CAMAGÜEY.-  Si quieres cambiar tu vida, debes empezar por ti mismo. Las formas de hacerlo varían desde asumir una alimentación más sana, el fortalecimiento físico con ejercicios, hasta realizar sudokus para entrenar la mente. Entre esas vías, existen otras que integran la sabiduría probada por los siglos. Los años han demostrado que, al mezclarse con el yoga, la gente rejuvenece y pierde el miedo a padecer como si el alma se les hubiera renovado.

“El cuerpo humano está hecho como una maquinaria perfecta donde siempre tiende al equilibrio. Nosotros somos los que lo rompemos, lo violentamos y ocurre la enfermedad”, me comenta la profesora de esa filosofía, Sandra Elena Pérez Moros. Esta seguidora de las enseñanzas milenarias de grandes yoguis como Pantañjalí, toma en serio las cuestiones del alma. Y reflexiona, desde su experiencia cuánto le ha aportado una década de práctica.

Foto: Alejandro Rodríguez Leiva/ AdelanteFoto: Alejandro Rodríguez Leiva/ AdelantePor lo general, la mirada occidental percibe de manera errática al hombre que estira sus articulaciones, sobre una manta, en actitud devota. Excéntrico, extraño, un deportista, un bohemio…y tantas denominaciones que cada vez más se alejan de su verdadero propósito: “Es una forma de sanación a través del cuerpo. Las distintas asanas –posturas- equilibran las maneras de moverte, de alinear tu columna y, con la perseverancia, resulta un remedio eficaz que previene cualquier enfermedad”.

Antes, la medicina era la pasión de Pérez Moros. “Quería ser intensivista, pero en el 2009, un amigo de Edmonton, Canadá, me enseñó el yoga a través de libros y luego empecé a estudiarlo. Me gustó y decidí que este mundo de autoconocimiento, de desvelar esos eslabones perdidos que a veces no encuentras o no puedes darle una explicación adecuada, debía ser el mío”.

Además de las bondades para el organismo, gracias a la ejecución de las distintas posiciones, Sandra percibe un beneficio extra. Experimenta la sensación de calma, paz y concentración que se incrementa con el paso del tiempo. Es un estado que “se obtiene cuando armonizas la energía de tu cuerpo. Con la disciplina adecuada y un entrenamiento consciente, podrás depositar un poquito de luz en esas zonas oscuras que tenemos dentro para favorecer la elevación de nuestro espíritu”.

En el camino de su perfeccionamiento también ha sufrido tropiezos, como las lesiones causadas por la ejecución incorrecta de una postura. Sin embargo, de los errores de pasado se aprende y según recomienda, la supervisión y la guía de un maestro siempre es fundamental para no detener las prácticas.

Hace más de dos años que Sandra imparte clases de yoga en el Ballet de Camagüey, pero en su andar ha interactuado con públicos diversos. Y desde la primera clase, muchas personas le confiesan sentirse más aliviados, menos cargados del dañino estrés. “Esa es una de las improntas sicológicas que cada alumno lleva para su hogar y, transpola, a cualquier situación incómoda de la vida cotidiana.

“También se les educa en la importancia de ingerir vegetales, frutas, jugos naturales y evadir los alimentos procesados y otras sustancias aditivas causantes de múltiples enfermedades como el cáncer. El conocer qué nutrientes ingerir, debería ser una regla medular no solo para los seguidores de este estilo de vida, gestado en la India, sino para toda la humanidad”.

Uno de los renombrados yoguis a escala mundial, B.K.S. Iyengar, planteó que “el yoga es una luz, que una vez encendida, nunca se atenuará. Cuanto mejor es la práctica, más brillante será la llama”. Precisamente, dentro del marco del primer simposio de esa disciplina, celebrado del 19 al 21 del presente mes, en el Museo Provincial Ignacio Agramonte Loynaz, Sandra plantó junto a los participantes las intenciones de alumbrar a su pueblo con mayor intensidad y trabajar para avivar el espíritu, su posesión más preciada.