CAMAGÜEY.- Mientras Fidel aquel 16 de abril de 1961 hablaba, en 23 y 12 en la capital, en las honras fúnebres de las víctimas de los bombardeos a diferentes aeropuertos de Cuba, preludio de la invasión mercenaria, en Matanzas, los alumnos y profesores de la Escuela de responsables de milicias, procedentes de varios puntos del país, permanecían en zafarrancho de combate. Entre ellos se encontraba el camagüeyano, nativo de Lombillo, en Esmeralda, Juan Gualberto Horta Trujillo.

Hace más de cuarenta años conozco a Horta, de su verticalidad revolucionaria, de la capacidad de asumir y defender la verdad por dura que sea, sin vacilar frente a los contratiempos que pudiera traerle a su persona determinadas posiciones de intransigencia ante malos comportamientos que veía.

Por estas y otras razones doy credibilidad al testimonio que ofrece hoy, a 56 años de la Victoria de Playa Girón, como uno de los artífices de aquella epopeya, donde el país se jugó el todo por el todo por la supervivencia de la Revolución.

“El desembarco se produce el 17 y la primera unidad que llegó, fuera del área, fuimos nosotros y sobre las marcha se constituyó el batallón de combate, de cerca de 800 hombres, de estudiantes, profesores y jefes de la escuela.

“Era la única tropa que tenía alguna preparación militar, porque nos adiestramos con la finalidad de retornar a nuestros centros de trabajo y a nuestras áreas para darle preparación para la defensa a las milicias. Los que estábamos allí eramos jefes de determinado nivel de mando.

“Alrededor de las nueve de la mañana nosotros estábamos haciendo contacto con los mercenarios que se lanzaron en paracaídas, porque ellos previendo que nosotros estábamos llegando o aproximándonos al área de desembarco de ellos, lanzaron paracaidistas para impedir que nosotros avanzáramos y no interrumpieran en absoluto el desembarco.

“Ese desembarco aerotransportado no interfirió nada nuestra avanzada, duró menos que un merengue en la puerta de un colegio. Fueron de los primeros que se rindieron, por lo menos que viera yo, se entregaban algunos, incluso, se escondieron.

“Al otro día, por la mañana, hicimos prisionero a un miembro de una dotación de un cañón de retroceso que habían situado en un punto estratégico de Pálpite que no dispararon. Uno se fue y el otro se entregó sentadito, levantó los brazos y allí se cogió”.

Cuenta que las acciones de la Escuela, se extendieron hasta el 18 por la mañana en que los habíamos sacado de sus posiciones; llegó la Columna 1 y el Batallón de la Policía Nacional Revolucionaria y lo relevaron.

El Comandante en Jefe mandó a que nosotros saliéramos, incluso, ya como a las ocho de la mañana dio la orden de que regresaran al Central Australia, a reorganizar el batallón ante la pérdida de bajas y estuvieran listos a cumplir misiones en otras direcciones.

En ese momento se decía insistentemente que se producirían otros desembarcos, pero el batallón de Horta permaneció en ese lugar, aunque vuelve a retrotraerse, a explicar las acciones de la aviación enemiga, de cómo tuvieron que abandonar el transporte, momentáneamente y desplegarse en el monte, sin entrar en ese momento en la zona cenagosa. Retomar los camiones que finalmente abandonaron por la fuerza de la metralla enemiga.

“La orden de Fidel era impedir que organizaran la cabeza de playa, pero era imposible, venían bien preparados y con un buen armamento y técnica, abrir trincheras, parapetar un tanque en la arena y también artillería gruesa, mientras la infantería estaba superprotegida con la ventaja de haberse adueñado del terreno y asumir las mejores posiciones”.

Cuando llegan a Pálpite ya hacia más de 24 horas que no comían y le sirvieron una ración de arroz con picadillo; para ellos resultó un manjar... Son algunas de las anécdotas de la vez que tomaron una trocha de carboneros, en formación de pelotón, de la imposibilidad de seguir por la profundidad de la ciénaga y los pesados armamentos que llevaban...

Horta no olvida que cuando llegaron a Pálpite de nuevo había 22 bajas revolucionarias y de la aparición de la aviación cubana que los salvó, según sus palabras, fue constante y certera.

¿Me dijiste que viste a Fidel?

“A él se le veía allí frecuentemente, pasaba unas veces en yipi, en cualquier otro vehículo y en tanques. Yo lo vi el 17 en dos ocasiones, incluso, cerca en Pálpite. Habló con dos o tres Comandantes, uno que no recuerdo su nombre se fue con él. El 18 y el 19 lo vi varias veces. Incluso, cuando nos dice a nosotros, a Cuba y al mundo que el enemigo ya no presenta combate y está derrotado, yo estaba ahí, a cuatro metros. Se veía muy impulsivo, con un teléfono en la mano, como siempre, con el mejor carácter. Nunca estuve muy cerca de Fidel.

“Con nosotros era el mismo que veíamos por la televisión, sin alarde, ni ostentación, él era el que te halaba hacia lo que había que hacer ahí. Fue el ejemplo todo el tiempo. A Fidel lo vi allí y después muchas veces aquí, después de Girón, y nunca tuve la posibilidad, la satisfacción o el privilegio de conversar con él, darle la mano”.

¿Qué impresión te causó Fidel?

“La que me causó desde siempre, el jefe insustituible, el jefe maestro, el jefe guía, el jefe que no esperaba a que sus subordinados estén en riesgo y si hay peligro él está allí, lo corre junto con su tropa. Y según nos cuentan los rebeldes que estaban en la Sierra con él era lo mismo”

El mismo día que fallece Fidel, el 25 de noviembre de 2016 Juan y otros combatientes, recibieron en Camagüey la Medalla 60 aniversario de las Far, con motivo del desembarco del yate Granma.

¿Fue un momento difícil para ti?

“Pensé que el acto se iba a suspender, después en el grupo de atención me dijeron algo que me convenció, de que era una manera de tener reunidos a un grupo combatientes de él y considerarlo como un tributo a su memoria, a su ejemplaridad y combatividad.

“Todo el mundo consideró que recibía la medalla de sus manos. La asumimos como algo que él dejó para la posteridad. Eran 60 años que estuvimos juntos en las buenas y las malas. Por cuántas cosas no se pasó cuando el desembarco del Granma hasta que se produce la entrega de esa medalla”.

Juan Horta fue combatiente del Ejército Rebelde, de la Columna 11 en Sierra de Cubitas, cuando la Revolución triunfa lo designan para constituir el gobierno de Esmeralda y evitar que la persona que se pensaba, un burgues asumiera la responsabilidad de comisionado, tan es así que abandonó el país y vino con la brigada mercenaria 2506, Evangelista Mursulí.

Otros pasajes narrados por Horta tienen relación con el trabajo realizado junto al Capitán Jorge Enrique Mendoza Reboredo, de la constitución de la granja del pueblo Rodolfo Ramírez Esquivel, la tomatera de Florida y con la misión esencial de constituir milicias, partiendo de la experiencia que tenía en la formación de milicias clandestinas en Lombillo.

Horta el 12 de julio cumple 85 años. La familia más allegada ha. vivido cerca de 100 años, quien duda que él llegue. Está lúcido y con el espíritu de tomar de nuevo las armas si tuviera que hacerlo, tan es así que no ha dejado de cumplir tareas, “estoy apto física y mentalmente para cualquier misión que exige la Revolución con una mayor preparación que en aquella época”.