CAMAGÜEY.- Que una persona sea sordociega no quiere decir que haya perdido totalmente esos sentidos; la mayoría los conserva aunque sea un poco y eso les permite desarrollarse como cualquier otro mortal. Por eso, si usted ve a Yaimi Rodríguez Ramírez de pasada por la calle, no imagina que sea una de los 64 que en Camagüey presentan esa discapacidad.

A propósito de celebrarse el 27 de junio el Día Internacional de las personas sordociegas, conversamos sobre su día a día con ella y su mamá, Mirelys Ramírez Pérez, que como siempre, estuvo a su lado.

Nos contaron que con 15 días de nacida la pequeña sufrió una infección generalizada del tubo digestivo, había sido meconio, y una dosis elevada de Kanamicina le provocó una hipoacusia severa. “Pero gracias a que se la pusieron, porque se salvó, aunque luego se haya quedado sorda”, se apura en acotar la madre.

Luego, a los cinco años, se descubrió que había nacido con retinosis pigmentaria. La niña cursaba los estudios primarios en la educación especial, donde terminó el noveno grado.

Con los 15, como un regalo, llegó el implante coclear. “Una operación muy cara por la que tuvimos que viajar muchas veces a La Habana y luego pasar tres meses de rehabilitación allá, en el Centro Internacional de Salud Las Praderas, sin costo ninguno; y eso se lo debemos al Comandante, que fue el padre de ese programa, y a la Revolución, porque en otro país nada de eso hubiera sido posible”.

¿Qué sentiste el día del despertar del implante?, traduce Mirelys a las señas.

–Fue un momento muy especial, me sentí feliz porque pude oír todo a mi alrededor, y lloré mucho.

“El implante fue un éxito, todo el mundo se volvió loco detrás de ella para llamarla, porque había que tocarla, y luego todo cambió, pudo hacer su curso de auxiliar pedagógica, plaza que también le asignaron desde La Habana, e incorporase al trabajo. Ahora puede escuchar también a su niño. ¡Pero cuando se quita el equipo… es otra persona!”.

Por 10 años, Yaima fue educadora de la escuela especial de discapacidad sensorial Antonio Suárez Domínguez, allí trabajaba con niños sordos. “Me encantaba cuidarlos, ayudarlos con la merienda, hacerles actividades, fueron años muy buenos, me gustaba mucho mi trabajo”.

Pero la falta de visión y de equilibrio, que es lo que más le afecta, la llevaron a peritarse, sobre todo por la necesidad de cuidarse y estar bien para criar a su niño de cuatro años.

“Él habla como un perico, pero se entiende muy bien con ella a través de las señas; su papá, que también es sordo, lo enseñó. Y ella se ocupa de todo lo de él, es muy limpia y quisquillosa con la casa”, dice la abuela, que siente cuánto su hija extraña el trabajo fuera.

Yo, que solo estuve de visita unos minutos, creo que esto de ama de casa es algo circunstancial y que pronto Yaima estará dando mucho más de sí a la sociedad, quizás en un trabajo un poco más cerca de casa o allí mismo, porque espíritu le sobra, y juventud. Mientras, su mamá y el resto de la familia, como hasta ahora, seguirán siempre a su lado.