Adelina Vázquez ÁlvarezAdelina Vázquez ÁlvarezCAMAGÜEY.- En medio de un paréntesis en la “batida” con El 71. Anatomía de una crisis de Jorge Fornet, Adelina Vázquez Álvarez accedió a conversar con Adelante. El pretexto: la fecha de los bibliotecarios, no que se vaya a morir, como jaraneó con este equipo por la manía de halagos que abundan justo antes de las partidas.

Así de campechana y auténtica como esta presentación-saludo fue la conversación con Lili, pues “si preguntas por Adelina Vázquez en los lugares donde me conocen quizás muchos vacilen”. A sus casi 64 años Lili es como suena su “nombre”: joven, radiante, de estima fácil, gesto agradable, muy suave…

Y entonces pienso en que más allá de la genética cuánto de estas esencias vienen de los libros. Porque Lili ha pasado su vida como rehén en ese universo caótico del que habla Borges; nunca pudo-quiso liberarse. “Del año 1972 al 1975 estudié en la Escuela Nacional de Bibliotecas el técnico en nivel medio en Información científico-técnica y bibliotecología, en La Habana”.

Desde entonces Lili ha “escrito” en la Biblioteca Provincial Julio Antonio Mella de esta ciudad su cuento más leído; aunque en ella los límites entre existencia y estantes, libros, lecturas apenas tienen sentido. “Regresé embarazada de La Habana, tuve a mi hijo y enseguida me incorporé a trabajar prácticamente con él en brazos. Primero estuve en la Sala General que en aquel entonces cerraba a las 11 de la noche; luego me consideraron y para que no estuviera en la segunda planta con el niño bajé a la Sala infantil-juvenil, donde estuve ocho años y llegué a ser su responsable”.

A esta última experiencia Lili la define como una de “años hermosos, de grandes satisfacciones”. Recuerda con mucho cariño el contacto con este público: “Trabajábamos muchísimo, es cierto; además son edades complejas pero cuando una veía los resultados en sus aprendizajes, esa era la mejor retribución.

“Les hablábamos de los grandes pintores cubanos, intencionábamos las lecturas sobre ellos, se nutrían de su obra, aprendían mucho y esos conocimientos luego los expresaban en los trabajos que hacían en el círculo de interés. No sé si alguno se hizo pintor, pero al menos sí le inculcamos sensibilidad para apreciar y sentir el arte de manera general”.

Cuenta con gran orgullo el privilegio de representar a la provincia en el I Encuentro Nacional de Creación Plástica Infantil, organizado por el Ministerio de Cultura en noviembre de 1979. Y como para que no queden dudas pausa el diálogo y nos trae el cartel que todavía conserva como reliquia sagrada. Claro que sí, todo cuanto ha hecho lleva la marca sacra de la consagración.

“Mi familia quiere que me retire, y yo hasta lo he pensado, pero me cuesta despegarme, vengo todos los días con mi bastón; a veces digo: ‘si me voy de la biblioteca, qué me hago’. Me gusta sentirme útil, no descanso ni los fines de semana, pues en el barrio sigo siendo la bibliotecaria y todos los vecinos me buscan para que los ayude con sus tareas. Ni cuando estoy enferma les digo que no”. Lili se niega a encerrarse en gabinetes polvorientos. Por eso aconseja “a las nuevas generaciones que no dejen de leer; la lectura transporta, ¿cuántas novelas, cuentos, libros de historia, cultura, economía pueden enriquecernos el alma y el intelecto”, comenta como creyendo un sacrilegio que tantas páginas queden por ahí sin ser descubiertas.

A ella que perdió la cuenta de las que ha ojeado hay que escucharla con oído fino. Actualmente labora en el Departamento de Selección, adquisición y procesos técnicos de la “Julio Antonio Mella”, donde se encarga de catalogar, clasificar y confeccionar las fichas de los textos que van llegando. Asegura que “esta responsabilidad entraña mucha concentración, análisis, precisión, estudio; a veces me paso varios días con un solo libro pues no se puede suponer, tengo que leerlos para estar segura qué aborda, cuáles son las materias con las que está relacionado. Este mismo –y levanta El 71…-- a simple vista una cree que trata de un año y de una crisis, y si no lo leo pongo que es de Economía, y no, es un ensayo que habla de la crisis en la esfera cultural que atravesamos ese año y de sus consecuencias en la historia cultural cubana”.

Quizás por ese tinte de investigadora exquisita que no pinta sus canas también se dedica al magisterio. Actualmente imparte la asignatura Catalogación en el Centro de superación para el arte y cultura. “Les he dado clases a casi todos aquí, hasta a la directora, pocos se me han escapado”, dice con el mismo halo de embromes que tanto extraña en una mujer que ha pasado su vida en el reposo casi monástico de una biblioteca. A veces en los extremos se hallan las distancias más cortas. Sencillamente, ella es una fuera de liga.

No exagero cuando digo que lo de anaqueles es mayor en su ADN, y ese síndrome de polilla en libro-fortuna la determina. “Yo soy como un archivo, todo lo guardo, son las memorias de mi trabajo; mis compañeros me dicen que cuando me jubile van a quitar mi ‘rinconera’ porque mientras este aquí no los dejo”, confiesa riendo y haciendo cómplice al resto del “auditorio”, en su mayoría joven.

Y al presenciar esa camaradería evidente no puedo dejar de preguntarle por las nuevas generaciones de bibliotecarios, y lo que a todos, jóvenes y consagrados, no puede faltarle. Primero dice que los aconseja mucho sobre el comportamiento, las maneras de vestir, “soy asesora de todo el que llega, me encanta ayudarlos en su formación”, y entonces sentencia la lección del día: “Los que nos dedicamos a guiar a otros en sus experiencias académicas, investigativas o en las lecturas por pleno placer tenemos que priorizar el tiempo para cultivarnos. El bibliotecario tiene también que auxiliarse de otros, interactuar mucho, preguntar si no está seguro, pero decir bien la información. Me pone mal escuchar ‘no sé, no está’, tenemos que brindar el servicio con calidad. Si no está seguro de algo decir ‘espera, vuelve mañana’, pero yo busco y doy las referencias correctas, siempre he sido de ese criterio”.

Lili se muestra recelosa del predominio de las nuevas tecnologías, y en ello ve una de de las causas del decrecimiento de los usuarios. “Antes venían más, pero nosotros actuamos y vamos tras la gente; les llevamos la biblioteca a las comunidades, las prisiones, los barrios”, refiere esta amante del Periodismo y el Derecho que no fue en reglas de redacción ni en la aprehensión de leyes, sino en una biblioteca, donde encontró su lectura más genuina.

Con esa convicción nos fuimos, pues amén de descubrirle el amor por su oficio, su temple no la despinta: cejas perfiladas, uñas arregladas, ropa y modos impecables, pero para la foto faltaba la “hemoglobina”: retoques en el cabello y pintura para los labios. Lili es mucha Lili.

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