Llegué un poco tímida, pues además de invadir su espacio familiar, yo, aún estudiante de periodismo, pretendía interrogar a un reconocido artista, blanco recurrente de medios nacionales. Y a ello súmele el temor de no haber preparado la entrevista, pues la oportunidad se apareció de improviso, así como retando a cualquier vestigio de marasmo periodístico.

Hoy les confieso que en menos de una hora de conversación percibí la desnudez pizpireta de la oratoria y el ser de Maykel Herrera Pacheco.

--Entre el deporte, los acordes y las pinceladas.

--Desde pequeño tuve una fuerte vocación por varias profesiones, por varias actividades, no solo relacionadas con el arte sino también con el deporte. Practiqué mucho tiempo la lucha libre, un deporte muy importante para mí porque considero que, a partir de esos años de infancia, mi personalidad se equilibró con la necesidad que tienen los niños de expresar o aligerar la energía. Eso me lo permitió la lucha libre.

“También mi padre influyó mucho en mí. Él fue dibujante y técnico en arquitectura, y tocaba la guitarra. La infancia fue una etapa de mi vida muy inquieta, convulsa. Hice muchísimo deporte, entré a la escuela vocacional de arte -fue mi primera carrera en un escuela de arte- donde estudié la guitarra y el piano. Soy un apasionado de la música también.

“Pero nunca abandoné el dibujo. Pintaba todo lo que veía, el amiguito, el carrito, la maestra... Luego, ya en la secundaria, se acrecentó este entusiasmo, por lo que tuve algunos problemas con la atención en la escuela; me distraía mucho, aunque siempre tuve buenas calificaciones. Atendía las primeras clases de los contenidos, pero el resto de la consolidación siempre estaba en la última mesa con los dibujos. O sea, fue una adicción muy fuerte que siempre tuve y realmente, desde esos momentos, fue creciendo el creador que hoy soy”.

--Me hablas de la música con un entusiasmo…

--La música, te digo, me gusta mucho, me transporta, y no podría hacer pintura hoy sin todo lo que me aportó la música, forma parte de mi vida también, aunque al final tuvieron más fuerza las artes plásticas”.

--Generalmente en los municipios no existe una vida cultural poderosa, lo cual contrasta con tu arraigada atracción por el arte desde pequeño.

--En mi vida todo es contrastante. Soy del campo pero no sembraba la tierra ni criaba animales. Estuve muchos años practicando la lucha libre que no tiene nada que ver con el piano y la guitarra, que me encantan; ni con la pintura, que es mi profesión.

“Desde pequeño lo mismo iba a una competencia de lucha, que hacía una pintura o me colaba por la ventana de la Casa de Cultura de Vertientes a tocar el piano; me encantaba, el único guajiro que hacía eso con siete años era yo. Al final ni, yo mismo entiendo cómo pueden coexistir tantas cosas en mi interior; no sé, pero me hace feliz.

“Creo que dentro de mí están todos los extremos, y me gusta. Me dejo llevar por mis instintos y deseos, y toda esa conjunción se manifiesta dentro de mi pintura. Pienso, sencillamente, que me enriquece como persona”.

--¿Cuándo la pintura comenzó a tomar mayor seriedad en tu vida?

--Después que termino noveno grado ingresé en la Escuela Principal de Arte de Camagüey, hoy Academia Vicentina de la Torre, donde descubrí una noticia significativa: existía una carrera para estudiar pintura.

“Fue algo casi imposible de creer. Yo asociaba el dibujo con el regaño, pintaba y me aguardaba siempre un problema en casa. Por tanto, entré a la escuela con toda esa furia acumulada y la cristalicé en mi trabajo constante durante los cuatro años de mi preparación allí.

“Todos los conocimientos que me brindaron mis maestros de la plástica aquí en Camagüey están presentes hasta ahora, son las herramientas que me han permitido concebir una obra como la que tengo hoy”.

--Una vez graduado ¿qué pasó en la vida de Maykel Herrera?

--Después de graduado tuve la oportunidad de quedarme en la escuela como maestro de pintura y dibujo. Para mí fue una experiencia significativa porque me ayudó a comprender que el artista no está solo para autocomplacerse sino que debe pensar en la forma más sencilla y asequible para llegar a quienes lo rodean. Los públicos, sin importar origen ni idioma, entienden el lenguaje de la sensibilidad, y ese hay que alimentarlo. En aquel caso se trataba de mis alumnos pero esa máxima me ha guiado desde entonces.

“Fue en esa misma etapa cuando comencé a desarrollar mi trabajo como profesional, ejercitando conocimientos y sobre todo experimentando en muchas aristas. Tenía la libertad de hacer una obra que obedeciera solo a mis intereses, ese fue el principio que rigió mis performances en galerías, como la ocasión en que me saqué sangre o cuando despaché sacos de arroz. Fue un período de mucha inquietud y me sirvió para indagar y estudiar soportes diferentes, como el performance, la escultura, la instalación; hice puentes de hielo, hice todo lo que quise”.

--Los artistas expresan sus necesidades y preocupaciones a través de sus obras, entonces ¿por qué los niños se “leen” como una suerte de alpiste fecundo en tus pinturas?

--Otros pintores también trabajaron este tema, como Joaquín Sorolla, Juana Borrero, o Diego Velázquez, con Las Meninas. Yo recibo un poco la influencia de todos. Pero trato de sembrar un sello y hacerlo germinar, porque esa es una necesidad primigenia.

“Así asumí el código del niño como un concepto medular dentro de mi quehacer como artista. He tenido etapas anteriores en las que no tocaba el tema del niño como ícono principal, pero en esta siento que el puente que se estrecha entre el público y yo es mucho más corto y enriquecedor.

“O sea, en esta serie de los niños hay una mayor complicidad con el espectador, pues estos perciben mi mensaje, mi intención, mi monólogo pictórico de una manera más directa y por tanto he sentido que mi obra se ha fortalecido sobremanera con este código. No es un tema que plasmo de manera mecánica, tiene que ver con la ternura, fragilidad y desenfado que me transmiten los niños. Para mí son un regalo especial y de alguna forma creo que ha quedado claro en todos estos años”.

¿Cómo transcurre un día normal en la vida de Maykel Herrera?

“Bueno, mis días, creo, no tienen nada de atípico. Yo dedico poco espacio a la distracción. Trabajo desde que me levanto hasta que me acuesto. Muchos amigos me han criticado, pero yo siento que es mi manera de ser feliz, de sentirme realizado y satisfecho. No solo pinto, hago de todo lo relacionado con mi profesión, estudio mucho. Creo que la fórmula en ese sentido es no perder un minuto. Para mí es una religión y no lo asumo de manera forzada; nace y crece dentro de mí. Mi carrera es la esencia de mi vida”.

Además de la familia, ¿qué te hace regresar a Camagüey?

“Camagüey es mi ciudad, es mi paraíso. Vertientes también, es mi tierra, donde nací y crecí. Camagüey es muy importante para mí por muchas razones: las conquistas que hay en esta ciudad son inigualables; la espiritualidad que percibo en sus calles, sus personas.

Independientemente de la familia, volver a Camagüey a mí se me hace obligatorio, mi ciudad está llena de una ternura que me atrapa y me ha servido para crecer en el ámbito más personal. Aquí tengo a mis grandes maestros y amigos, es el lugar donde aprendí a pintar y lo menos que se merece esta tierra es que yo le devuelva un tanto lo que hizo por mí. Aquí nace la magia, creo que sencillamente, aquí nace una inspiración que hoy se traduce en mucha poesía.

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