CAMAGÜEY.- Despejar la incógnita no fue difícil. Desde pequeño el papá de Leoncito, Rafael León Díaz, le habló de la hazaña deportiva y de sus experiencias, aunque, en realidad, no le gustaba hablar mucho de su vida de joven, de la época en que siendo estudiante de Medicina, por el año 1946, el cuarteto que integraba en espada y florete conquistó la medalla de oro en los V Juegos Centroamericanos y del Caribe, celebrados en Barranquilla, Colombia.

El hijo, Rafael León de la Torre, quien siguió el camino de la Cardiología desde hace 26 años, de los 31 de egresado de la carrera, explicó que fue en varias ocasiones campeón nacional en diferentes armas, dentro de esa especialidad, sobre todo, en espada y florete.

Para esa competencia foránea se hicieron eliminatorias con el objetivo de confeccionar el equipo Cuba. Predominaban atletas habaneros; sin embargo, un camagüeyano integró la nómina como floretista.

Por las venas, de quien fuera con los años uno de los más afamados cardiólogos de la provincia, brotó siempre su vocación por el deporte. Formador de generaciones de médicos ejerció como galeno por más de seis décadas, hasta unos días antes de su muerte, ocurrida el 18 de agosto del 2010, apenas un mes antes de cumplir 88.

León Díaz abrazó la disciplina de los puños porque su padre, catedrático de Matemática del Instituto de Segunda Enseñanza, hoy preuniversitario Álvaro Morell Álvarez, lo inclinó desde temprana edad hacia el ejercicio de los músculos, pienso que con la máxima de mente sana, cuerpo sano.

Durante la enseñanza del bachillerato, el baloncesto fue la disciplina seleccionada posteriormente y en la Universidad, la esgrima. Después de graduado como médico, eligió el tenis de campo, practicado con la raqueta en la mano izquierda porque decía que la derecha la tenía muy dura a causa de la esgrima.

Rafaelito, como se le conoce también, es de la opinión de que la esgrima como deporte de combate, de estrategia de ataque y riposta decide mucho para enfrentar la vida de manera general y la Medicina en particular.

La inclinación del “profe” León por el deporte la adquirió por vocación e inclinación de su padre, y la Medicina ciento por ciento por interés personal, porque no había antecedentes familiares.

El doctor León Díaz, la esposa y el también cardiólogo Justo de Lara.Foto: Cortesía familiarEl doctor León Díaz, la esposa y el también cardiólogo Justo de Lara.Foto: Cortesía familiar

—¿Cómo caracterizaría a su padre? ¿Un hombre comunicativo, introvertido y jaranero?

—Comunicativo y jaranero. Era una persona muy abierta, claro no es lo mismo en la casa que en el trabajo o en la escuela. Quizá eso uno lo ve diferente, tuve la suerte de aprender con él en el hogar, en el hospital y en la clase. Era diferente en uno y otro lugar.

“En la casa, la disciplina y el ejemplo que tiene que dar como padre, pero un gran profesor, con una excelente didáctica para la enseñanza. Nunca me dio clases en el hogar. Tenía un horario bien establecido en el hospital y yo tenía que adaptarme como cualquier alumno”.

El “profe” tenía la costumbre de informar el ciento por ciento de los electrocardiogramas del Hospital Provincial, siempre era entre 7:30 a 7:45 a.m. porque inmediatamente era la entrega de guardia, a la que tenía que asistir como jefe de servicio, práctica de gran valor para los pacientes y para el que quisiera aprender a interpretar el informe.

“El aula siempre estaba servida de lunes a viernes. Y así aprendí y después en la sala en los pases de visita, a efectuar los interrogatorios y exámenes físicos de los pacientes.

“Me preguntaba por las facetas de su personalidad, realmente era un experto y muy sintético, y la característica más importante era la síntesis, ese poder algo muy difícil de imitar. Con una oración era capaz de decir mucho, lo que había que aprender a oírlo y a interpretarlo, muy importante para la práctica médica, más hoy en día es muy difícil”.

Fue uno de los fundadores de la docencia médica en Camagüey. Los primeros alumnos de Medicina vinieron con sus profesores de La Habana, quienes se encontraron aquí a profesionales con un alto nivel científico y humano como este hombre, el que enseñó la máxima a su hijo de no establecer distingos entre los pacientes sea cual fuera su extracción social, sin pensar si es blanco o negro, rico o pobre, o si está mal o bien vestido.

Era obsesivo con la puntualidad y la brevedad, valores vividos por sus dos hijos, Rafaelito y Alina, asimilados por ambos a lo largo de su vida, porque ella también es médica. Para no llegar tarde al hospital los dejaba en la escuela primaria Pepito Tey, cerca de Montecarlo, a las siete de la mañana y seguía para el trabajo.

León fue un excelente deportista, cardiólogo y lector de periódicos, práctica que apreció Leoncito dos días antes de fallecer el ser querido. Procedía de una familia burguesa, y alguien le preguntó un día: “¿Por qué no te has ido de Cuba?” La respuesta fue inmediata: “No me da la gana”. “¿Eres revolucionario?”, y sintéticamente admitió: “y fidelista”.

Leoncito narró los valores de su padre como cardiólogo y deportista.Foto:Enrique Atiénzar Rivero / AdelanteLeoncito narró los valores de su padre como cardiólogo y deportista.Foto:Enrique Atiénzar Rivero / Adelante