Camagüey.- Hay algunos jóvenes que consumen pastillas con bebidas alcohólicas, conocidas también como drogas alternativas, como una cuestión de moda, de ser aceptado por el grupo y de probarse. Reproduciendo en muchos casos los modelos de “súper héroes” adictos que presentan determinados productos audiovisuales; sin darse cuenta que con la primera vez se ponen al borde del abismo.

En el 2014 en Camagüey se detectó por el sistema de Salud Pública el consumo de carbamazepina en un adolescente y en lo que va de año se han sumado dos casos más, según datos ofrecidos a Adelante por el capitán Ernesto Rivero Montero, primer oficial de los sectores priorizados del Ministerio del Interior.

“Nosotros continuamos trabajando, junto a las farmacias, en el control de los pacientes que consumen psicofármacos para evitar que los excedentes del medicamento lleguen a manos inescrupulosas y a su vez a los muchachos”, enfatizó Rivero.

Es importante tener en cuenta que por lo general esta adicción germina y prolifera al margen del sistema de salud o del control estatal, pues los individuos adictos no se consideran enfermos, tratan de enmascarar su adicción y no demandan ayuda.

Vivencias

Yunier no es su nombre verdadero, pero su historia es ciento por ciento real, tanto que le duele recordarla. Es uno de esos muchachos a los que las tabletas le pusieron la vida de cabeza. “Cuando yo tenía como 18 o 20 años vivía solo y lejos de mis padres. En el barrio había varios muchachos que no trabajaban ni estudiaban, vaya, delincuentes como aquel que dice, y yo andaba con ellos. Con ese grupo comenzó todo.

“Consumía las pastillas en mi casa, cuando íbamos a hacer algo malo y no tenía valor suficiente, en el parque y en las fiestas. Llegué a ingerirla todos los días.

“Tomado no sentía cuando me hablaban, perdía la conciencia, me daba por fajarme, contestaba en mala forma, maltrataba a mis padres y me ponía torpe para expresarme y hacer las cosas. Me quedé muchas veces tirado en la calle, en un banco o en un portal.

“Después que se me pasaba un poco las buscaba de nuevo. Vendí casi todas mis cosas, incluyendo mis ropas, un par de zapatos de mi hermano y una bicicleta para poder comprarlas. Mi mamá lloraba mucho, pero no podía dejar de consumir.

“Hice muchas locuras de las cuales no quiero ni acordarme. En una ocasión cogí una pata de cabra y me metí en una casa, el hombre me cogió y le tiré un ladrillo y un cuchillo. Todo eso drogado. No me metieron preso porque el señor conocía a mi papá y no me denunció. Tengo mucha suerte de no estar en una cárcel porque hubiese sido el fin.


“Por el barrio todo el mundo me dio la espalda. Me rechazaban porque decían que yo era un drogadicto y un ladrón. Sentía que cuando llegaba a un lugar, la gente se iba. Es doloroso ver que todos te dan la espalda, que eres el ‘patico feo’.

“Empecé a zafarme poco a poco cuando comencé a trabajar. También tuve miedo de contraer una enfermedad de transmisión sexual, yo me empataba con cualquier mujer de esas por allí y tenía relaciones sin protección. Estuve como dos años chequeándome, dio negativo. Nunca busqué ayuda.

“De las drogas es muy difícil salirse. La recaída siempre está cerca. Yo mismo hace como tres meses volví a consumir. No creo que los médicos puedan curarme, porque uno no se puede aguantar.

“Conozco unos cuántos jóvenes que consumen, sobre todo en barrios marginales, como se dice. Se empastillan en las fiestas casi siempre. Yo les aconsejaría a los chamas que no lo intenten, que después es casi imposible dejarlo y te empuja a hacer cosas que uno no quiere. Que no lo hagan, ni siquiera un día por embullo.

“Yo no soy el de antes, tengo 25 años y un pequeño. Creo mucho en Dios y le pido que me ayude por mí y por mi hijo. Cuando abrazo a mi niño siento que todo lo malo se me va”.

Consecuencias

Si se usa una pastilla euforizante se tolera más el alcohol o permite que con menos bebida se coja la misma borrachera. “Lo que ellos no saben es el daño que le están haciendo al cerebro. Es como si estuvieran espoleando un caballo cuando está cansado y no da más”, apuntó sobre el tema el Profesor de 2do. grado en Psiquiatría, Pedro Hernández Mandado.
“En principio ellos están en la luna de miel con los tóxicos. Toda droga lleva a la trampa de la felicidad inicial. Pero al final es un doble enganche”, refirió.

El Profesor explicó además que es propio de las nuevas generaciones en cualquier época realizar actos desafiantes, temerarios y piensan que las cosas malas nunca les van a pasar. Creen que siempre van a tener 20 años y que el organismo va a responder de igual manera, y no es así.

“Si a eso sumas que el muchacho no está estudiando, no tiene acceso a los medios de difusión o no le motivan y viene de una familia con problemas, entonces es más difícil hacer la profilaxis”.

—¿Qué daños trae consigo la ingestión de psicofármacos para los jóvenes?

—Sobre todo perjudica el funcionamiento cerebral al afectar los neurotransmisores, lo que puede provocar una demencia antes de tiempo, una psicosis, un cuadro de locura y alucinaciones visuales y auditivas cuando las suprime. También provoca daños cardiovasculares. El drogadicto se engancha porque cuando no consume presenta síntomas de abstinencia. Lo que comienza siendo una vez a la semana acerca las frecuencias cada vez más.

“Están además los daños sociales. Ese individuo que consume no estudia ni trabaja, si lo hace no rinde y lo expulsan. Además está comprobado que pierde por el consumo 12 años de su vida, por eso aparentan casi siempre más edad de la que tienen”.

—Aun cuando el consumo no es penado, hay un delito que se tipifica como tráfico y tenencia de drogas. ¿Se asocia el consumo a la transgresión de las leyes?

—¿Cómo te convenzo mejor para cometer un delito?, lógicamente que es más fácil bajo los efectos de las drogas. Claramente se asocian a las indisciplinas sociales. Como mismo se presenta ese riesgo, está el de las enfermedades de transmisión sexual.

“Después viene la cascada de las drogas, primero alcohol, pastillas, cigarros, luego marihuana y lo que venga. Sufre además los efectos colaterales de los medicamentos que consume sin necesitarlos”.

—¿Son hombres los que más incurren en ello?

—Antes era así, pero ahora el número de muchachas también se ha ido incrementando.

—¿Adónde puede acudir quien necesite ayuda médica?

—A los consultorios del médico de la familia, a los centros comunitarios de salud mental, en Camagüey hay cuatro y uno en cada municipio, además de las consultas de psiquiatría y el cuerpo de guardia del hospital psiquiátrico René Vallejo.  

—¿Cómo la familia puede darse cuenta de que uno de sus miembros está consumiendo drogas?

—Lo primero es el gasto excesivo de dinero, pérdida de algunos objetos en la casa, malos resultados académicos o laborales, irritabilidad y cambios en los patrones de conducta y del sueño.

“Un problema es que los jóvenes no acuden al médico pues piensan que no les va a hacer daño, que ellos solos pueden salirse. Están en la luna de miel con la sustancia, la que se convierte luego en la luna de hiel”.

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