CAMAGÜEY.- A Humberto Guevara Esquivel le conocía de nombre, un periodista que ha hecho de su existencia la mejor de las noticias, como los hay en toda Cuba, aferrados a la redacción, pero invisibles. Este año mereció el Premio provincial Rolando Ramírez, por la obra de la vida, el pretexto por iniciar “La tarde del jueves” en la Casa de la Prensa camagüeyana, ideal para compartir entre colegas y amigos el sano orgullo, las sorpresas y las esperanzas de nuestro oficio.

Su condición de único Licenciado en Periodismo de Radio Florida y las remembranzas junto a compañeros de aula llenaron de afectos el encuentro desde el principio. Por eso el diálogo empezó por la carrera en Santiago de Cuba, debido a un plan opcional de la Unión de Periodistas de Cuba (Upec) y el Ministerio de Educación.

“Hicimos un remedial de Facultad Obrera y todos aprobamos la prueba de aptitud. A Oriente íbamos cada 21 días. El salario de unos llegaba a 118 pesos, yo ganaba 229, porque trabajaba en el periódico Adelante y en Cadena Agramonte cuando se hizo una modificación, y con eso era millonario. Salíamos por la tarde y podíamos llegar al mediodía siguiente, los trenes paraban dondequiera. Un día me dicen en la terminal que no llegaba por 'una ventana abierta'. ¿Qué tendría que ver la ventana con la demora?, me preguntaba. La ventana era un tramo abierto de la vía”.

Entre risas teje su claustro: “Allá nos dieron clases Lechuga, que falleció el otro día; Olga Portuondo, Malo de Molina, Guanche, Fonseca, Ana Elva, Cause... Recuerdo la prueba de la historia de la Revolución de Octubre, un tema central a desarrollar en no menos de 25 cuartillas. Enrique Atiénzar terminó a las ocho de la noche y le preguntó al profesor si podía pasarla en limpio...”

--¿Ha regresado a Santiago?

--No, porque incluso la tesis la discutimos aquí, en la Casa del Propagandista. Francisco “Frank” Sierra Ortega, colega de Florida, y yo, estudiamos el tratamiento de la zafra de noviembre de 1982 a marzo del ´83, en Adelante y en Granma, respectivamente. Tuvimos una tutora de lujo, Miozotis Fabelo Pinares. No es que la universidad te da todo. Yo creo que lo que más te da es la calle, pero ser licenciado en Periodismo te da confianza.

--¿Cómo mira la zafra de hoy?

--El sector azucarero es de los de mayores problemas, por un gran dilema. Si no hay azúcar, no tienen salario; pero si no hay salario, no hay quien haga azúcar. ¿Cómo van a resolverlo? Todavía nadie sabe. De los 100 años del Central Argentina, posiblemente sea este el peor de su historia. De las cañas existentes no sacaron azúcar por bajos rendimientos fabriles. Evidentemente se botó el guarapo. Quienes sabían operar las máquinas se fueron, no ganaban. Un buen operador de tacho conlleva 10 o 12 años adiestrarlo. Si no buscan personal preparado, la zafra que viene será un desastre.

Su vínculo con Adelante despierta la curiosidad en el auditorio, donde cuenta con la complicidad de Diosdada Sagarra y Otilio Rivero —con quienes compartió la aventura estudiantil— y de jóvenes que no alcanzamos la anterior vivencia del diarismo.

“En el ´64 se organizó una escuela de corresponsales en la provincia. Por mi comité de base de la Juventud me preguntaron y acepté. El curso en la ciudad de Camagüey duró cinco meses y pico. De 25, nos quedamos cuatro, dos para el periódico y dos para la radio. En Adelante trabajé casi cuatro años, junto a Eduardo Labrada, Armando Boudet, Aurelio Arteaga, Luis Manuel Arce. Enrique López hacía las deportivas. Jorge Luis Canela era el jefe de información y Luisa Mariana Arteaga, la directora.

“El diario no era fácil para alguien que no sabía lo que era ejercer el periodismo. ´A la información le falta contenido´, nos decían a veces. Si me llamaban periodista, respondía: ´no, no, yo soy reportero´. Empecé a simultanear en el noticiero de cierre de la radio. Cuando salí de la Columna Juvenil del Centenario en el ´71, iba para Adelante, pero el transporte estaba tan malo que me quedé en la emisora de Florida”.

--¿Por qué en la radio solo ha hecho trabajo reporteril?

--Siempre he hecho espacios informativos. Dirijo el cierre y el resumen semanal. Me han propuesto otros, pero lo mío es estar en la calle. Llego a la emisora a las 6:30 a.m. y a las 8:30 a.m. ya tengo claridad del día, y una reserva para el otro. No me gusta amanecer sin nada que redactar. A veces digo que me voy a retirar pero no. En la emisora ha existido ese espíritu de compartir, de preguntar cuando hay dudas.

--La información es nuestra Cenicienta, ¿qué le hace vindicarla?

--Trabajo cualquier género, pero me gusta la nota informativa, porque doy a conocer algo que nadie sabe, después profundizo. A veces veo notas con pobreza, pasa cuando no se domina el tema. No me gusta escribir de lo que no sé.

Humberto Guevara Esquivel. Foto: Otilio Rivero Delgado/AdelanteHumberto Guevara Esquivel. Foto: Otilio Rivero Delgado/Adelante--¿Desde cuándo escucha radio?

--Desde que mi abuela compró uno frente al central Siboney. Especialmente oíamos la emisora de Don Pancho, de aquí de Camagüey. Debería analizarse su programación, por la hora de Don Pancho y el padre de Aztequita, que hoy llamaríamos revista, acerca de cosas comerciales y asuntos cotidianos. Escuchábamos novelas… todo hasta las ocho de la noche, la hora de dormir.

“Pensando en el periodismo, eso me favoreció, igual que a la lectura me ayudaron las publicaciones de muñequitos: El Halcón Negro, El Zorro, clásicos del cine... Mucho después trabajé dos años de secretario de la ANAP en Florida, donde tenía que hacer unas actas horrorosas, pero me dieron la facilidad de la síntesis”.

--¿Cuáles lecciones agradece de su infancia?

-- Soy de Esmeralda. Vivía entre Guayabal y Donato, una ubicación un poco extraña. Allá vi un “extraterrestre”. Con cinco o seis años -- nací en el ´41-- andábamos mi hermano y yo por el potrero de la finca de mi abuelo. De pronto vemos una cosa con unos cristales alante que venía serpenteando para arriba de nosotros. Nos escondimos en los pilotes de la casa de madera hasta pasar el susto. Nunca habíamos visto un tractor. Luego mi papá muere y mi abuelo hereda una tierra por Siboney, adonde nos fuimos. En 1952 nos mudamos para Florida.

“También tengo anécdotas con presidentes. En el ´53, por el centenario de Martí, se hizo una parada en La Habana con niños de todas las provincias. En Rancho Boyeros, cuando nos bajamos del tren estaba Fulgencio Batista dándole la mano a los guajiritos con sombrero de guano y maleticas de cartón. También saludé a Osvaldo Dorticós en Nuevitas, ya de periodista en Adelante, aunque no nos dio entrevista”.

--¿Estuvo cerca de Fidel?

--En cobertura no. En el ´64 en Varadero, mientras conversaba con los maestros, y al día siguiente, con el equipo Cuba de polo acuático. Estuvo tres minutos y 20 segundos con la cabeza debajo del agua, un tiempo respetable porque él fumaba. Luego en dos congresos de la Upec. En el tiempo de la merienda lo tuve delante como 20 minutos hablando de los voceros, y detrás el escolta me repetía “no te muevas”. En otro me autografió el libro Educación y Revolución, que nos regalaron.

--¿Qué le preocupa del Periodismo en la actualidad?

--Preocuparme ya con la edad que tengo no es fácil. Hay posibilidades de que la juventud de hoy sea mejor que nosotros, tiene más “yerros” para comenzar, la posibilidad de insertarse en las redes sociales, de buscar por internet y profundizar más rápido. El periodista tiene que dominar lo que pasa en su territorio. Hay que despojarse del periodismo fácil de una reunión donde no se dice nada, donde todo es bueno y maravilloso. Mi teoría: nunca me gusta poner la fiesta con el velorio. También tengo un método: no escribo nada personal.

--¿Cómo califica su tránsito de la máquina de escribir a la computadora?

--Traumático. La primera computadora llegó a la emisora en el 2001. Nunca me había sentado frente a una. En el Joven Club del “Argentina” aprendí a trajinarla. Por lo menos no tuve que aprender a escribir porque era mecanógrafo. Cuando las Torres Gemelas hice la primera incursión. Tomé de internet los datos, y media hora después de enterarnos, estaba sacando al aire. Mi hijo, conocedor de informática, se me pone bravo: “no sé cómo haces eso”, “olvídate de cómo lo hago; sale bien, además, lo mío es escribir, no inventar como tú”. A la verdad, la computadora es una maravilla.

--Usted hablaba de la forja del hogar con sus abuelos. ¿A qué atribuye el relajamiento social de hoy?

--El paternalismo se come a la gente por una pata. Yo trabajé en el bar de un gallego. Para subir y bajar las puertas de yerro se hacía una fuerza que le roncaba el mango. Si abría a las 6:00 a.m., que no se te ocurriera a las 6:02… si a las 12 menos cinco de la noche hacías por cerrar, porque desde las 10 no iba nadie, el gallego se te plantaba alante: “¿quién mandó a cerrar?”. Hoy en día no hay disciplina. A nadie le duele nada. Por eso el periodismo es una gran aventura, y participar en sus encuentros y desencuentros te ayuda. Si todo fuera bueno bueno, la vida sería muy monótona.