FLORIDA,CAMAGÜEY.- No calentó la cama. Alrededor de las 6:00 p.m. llegó a la casa, donde alegres lo aguardaban vecinos y compañeros de trabajo. Al amanecer del miércoles de nuevo enfiló hacia su ambiente laboral: el taller ferroviario 60 Aniversario, de Florida, exhibiendo en su pecho la Medalla Honorífica de Héroe del Trabajo de la República de Cuba.

La más joven generación de ferroviarios floridanos califica de maestro a Salvador Ávalos Armenteros, un moreno espigado, de 74 años de edad y excelente conversador, por la sapiencia acumulada como pailero, una especialidad que, como él mismo dice, se la debe a la Revolución que le abrió nuevas posibilidades en su fatigosa vida de niño.

No esconde la pobreza de su infancia, el parasitismo que padeció, la fórmula a la cual apeló, con apenas 14 años, para buscar el sustento suyo y de la familia en faenas agrícolas, en la tomatera de José Copa, ingeniero agrónomo y dueño de una finca.

 Las andanzas también con un amigo, al que nombraba Paco, a quien ayudaba a carretillar para vender mamoncillos y buscarse unos centavos. Con una sonrisa pícara habla de la alegría por la cena de fin de año.

 La abuela, Natividad Armenteros, era una excelente cocinera. Para diciembre siempre el alcalde de Florida le encargaba a ella preparar la comida y cuando todo estaba listo, la noble mujer dejaba ese ambiente aristocrático e iba para el hogar a hacer partícipe del manjar a sus negritos.

 Fue limpiabotas, cargó maletas, vendió billetes de la lotería, hizo maravillas hasta que triunfó la Revolución y en la propia zona de la Tomatera realizó labores de albañilería en un plan de construcción de viviendas campesinas hasta que logró incorporarse en el central Argentina en una plaza como ayudante.

Lo mandaron para el taller de locomotoras y Eleades, el jefe de personal, le pidió que si se mantenía firme en esa labor, (allí los ayudantes no duraban por el rigor del trabajo) al terminarse la reparación de la máquina de vapor vendría a preguntarle qué quería ser.

 “Me fue gustando tanto la pailería que me enamoré de ella. Aprendí la pailería de locomotora de vapor, estuve como siete meses ayudando en la zona de Morón y volví para acá, porque Florida me atrapa como el imán al hierro. Al taller 60 Aniversario llegué el primero de febrero de 1977.

“El secreto de un buen pailero es que le guste, el primer arte que debe tener antes de trazar, cortar, mecanizar, conformar placas, perfiles y tubos para construcciones mecánicas, es saber bien las medidas del trabajo a realizar”.

 Hago una pausa en la entrevista para recordar el momento en que recibió la alta condecoración que ahora le agranda sus orgullos.

 “Ese es un momento que si usted no está fuerte de corazón, le falla; es una emoción muy grande, pero tal vez trabajar tantos años en el hierro, este (y se toca el lado izquierdo del pecho) está bien y resistió.

“Cuando Raúl me está imponiendo la medalla me dice: ‘Camagüeyano ¿de qué lugar eres?’. Yo soy nacido y criado en Florida. ‘Yo en Florida tuve una tía que vivió muchos años y tuvo dos hijos. ¿Y Florida, cómo es?’ me pregunta. Y le contesté: allá estamos esperando la visita suya”.

Trajo otras muchas vivencias y emociones, de conocer la modestia del médico que atendió a Chávez y a Fidel, como hablar con Omara Portuondo, que cree que se confundió con él, pues al pasar cerca de ella, esta le dijo: “Oye, no me vas a saludar”. La abrazó y le dio un beso y la excelente cantante le pidió: “Uno no, tócame con otro” y Ávalos no pudo contener una amplia sonrisa.

 Para él recibir la medalla constituye un reto y un compromiso de seguir, según sus palabras: “Con el machete en las manos”.

 De Ávalos queda mucho por contar, también como innovador y del aprecio que hacia su persona tienen, desde Baró, el director de la Unidad Empresarial de Base; Farruco, el tornero, Ángel Eugellés, miembro del Buró Sindical, en fin, todos los trabajadores de ese aguerrido colectivo.