CAMAGÜEY.- Persistió tanto el cántaro con la fuente, hasta que se rompió. Insistí tanto a Matilde Varela Aristigueta, hasta que me concedió la entrevista. “Las evado, pero esta te la debo...”, dice con la cadencia y el timbre de voz típicos de los profesores consagrados. Al magisterio le ha dedicado toda su vida. Y toda su vida gira alrededor del magisterio. Gira en torno a la educación delineada por la familia. Gira porque en el camino levantó las piedras más pesadas solo para buscar la voz del más agudo de los maestros: Martí.

Todo en Matilde parece serio. Hay seriedad en su mirada analítica detrás de sus espejuelos, en el cabello blanco cortado con mesura, en la nariz angulosa, en las manos que se mueven al ritmo de las palabras, en las frases que matiza con ardor. Pero cuando la memoria la empuja, a los días que a cuentagotas esperaba las Obras Completas de nuestro Héroe Nacional, a las lecturas que le recomendó la madre y al aula donde empezaron sus inquietudes investigativas, se vuelve una brisa modesta de historias y voluntades.

“Desde niña aprendí las leyendas camagüeyanas, a querer a El Mayor Ignacio Agramonte Loynaz, a su entrañable amor por Amalia Simoni y leí los primeros versos del Apóstol”. Sin embargo, deseaba algo más que narrar, como un autómata, las aventuras de Nené Traviesa. Algo más que recitar, como un loro, los Zapaticos de rosa. La singularidad del más universal de los cubanos la atrapó. Le cautivó “su capacidad para el sacrificio, el hecho de ser un renovador literario, las virtudes que le permitieron trascender a su tiempo… el haber bocetado una república más allá de la independencia".

No fue casualidad que Matilde escogiera el oficio de profesora. Sentía en las venas la inspiración del escritor de los Versos Sencillos. Sentía el deber de inspirar a otros, de invitarlos a respirar y fundirse en los mismos bosques martianos tan frecuentados por ella. “Imparto Español-Literatura en la sede José Martí, de la Universidad de Camagüey Ignacio Agramonte Loynaz, y siempre trato de convertir mi aula en un taller, en esparcir la magia de la enseñanza con emoción y espiritualidad.

“Creo que al hablar de la obra del Maestro hay que hacerlo con entrega, como refirió el intelectual Juan Marinello. Se debe realizar con pasión y sabiduría. No basta con que nosotros indiquemos la bibliografía pasiva o citemos algunos de sus textos. Es preciso que lo leamos y ayudemos a los jóvenes a comprenderlo mejor como patriota y hombre”.

La Casa de la Memoria, hogar de la Sociedad Cultural José Martí (SCJM), filial Camagüey, es su morada especial. En el salón principal ha instruido a los adultos mayores de la cátedra de la Universidad camagüeyana, a los intregrantes de la Asociación de Pedagogos de Cuba y se ha sumado a otras actividades, vinculadas al Apóstol, convocadas por la institución.

“Tengo fe en el poder de la educación, la considero indispensable y una vía esencial para el perfeccionamiento humano, el desarrollo del civismo y los valores patrios”. La experiencia le ha demostrado que ahondar en los designios martianos es el trillo más corto para convertirnos en mejores cubanos”.

Según la profesora, en el quehacer del Héroe Nacional existe una luz particular, atemporal, que funge como una suerte de oráculo: “En los momentos más importantes de nuestra historia hemos vuelto los ojos a Martí, lo hicieron los jóvenes del ‘30 y de la Generación del Centenario, nos pidió Cintio Vitier que lo hiciéramos en los ‘90 y por ello surgieron los Cuadernos Martianos. Dialoga con los cubanos con la certidumbre de que en él es posible encontrar claves para los actuales desafíos”.

Para Matilde es común andar con un libro dentro de su bolso o debajo del brazo, pero durante un largo período renunció a ese hábito. “Tuve un desprendimiento total de la retina del ojo derecho y fui operada en par de ocasiones”, la voz se le escuchó casi como un susurro. “No podía leer absolutamente nada. Me veía inútil. Me dolía aquella situación. Todavía me duele”, y disipa las tristezas, contiene cualquier fuga de lágrimas cuando recuerda a las amistades que estuvieron para animarla.

Después del reposo, vuelve con bríos. Renovada. Efectúa una pesquisa sobre la recepción del pensamiento del Maestro en la prensa de su provincia en la década de ‘50. “En uno de los números de El Camagüeyano, se refleja cómo en enero de 1959, en las fechas próximas al 28, hubo una semana martiana en Camagüey en la que diferentes instituciones tenían la responsabilidad de realizar una velada en su honor”.

Por su pericia investigativa y la promoción de la obra de José Martí, el Movimiento Juvenil Martiano le confirió, recientemente, el Premio Abdala. “Agradezco a todas las personas que de una manera u otra han tenido que ver con mi formación, como a la profesora Rosalina Martínez, a Luis Álvarez Álvarez, al claustro docente y directivos que me formaron en el Instituto Superior Pedagógico camagüeyano y a mi sobrino Marlon José, quien es mi aliento diario”.

Matilde me confiesa que no le disgusta que la asocien, de manera continua, con el Apóstol, pero “el asumirlo implica una conducta adecuada y el concebir siempre la idea del bien, como él la soñó. Conlleva una inmensa responsabilidad seguir la ruta de ese patriota, de tanta vigencia, que sus trabajos parecen escritos para la de ayer por la noche”. Y sin más, la profesora me sorprende con una frase que desnuda su amor: “Martí es mi horizonte, es el horizonte que siempre queremos alcanzar”.