CAMAGÜEY.- “¿La bioquímica, aburrida? Nada de eso, si es un mundo”. Dice Amílcar Arenal Cruz, como si sacara al exterior los más preciados átomos de su alma. Pero la vivacidad de los ojos, mezclada con la sinceridad de la palabra, delata que para él representa algo mayor: un universo. Su historia refleja un romance eterno con la ciencia. Su vida es la aplicación de la ciencia para cambiar la historia. Cada vez que acerca la pupila al lente del microscopio, observa el progreso de la humanidad. Y en él ocurre una reacción placentera cuando lo llaman bioquímico.

Como sucede en la mayoría de los casos, el sueño de Amílcar no siempre estuvo vinculado a los laboratorios ni a los tubos de ensayos. Al principio deseaba navegar los mares, diseñar embarcaciones, sentir la aventura como un ingeniero naval. Al final, en la secundaria, dejó el barquito de papel a un lado y subió el primer peldaño, de lo que sospechó sería el cambio definitivo.

“Apenas conocí la Química, quedé cautivado. Participé en muchos concursos de esa asignatura, aunque mis resultados a veces no eran los que esperaba”. Sin embargo, su voluntad no sufrió fatiga. Hizo de la constancia su bandera y uno de esos certámenes le abrió las puertas al IPVC. “Allí, un profesor de Biología me marcó para siempre. La verdad olvidé el nombre, pero sus clases me lanzaron a los brazos de mi especialidad”.

En La Habana cursó durante cinco años la carrera de Bioquímica donde tuvo profesores como Georgina Espinosa, Olimpia Carrillo, María de los Ángeles Chávez, Joaquín Díaz, entre otros. “Ninguno de ellos me enseñó la Bioquímica de memoria. Creo que ese método de educar provocó que amáramos, aún más, nuestra disciplina”.

TERRENO EXPERIMENTAL

La teoría es fundamental, no obstante, Arenal Cruz está consciente de cuántas luces arrojaron las prácticas laborales a su formación. El vínculo, año tras año, al Centro de Ingeniería Genética y Biotecnologia (CIGB), de Camagüey, y más tarde, al de la capital, despertaron sus ansias por la creación e innovación. Entre sus experiencias en “batalla”, se encuentran las investigaciones para obtener una tilapia transgénica.

Parece un tema extraído de una historieta de ciencia ficción, pero no. “Buscábamos los protocolos para obtener un organismo de mayor tamaño y esas pesquisas generaron conocimientos para entender la nutrición de los peces, entre los que también incluimos a los camarones. Mi tesis de graduación, la transmisión de genes de crecimiento, de la tilapia a su descendencia de la primera a la cuarta generación, también derivó de ese estudio”.

DE LA CÉLULA AL INFINITO

“¿La bioquímica, aburrida?”, vuelve a mí la interrogante con matices incrédulos de Amílcar. Él habla despacio, gesticula con lentitud y siempre menciona al “nosotros” cuando describe cualquier tipo de trabajo. “Es que las labores en equipo, con agrónomos, biólogos, veterinarios y otros, son esenciales para lograr buenos resultados”. Lo sabe, ahora más que nunca, porque es decano de la Facultad de Ciencias Agropecuarias, de la Universidad de Camagüey Ignacio Agramonte Loynaz, donde se desempeña como profesor e investigador.

Se le nota en el rostro el idilio con su profesión. Una conexión profunda. Si me preguntaran, diría que pasan por su mejor momento. Y aparentemente, acierto porque “ejecutamos proyectos de alcance nacional e internacional como el vinculado con el control de parásitos en rumiantes, suscrito con Brasil. Con la Universidad de Gent, de Bélgica, colaboramos en la pesquisa de la epigenética del camarón, es decir, en estimular a los padres de esta especie para que la descendencia sea más resistente a las enfermedades. Muchos de nuestros resultados han sido publicados en revistas foráneas de gran impacto como Aquaculture, Gene y Moleculal Parasitology.

Uno de los retos del bioquímico está en darse cuenta de que las limitaciones no están en la falta de reactivos, de atención o de equipamiento, sino en su mente”, comenta, y enfatiza en la labor de divulgación científica de la Universidad y del apoyo a los alumnos de pregrado y postgrado, tanto de su disciplina como de otras ciencias, para efectuar sus tesis y experimentos en los laboratorios de la facultad.

No existe placer más grato que materializar el bien desde tu quehacer. “Este es un mundo pequeño, fascinante, capaz de responder a inquietudes, lo mismo relacionadas con el cuerpo humano que con el cambio climático”. Hay un universo en la molécula difícil de imaginar, sin embargo, Amílcar sigue mirando por el microscopio. Escruta ese espacio invisible y es feliz, se divierte, y en esa posición pudiera estar toda una vida.