JIMAGUAYÚ, CAMAGÜEY .- "En primavera ordeña solita 30 vacas”, nos dice Jesús como para demostrar la valía de la mujer que lo acompaña e inspira desde hace más de 25 años. “Pueden preguntarle a cualquiera de por aquí que no es exageración mía”, apunta sereno.

Mayelín no deja tiempo al diálogo reposado. Ligera se pone el sombrero y parte hacia la cercana casa de vaquería. Amarra a la cintura el banco de madera, acarrea el animal y lo ata. En el radio, ubicado muy cerca, se escucha “… Mientras yo sigo aquí y se me van los días/ en el mismo lugar donde escribí tu nombre./Y ya no hago más que organizar mi vida,/ para que un día vuelvas...”. Y en ese momento pareciera como si Leoni y Pablo cantasen para Mayelín.

Limpia la ubre y comienza a tirar de las tetas, su empuje es firme y suave a la vez. Es fácil darse cuenta de que aquella mulata cuarentona disfruta lo que hace. “Esto me encanta —asegura— aquí siempre está la radio puesta y si se va la corriente pongo el celular, porque la música nos relaja, tanto a ellas como a mí.

“Yo no era campesina. Hace 11 años era madre cuidadora. Mi hija grande tenía una parálisis cerebral infantil. Eso sí, siempre me gustó la tierra y los animales, tanto que casi termino el técnico de nivel medio en Medicina Veterinaria en el politécnico Pino Tres.

“Un buen día se dio la posibilidad de pedir las tierras por el Decreto Ley-259 e hicimos realidad un sueño, tener una finquita. Cuando vinimos para aquí lo único que había eran unas ruinas y mucho marabú. Así empezamos a trabajar, duro, muy duro. Todo lo que usted ve lo hicimos con mucho sacrificio. Al poco tiempo perdimos a la niña grande.

“Con un crédito compramos 25 vacas. Jesús trabajaba en una UBPC y cuando venía, antes de que anocheciera, chapeaba y quemábamos, limpiábamos la siembra y volvíamos casi oscuro. Siempre con la niña pequeña a cuestas. Ella tenía unos tres años y pico, se dormía debajo de la matica de marabú y nosotros adelantábamos.

“Me encargaba prácticamente sola de la finca. Él se iba temprano y me tocaba el resto de los quehaceres: cocinarles a los puercos, alimentarlos, limpiar la vaquería, moler la caña, llenar las canoas de agua y el ordeño de la tarde también. Para rematar comenzaron a robar por aquí y él tuvo que hacer guardia. Me levantaba entonces a la una de la madrugada, y ordeñaba hasta las 5:00 a.m. Le preparaba el desayuno a mi esposo y a la niña, la vestía y cuando se iban, apartaba los terneros, limpiaba los cuartones, botaba el estiércol, barría el patio, cortaba y cargaba la caña, luego la molía.

“Desde hace tres años, Jesús dejó su trabajo como pecuario y ahora compartimos la faena. Ya La Deseada es una finca con 100 cabezas de ganado y le entregamos el año pasado a la Cooperativa (CCS Dionisio Reandis, de Jimaguayú) 40 000 litros de leche”.

¿Cómo aprendiste a manejar el ganado si no eres campesina de cuna?

—En el politécnico había aprendido un poquito y el resto aquí en la batalla del día a día. No es difícil ordeñar, me gusta. Las manos no se ponen toscas como dicen por ahí, solo dos callitos, uno por la soga del ternero y otro por la posición, pero las tetas son suaves. Lo que sí desgasta son las madrugadas y la limpieza de los corrales, porque hay que hacer mucha fuerza para carretillar el estiércol.

Mayelín Tamayo Hernández nos cuenta de sus muchas proezas, de tal forma que parecen cosa fácil. Mientras habla, intento sacar cuentas para calcular cuántas horas tendrá su día, para descubrir cómo sustenta tanta fuerza física y espiritual.

“También tengo un hobby”, (me dice así, en inglés y todo). “Hago manualidades. Cuando voy a botar el estiércol o a buscar una vara de bambú para los cordeles, recolecto lo mismo un hongo, que hojitas secas, semillas o flores, todo lo que me sirva para hacer las naturalezas muertas. Melisa, la niña, que ya está en 9no. grado, me ayuda por las noches. También hago muñecos de tela, cuadros de semilla y tejo”.

Y así hay quienes piensan que las mujeres son el sexo débil...

—¿Las mujeres débiles? para nada. Yo me puedo quedar sola mañana mismo que el trabajo en la finca va a fluir igual. De hecho, antes que él dejara el trabajo yo lo hacía prácticamente todo. Tampoco soy menos que otras por vivir en el campo.

“Soy una mujer realizada, feliz. Me gusta mi finca, aunque esté lejos en el monte (kilómetro 10 de la carretera a Santa Cruz del Sur). Yo no voy a la peluquería porque me queda lejos o no tengo tiempo, pero si quiero mejorarme el pelo me echo baba de guásima y para que me crezcan las uñas las entierro en ajo.

“No me imagino ya la vida fuera de aquí, no quisiera irme ni cuando seamos viejitos. No hay otro lugar como este”, insiste.

Puerto Rico es su vaca más mansa, y su bastón —por increíble que parezca. Cuando la jornada pesa de más en Mayelín, ella apoya medio cuerpo sobre el lomo del animal y se acompañan de regreso a casa. Allí, donde ella eligió escribir su nombre.