Camagüey.- El vestuario más allá de su escenografía advierte la muestra desde el título. Y la galería Midas se nos antoja un coliseo radiante, capaz de contener, en pequeños maniquíes, todo el aplauso de años para múltiples obras danzarias y teatrales. En el imaginario colectivo quedan el santo y la seña de tal ballet y director, o de bailarines y actores cuya imagen ayudó a fijar un hombre con nombre. Pero Jorge Lozano Viamontes escogió la vocación del silencio.

En el espacio cercano a la Plaza de los Trabajadores se le vio el jueves modestísimo, tan sencillo como las personas que admira; tan humilde, como el que, sin arrogancia de canas, sigue de alumno e invita a su maestra del Kindergarten; a la de Español en la Formadora de Minas de Frío, y a sus vecinos. Omitiendo su resonancia creadora, fui a sorprenderme con lo que no atrapa el nutrido currículo de mi agradable entrevistado, con experiencia de control de cohetes antiaéreos y helicópteros, pero esa es otra historia.

—¿Satisfecho?

—En el tintero quedaron muchas cosas, por el factor tiempo y la envergadura para este recorrido sobre los estilos del vestuario y piezas de obras. Siempre estoy insatisfecho, porque queda algo por hacer o por decir.

—Expone “bocetos” volumétricos… ¿trabaja el diseño así?

—Hay diseños que boceto, pero todas las piezas están en mi mente. A medida que trabajo, surgen elementos. La génesis de la muestra fueron tres premios y una mención especial en el último Salón Acaalarre, por la técnica con la fibra de la hoja de la mazorca de maíz, un material noble que he empleado poco.

—¿Demeritan los materiales nobles?

—No, porque la hoja es difícil. Crees lograr algo y cuando empieza a secar se deforma, pero es agradecida si modelas buscando el misterio que guarda, la caída de la tela, el aire que bate una cinta. Es un campo nuevo para mí y me gusta. He usado la soga con la técnica del macramé, he hecho tapices de arpillera y cuando ves el resultado, confirmas que son buenos para una obra.

—¿Cuál es el punto de partida de sus 45 años de vida artística?

—Comienzo como aficionado en 1970. Sin la Casa de Cultura y sin el movimiento de aficionados, no hubiera llegado hasta aquí. Mi inicio fue en la Casa de Cultura Ignacio Agramonte, que radicaba en “El Colonial”. Gracias a mi profesor, el escultor Enrique Miranda, ya fallecido, participé en el Primer Simposio Nacional de Escultores, cuyas obras fueron donadas. Mi cerámica está en el Hotel Ciego de Ávila. Mientras la hacía, Nazario advertía: “se te va a caer”, y se cayó, volví y la logré.

—¿Cómo llegó al diseño escenográfico?

—En el ‘80 llego al Ballet de Camagüey para una prestación de servicios, porque laboraba en la empresa del Azúcar. Sin saber lo que era una restauración, fui a restituir la escenografía de La Fille mal Gardée. A Fernando Alonso le gustó y me propuso: “si logro una plaza de pintor escenográfico, ¿usted viene para la compañía?”. Y aproveché la cobertura. En marzo del ‘81 volví a su oficina para ver si me atrevía a hacer un diseño para el ballet Pequeña serenata erótica, de Lázaro Martínez, a partir de un poema de Roberto Méndez. Gustó. Siguió Ofelia, con José Antonio Chávez, tuve que empezar a estudiar el estilo. En 1985 llegó el Premio Uneac.

—¿Solo Eduardo Arocha le ha hecho creer ese Premio Nacional?

—Todavía no me creo el Premio Uneac, pero viniendo de Arocha, Premio Nacional de Teatro y de Diseño: “me gustó la pieza y has hecho una cosa que nunca he hecho, al incorporar el diseño de vestuario a la escenografía”. Eso me honró. Quizás entre mis recuerdos, es el más querido. Lo aprecio, nunca me enseñó en un aula y es mi maestro.

—Hablaba de Fernando Alonso. Él abrió puertas para muchos…

—Le agradezco las posibilidades. También le debo a Armando Suárez del Villar, Luis Aguirre y tantos que han confiado en mi talento, porque no te había dicho, soy empírico. He utilizado mi facilidad de dibujar, de pintar. Considero un honor haber trabajado con Reinaldo Echemendía, Manuel Villabella, Fernando Medrano, Mario Junquera; también con Nazario Salazar, Aisar Jalil, Roberto Hernández, que aportaron a mi formación; a René de la Torre, Caridad Hernández, Enrique Miranda, José Luis Diez; a los artesanos como yo, de ellos tomo.

—Sus tapices delatan la influencia de una sorprendente mujer…

—Muy humilde, casada con mi padrino, después fue una artista: Isabel de las Mercedes. Era una gente de pueblo. Conversaba con ella, desgraciadamente no tengo ninguna obra suya. Cuando le elogiaba algo, me decía con ingenuidad y nobleza, “¿tú crees?”. Me aportó de los colores, la línea primitivista. He bebido de todas las fuentes.

—¿Será por esa contagiosa sencillez que no le importa el anonimato?

—Somos muchos detrás de un espectáculo y prevalece la imagen del director, del coreógrafo o del músico. Siempre aparecí en los créditos, pero queda en el anonimato la huella del diseñador, del tramoyista, del utilero… En el Ballet hice hasta personajes de carácter, por petición de Fernando.

—¿Qué más se conoce poco de Lozano?

—Me he ocupado del atrezo, las luces, como asistente de escena. Si parte de la compañía iba de gira, me quedaba a cargo de todo con un grupo, como jefe de escena. En el Ballet diseñé hasta el 2008, cuando me jubilé. Seguí dando clases a los instructores de arte. De eso no me he podido desprender, fui alfabetizador, me tocó la cuerda de la pedagogía y estudié para maestro.

—¿Otros trabajos fuera del Ballet?

—Hice los diseños de la escenografía de la gala por el 26 de Julio del 2007. Para Echemendía trabajé María Antonia y Sab; queda un proyecto pendiente. Para Medrano pinté las escenografías de Maraguán y Camagua. Los directores me han escuchado. Eso es bueno, por la comunión que debe existir entre el director y el técnico. A Mario Junquera, que me ha consultado mucho, le hice las armaduras japonesas del emperador y un subordinado; en la escena daba la sensación de una armadura original, me llevó un año. Con Villabella, de fresco, me metí para cosas bufas del teatro cubano con escenografías de papel. César Gómez, experimentado del antiguo teatro Avellaneda, me dio las instrucciones. Luego fui con Ricardo Hernández, un tramoyista muy capaz, dominaba todo; es un crimen que no dejara esa semilla. Algunos se limitan para no descubrirse. No me importa que sepan cómo hago.

—¿Se siente un buen hijo de Camagüey?

—Hace poco, por la Televisión Cubana, un señor dijo que nuestra gala por el medio milenio era el paradigma. Me emocioné enormemente, tuve que ver. Me han propuesto trabajo fuera y he dicho que no. En las giras estaba pendiente de llegar. Cuando en Miami pasé por una casa con un tinajón, se me hizo un nudo en la garganta, como ahora… Para ser hijo ilustre no tengo que irme a ningún lado, el lustre se lo doy aquí. Si me falta Camagüey, me faltó todo.

—¿Cómo describe su relación cotidiana con el espacio?

—Soy un chismoso. Voy pendiente de todo. Disfruto mi ciudad, la recorría de noche con mi novia. Íbamos a San Juan de Dios, caminábamos por las calles desoladas. Cuando montaba bicicleta, hablaba mal de los adoquines, pero me gusta ver mis calles adoquinadas. Me mortifico cuando rompen uno y no lo ponen como se debe, o que se esté cayendo un guardapolvo, o cuando desaparece un inmueble o se rompe un tinajón legendario. Me molesta que ante eso, como pueblo, no nos preocupemos.

—En esta ciudad ha forjado su familia…

—El centro de mi familia es mi mujer… La conocí en la Casa de la Cultura y llevamos 40 años de casados. Edna es mi curadora. Si estuviera aquí, lloraría más que yo. Tengo a mis dos hijos fuera del país y eso me duele. Aun así, somos muy dados a la tierra.

—No se nos puede olvidar hablar de la ACAA…

—La ACAA no me da dinero, pero me da la satisfacción de la creación y la oportunidad de participar en sus eventos. Desde que se fundó en Camagüey integré el ejecutivo durante 16 años. Es mi institución, estuve en el parto y tengo que asistirla mientras yo viva.

—¿Qué hace Lozano para no estar retirado?

—Ya tengo en mente otro taller de parche. Los galeristas quieren piezas, pero me cuesta desprenderme de ellas. Las obras regadas son regalos “a punta de pistola”. Entro a mi taller con una idea y tengo que plasmarla aunque sea en un dibujo. Bocetos, tengo unos cuantos. Me propongo trabajar para llenar el espacio espiritual y no el material.

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