A sus 86 primaveras se mantiene en forma y se ocupa de su esposa. Su hogar está en el reparto Garrido, en esta ciudad y su sala está adornada con cuadros donde se encuentran líderes de la talla de Juan Almeida, Ernesto Guevara y Fidel Castro.

No obstante su avanzada edad, aún corre en las mañanas y tiene una memoria envidiable. Se alfabetizó después de 1959 y, a pesar de que no se superó académicamente, es una persona muy inteligente y amante de la lectura.

—¿Cómo fueron sus primeros años?

—Me criaron mis abuelos maternos, Petronila Martínez y José Saborit, en Niquero, Oriente. Soy hijo de Modesta y Manuel. Mi niñez y adolescencia fueron muy tristes, no pude ir a la escuela ni tenía zapatos. A los siete años tuve que halar de una yunta de bueyes, siempre estuve trabajando: buscando leña, agua...

—Desde muy joven tenía que ayudar a mi abuelo en el campo. Cuando crecí, seguí los pasos de mi mamá, que se trasladó a Camagüey, pasando mucho trabajo. Para seguirla, mi tío Andrés me prestó cinco pesos y con ese dinero cogí una lancha de Manzanillo a Santa Cruz del Sur; luego me encontré con mi madre en la Colonia San Pedro, del central Macareño.

—Allí, por mi corta edad no podía trabajar, lo hacía a escondidas, recogía boniatos para Ulises Milanés, tenía 16 años solamente. En ese momento conocí a Emma, mi esposa, y enseguida nos hicimos novios, nos casamos y tuvimos cuatro hijos. Tuve que ser pescador, cortador de caña, trabajar duro para que mis niños comieran.

“En 1948 comenzó la lucha de los obreros, y a la cabeza estaba Jesús Menéndez, al cual admiré mucho”.

—¿Conoció a Jesús Menéndez?

—No, no lo conocí, pero simpaticé con él, porque defendía a los obreros. Cuando lo mataron hice una recolecta de nueve pesos para su viuda.

—¿Cómo fueron sus inicios en la lucha revolucionaria?

—Desde muy joven sufrí por la clase pobre, mi situación económica era terrible, todo era barato, pero para ganar había que sudar mucho. Simpaticé con los jóvenes que asaltaron el Moncada. Traté de contactar años después con Héctor Magadan, jefe del M-26-7 en Macareño y me rechazaba, le insistí tanto que me llamó.

“La primera acción en la que participé fue en un incendio a los almacenes de una compañía en Macareño, así fue cómo entré en el M-26-7. Después quemé un puente en 1958. Ya era la etapa de la lucha en la Sierra y mi hermano Justino, “Lito” estaba alzado en el Segundo Frente Oriental y murió luchando. Además, me dieron tareas de recoger armas y salir de noche, sin que mi familia lo supiera.

“Ya existía confianza en mí. Se me designó el entierro de los caídos en Pino Tres. Cuando entré al cementerio fue impresionante, había muchos hombres armados. Juan Amado, que era listero de la Compañía Macareño, organizó la fosa común donde estaban los muertos en la acción, y yo lo ayudé a enterrarlos. Al día siguiente el cementerio amaneció lleno de coronas.

“Participé en el asalto al cuartel de la Guardia Rural de Macareño, pero antes entré al lugar vendiendo pescado, pero eso fue para estudiarlo. Dimos el golpe a las 12:30 p.m., este fue demoledor, nos llevamos balas, granadas, pistolas, varias armas. Admiro a la juventud de esa época, porque era capaz de todo, lo mismo le arrebataban un cuchillo a un guardia que eran capaces de organizar manifestaciones. Muchos de los asaltantes éramos casi niños. Después de eso, aprendí muchas cosas, porque yo no sabía usar ni una pistola. Los compañeros me enseñaron a manejar el fusil, a arrastrarme, y otras maniobras.

“El 3 de noviembre de 1958 estábamos a unos 50 kilómetros del central Francisco, nos encontramos un maizal y con el hambre que teníamos nos comimos unas cuantas mazorcas. Ya había participado en varias acciones con el Frente Camagüey y nos enteramos del triunfo de Revolución cuando estábamos en Macareño”.

—¿Que significó el triunfo de la Revolución para usted?

—Para mí no fue tan bueno, porque me enteré de la muerte de mi hermano en la Sierra, veía a toda mi familia celebrando y era el único que sabía la noticia, no se lo dije ni a mi madre para no estropearle la alegría. Sí fue esperanzadora, porque sabíamos que las cosas iban a cambiar.

—¿Cuáles fueron las primeras tareas que se le encomendaron?

—La primera misión fue la intervención de los cuarteles, porque yo era soldado. Tuvimos que ejecutar a los asesinos. Primero me mandaron para el central Francisco y después para Guáimaro.

“Luego me trasladé para el Escambray, ahí estuve seis meses en la lucha contra los bandidos. Nos mataron un compañero; estando cerca de Manicaragua se formó un tiroteo, allí tiré con lanzacohetes, y a unos 150 metros acabé con un grupo que había en una cueva”.

—Después de la Lucha contra bandidos, ¿a qué se dedicó?

—Vine para Camagüey y me dediqué a la zafra, mi campamento en Maraguán salió vanguardia. Terminé la zafra y me fui para La Paloma unos cinco años, pasé mucho trabajo. Continué en las FAR, desempeñé varios cargos, desde jefe de Compañía hasta Capitán, que fue cuando me retiré, llevaba 25 años en las FAR.

“Tengo el orgullo de que el grado de capitán me lo puso el Comandante en Jefe, y me siento el hombre más feliz de la tierra por eso.

“Después del retiro, por mi actitud me han galardonado con varias medallas, 14 condecoraciones. Mi casa me la dio la Revolución.

“Aunque lloro por mi hermano todavía, estoy orgulloso de él porque murió por la Revolución. Abandoné a mi familia en momentos difíciles para luchar, y obtuve mi recompensa”.

—Muy pocos conocen que usted es un maratonista, se le ve en todas las carreras, e incluso ha sido partícipe, aun sobrepasando los 80 años. ¿Desde cuándo empieza a correr?

—El primer maratón fue de Remedios a Bartolomé, quedé en segundo lugar, estuve en cuatro competencias de Varadero Internacional y alcancé en uno el segundo lugar. Participé en siete maratones del periódico Adelante, dos Terry Fox y todavía, con 86 años, practico ejercicios físicos.

—Si tuviera que agradecerle a alguien lo que es hoy, ¿quién sería esa persona?

—Si hay un hombre que tengo que agradecerle es a Juan Almeida, lo quiero con la vida, me resolvió muchos problemas. Agradezco a Fidel por lo que ha hecho. Bueno, le correspondería a muchas personas, y creo que una sola no sería suficiente, le debo todo a la Revolución.

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