CAMAGÜEY.- Entre las manos de Tania Castañeda Rodríguez hay mucho talento para explotar. Ella, egresada en el 2000 en la Brigada José Martí de la Escuela de Instructores de Arte, sabe cuántas responsabilidades recaen en el cultivo de las distintas generaciones de aficionados a través de sus dos pasiones: enseñar y el teatro.

Viva imagen de quien ama su quehacer, la joven maestra no se atreve a conversar sobre el hoy sin remitirme a un antes. Según me cuenta, ese mundo de focos y escenarios invadieron su imaginación desde bien temprano: “Empecé en el Teatro Guiñol de Camagüey cuando esa institución rectoraba los talleres de aficionados. Luego me vinculé a la Compañía La Andariega, que en aquel momento era un proyecto incipiente”.

Las influencias que motivaron a Tania a esparcir las semillas del arte fueron múltiples: guarda con predilección en su memoria los consejos de su profesora Mikaela, antes de la jubilación, y “las clases de la actriz Corina Mestre, una persona que domina cualquier género teatral. Ella venía cada cierto tiempo y nos impartía talleres e interactuaba con nosotros. En lo personal me sentí muy motivada con esa mujer, cuyas exigencias llevaban el matiz del amor, la sabiduría y el ansia por vernos crecer.”

Con el magisterio en la cartera, la inexperta instructora echó raíces en la Casa de la Cultura Julio Antonio Mella, traspuso los sinsabores de falta de madurez profesional en la José “Tato” Rodríguez Vedo y, en lo adelante, el temor resultaría una voz del pasado, un eco determinante para cumplir los retos del ahora.

“En estos momentos tengo un proyecto con niños aficionados de la escuela José Antonio Echeverría, llamado Los Patatos. Ellos realizan actividades comunitarias en zonas distantes como la de Vista Hermosa-Jardín, representando a su escuela, y a la vez se nutren de los beneficios espirituales que aporta el arte”.

También trabajo con público adulto como el Teatro D’ Dos, el cual se presentó en la VI Fiesta del Tinajón con la declamación La canción de bongó, de Nicolás Guillén, y también le imparto enseñanzas a un grupo de invidentes de la Anci.

Tania me confiesa que, en lo personal, se siente satisfecha mientras forma a los pequeños. El corazón le palpita con fuerza cuando alguien levanta el dedo y advierte el talento de sus pupilos. En ese instante reconoce el fruto de las horas de ensayo, de los contratiempos y de los sacrificios.

“Si tuviera el toque mágico para cambiar algo en este instante sería el escenario de la Casa de la Cultura Julio Antonio Mella, que no tiene las condiciones para desarrollar la actuación”, me confiesa la maestra, quien a sus 30 años no acostumbra a dejar nada tras el telón.

Y así transcurren las horas de Tania, entre la luz y los sinsabores, entre la consagración y su destino, entre el arte y la vida... pero lo cierto es que la joven instructora dejará listo un jardín de almas para que de él brote la cultura.