CAMAGÜEY.- Hace una semana Camagüey recibió a su héroe deportivo del momento, el boxeador Julio César La Cruz Peraza. Después del agasajo popular en su actual domicilio del reparto El Retiro, el único campeón olímpico cubano de los 81 kg. hizo interesantes confesiones a Adelante Digital sobre el torneo de Río.

Sentado frente a su gran colección de trofeos, donde ahora cuelga la esperada presea estival, el ídolo de la Plaza de San Juan de Dios tomó un respiro tras la “paliza” de abrazos, frases de aliento, peticiones de autógrafos y fotos que recibiera de la multitud que lo esperó hasta altas horas de la noche del viernes 26.

--Antes de partir a Río, y durante la competencia, dabas la impresión de estar psicológicamente bien preparado, muy seguro de ti. ¿En algún momento pasó por tu cabeza el fiasco de Londres?

--Por mi mente pasaron muchas cosas, no solo la derrota de hace cuatro años. En este período además de sufrir por la “espinita” de Londres, sabes que fui víctima de un asalto y eso también me afectó, pero cada golpe me hace más fuerte. En este ciclo me coroné dos veces campeón mundial, estuve casi perfecto en las Series Mundiales y la Aiba (la Asociación Internacional de Boxeo) me seleccionó como su mejor atleta; solo me faltaba Río. Mis entrenadores y psicólogos trabajaron mucho para borrar la huella de la derrota frente a Yamaguchi Falcao, pero te soy sincero: la confianza de la gente, de mis amigos y familiares y de las autoridades del deporte y el país fueron mi mejor tratamiento.

--¿Cómo calificas el torneo boxístico de estas olimpiadas?

--No es autosuficiencia mía; fue la competencia de alto nivel en la que he peleado más fácil. Conocía a todos los rivales y todos me conocían a mí. Yo llegué siendo el campeón de todo y ellos tenían que ganarme, eso me favoreció para desplegar mi estilo de pelea. Cuando llegamos a Brasil, Yumilka Ruiz, la doble titular olímpica del voleibol, me aconsejó que fuera fiel a mi estilo, que saliera a divertirme y que bailara sobre el ring, y así lo hice.

--Mucho se ha hablado por estos días sobre tu forma de pelear, alguien hasta llegó a decir que lo que haces no es boxeo.

--Que me digan qué es boxeo; para mí es dar y que no te den. No me gusta entrar en el intercambio constante porque ahí cualquiera te sorprende y te tumba, hasta el más malo puede tumbarte. Yo no soy un púgil que busque el nocao, le doy la posibilidad al rival de que me golpee; si lo logra es bueno, si no yo soy mejor. Aunque no quiero dejar a nadie en ridículo a veces termino haciéndolo porque la esquiva y la rapidez son mis principales armas. Yo creía, por ejemplo, que me seleccionarían como el mejor en las Olimpiadas y resulta que fue el uzbeko de los minimoscas, Hasanboy Dusmatov, un hombre muy combativo pero que recibió su medalla con la cara llena de moretones. A mí casi no me tocan y mis rivales siempre se llevan unos cuantos golpes, lo demás es cuestión de gustos.

--¿En que pensaba Julio César cuando iba rumbo al cuadrilátero para enfrentar al kazajo Niyazymbetov?

--Tengo mis rituales. Mientras voy saltando bajo la mirada y me encomiendo a Oshún y a Eleguá, recuerdo a mis seres queridos que ya no están, como mi abuelita. Luego subo la cabeza y mientras miro al público pienso en mi gente de Camagüey, mis amigos y sobre todo en mi niña y mi mamá, que son lo más importante en mi vida. Te confieso que en Río antes de la pelea ya me imaginaba a los cubanos gritando de alegría y pensé en el momento en que mi bandera subía a lo más alto y mi pueblo cantaba el himno junto a mí. Cuando subí al ring ya era campeón.