Fotos: Leandro Pérez Pérez/AdelanteFotos: Leandro Pérez Pérez/AdelanteCAMAGÜEY.- Dayanis Daniela tiene 34 años, pero solo en el último lustro ha sido llamada así. Hasta el 2 de octubre del 2012 la llamaban Daniel. Es una mujer con dudas, muchas dudas; podría escribir un libro de preguntas, pues empezó a coleccionarlas de pequeña.

“Tengo recuerdos aproximadamente desde mis 7 años de edad. Para todos, incluso según lo que ‘sabía’ yo, era un niño. Nacer varón me condicionaba a ello, pero me sentía de otra manera. Me llamaban la atención las ropas y accesorios de las mujeres, de las niñas; no era lo mío jugar con carritos... Así crecí.

“Después percibí que me gustaban los muchachos. Temía, no por la orientación sexual, que descubría lógicamente de adolescente; también porque de alguna manera sentía que no era solo eso. A mí me pasaba, además, otra cosa. Odiaba mis pensamientos, que me traicionaban, me conducían por el camino de rechazar los genitales que Dios me dio.

“Ese desconcierto es el punto en el que muchos deciden acabar con sus vidas. Confieso que me pasó por la cabeza en algunos momentos. Sobre todo quería entender por qué si según todos era varón, si la biología dictaba eso y que por tanto debía entusiasmarme con ciertas cosas, no era mi realidad. Resulta tan difícil. Y lo es más porque llegas a un mundo en el que poca gente está preparada para ayudarte. ¿Cómo mi familia iba a explicarme qué me pasaba? No podían, no sabían”.

O eso creía hasta sus quince años, cuando “mamá” le regaló uno de los días más felices de su existencia a través de una promesa a la que no ha fallado: “Hija, yo lo sé todo. Estaba esperando el momento correcto para decírtelo; no quería cometer un error. Aquí tienes una amiga, aquí tienes una hermana, aquí tienes a tu madre. Ven conmigo siempre. Ante cualquier problema estaré para ti. Si no tengo la respuesta iré a buscarla a donde sea. Mientras exista, nunca estarás sola, jamás sufrirás sola”.

De aquellas palabras-juramento, Daniela bebió fuerzas: “Fue un impulso mágico. Ella me trajo al mundo. Se lo debía todo, y si pensaba así, si me comprendía, si me apoyaba, pues a echar pa’ lante. Tomé las riendas de mi vida y me propuse expresar quién era, y hacerlo con decencia, siendo una buena persona y aportando a la sociedad. Por herencia familiar me apasionaba la Enfermería y hacia esa profesión dirigí mis pasos”.

“Mi madre tuvo que ir a la escuela muchas veces. No soportaban ver mi pelo largo o mis cejas; ella me defendía animándolos a entender que yo era así y que solo podían reprocharme que desatendiera mis deberes académicos, y en ese sentido no había problemas. ‘No la maltraten, no la humillen’, exigía.

“Comencé a trabajar en el año 2003 en el Hospital Provincial Manuel Ascunce Domenech. Un día el doctor Félix González González, un reconocido endocrino de este centro, me miró y me preguntó si me gustaría ser físicamente una mujer. Le respondí que era mi sueño más preciado y me remitió a una consulta provincial para personas trans. Yo ni siquiera sabía que eso existía. Tenía 25 años cuando inicié el tratamiento.

“A veces me faltaban las esperanzas, hubo un doctor que me preguntaba por qué si quería ser mujer andaba vestida como hombre. Y le expliqué que rechazaba esa ropa, que no quería usarla, pero oficialmente era un enfermero del hospital, con un contrato firmado bajo un nombre masculino; que me gustaba mi trabajo, y lo ponía en riesgo si la que llegaba a la sala era una enfermera, porque había un régimen que cumplir.

“Una vez remitida a la capital sentía más cerca la ‘cura’. Todo el equipo me comprendió. Allí aprendí que nací femenina, que eran mis genitales los que no se correspondían con mi género. Cuando la comisión médica decidió operarme vi las estrellas y el cielo, todo... En el 2012, el 3 de octubre, salí de la sala siendo completamente mujer.

“Por cinco días esperé hasta ver mi nuevo cuerpo. Indescriptible aquel momento en que retiraron las vendas, el cirujano tomó un espejo y me mostró mis genitales femeninos. Fue una experiencia maravillosa todo el proceso posterior, conociendo ese órgano, utilizando los conformadores, experimentando la dilatación. Y volver a casa siendo lo que quieres, con el apoyo de tu familia es de lo mejor que a cualquiera en una situación similar puede ocurrirle”.

Todavía no tiene un carné de identidad que la acredite como ella. Otra de las cosas que no entiende. Si lo más difícil y costoso es la operación, por qué nuestros abogados tienen que pasar años trabajando para actualizar la documentación, se pregunta.

Mientras espera “los papeles” disfruta esta vida que en varios aspectos empezó de cero. Su pareja anterior no siguió con ella tras la cirugía. “Les pasa a muchas transexuales —cuenta— dejamos de ser lo que amaban. Yo entendí que en ese sentido también me tocaba recomenzar”.

Daniela, como prefieren llamarla los que la conocen de siempre, es hoy la jefa de enfermeras del servicio de Cirugía General en su hospital. Hizo una ley de su premisa de “inyectar” cariño a los pacientes, de velar por los detalles que dan un empujoncito a la mejoría de un enfermo.

No guarda reproches. Tiene una lista sagrada de agradecimientos: su familia, Mariela Castro, el doctor Rafael Cuan (jefe de servicios de su sala), la dirección de enfermería, los supervisores, los compañeros; el director del hospital, el doctor Miguel García Rodríguez… También abraza a Dios, dice que le dio una mente clara y le mostró el camino para llegar al Cenesex y “arreglarse” el cuerpo.

“Si aprendiéramos a permitirle a cada uno ser quien quiera, mostrarse tal y como es, muchos no irían a una mesa de operaciones. Sería más simple si se pudiera asistir al centro de trabajo o a cualquier lugar con el vestuario que cada quien escogiera, y no me refiero  a la extravagancia, ni la desvergüenza con que visten también personas heterosexuales, pues para todos hay normas lógicas de comportamiento”, opina.

Ahora es ella, sin miedo al qué dirán, a las miradas acusatorias, a los gestos de desprecio… “¿Por qué es más fácil para la gente juzgar?”, es otra de sus dudas permanentes. Pero no la desvela. Se seca las lágrimas que le arrancan los malos recuerdos, se levanta y asegura que mañana seguirá dando a todos el amor que de todos le gustaría recibir.