de la afamada Consuelo, en Venus, y también libró la segunda eliminatoria, sin verdadera conciencia por el oficio.

“Empecé tarde a pelar. A los 29 años. Ya no sé si me gusta o me disgusta”, dice con el peso de la madurez que a menudo le hace cuestionarse el sentido en la habilidad de sus manos.

“¿Qué objetivo tiene un estilista que alienta el glamour, la apariencia, si la belleza importante sigue siendo la que se lleva adentro? ¿Yo estoy orientando o desorientando?”, se inquieta ante las pautas de revistas extranjeras y el gusto de la clientela por cortes europeos y de otros “allá” donde rige la “dictadura de los estilistas”.

Aquí la gente no acude constantemente a la peluquería, y en ese dejo caribeño asienta las contradicciones cotidianas, porque también como el agua, cada corte se le esfuma de las manos.

“El cabello se torna difícil cuando la clienta no sabe llevarlo bien”, por eso repite sin cansancio la lección de peinarse con los dedos, para mantener viva esa propuesta de imagen que da seguridad y abre las puertas de los demás.

“Hay clientas que se la cogen conmigo, y en el fondo lo que les pasa se debe a que hay problemas con el Alprasolan…”, y el suyo no es mero chiste, pero Osmani tiene recetas de comunicación para todos los males: ya sean de amores, de edad, de oficio, de realidad social.

Mas la consagración en él, ahora mismo, tiene un motivo de raíz: la educación de sus hijos Yasmani y Ana Laura, de 24 y 14 años de edad, a quienes no tiene en casa, de ahí los desvelos y los “pelos de punta” con cada cuento en boca de la clientela acerca de la calle, de la escuela y de puertas adentro de cada vez más hogares.

Su casa funciona como laboratorio de pensamiento, de conversaciones que fluyen de la opinión al criterio; Osmani ha modelado su espacio de ataraxia y de catarsis. Como allí recala de lo humano a lo divino, desde la élite de la farándula y la cúspide de la intelectualidad, a escalones intermedios, de profesiones y desocupaciones diversas, y hasta de irrisorios salarios que se dan “el gusto” una o dos veces al año.

A Osmani se le dedica el día. A su casa se va sin apuro, y esa “malacrianza” se le aguanta porque a tijera limpia te convence de lucir el encanto de tu tiempo, con el prodigio de sus manos y un piropo. No hay quien se resista a complacerlo por la sinceridad con que te dice: “Mi estrella”.