CAMAGÜEY.- La medicina veterinaria era la especialidad de Juan García Molina. Tenía buenas manos y un corazón lo suficientemente noble como para tratar con los animales. Le gustaba lo que hacía y ejerció esa labor hasta que cumplió la edad de retiro. Mas, en la aparente normalidad de la vida de Molina también sobresalen hechos que lo vinculan con los procesos revolucionarios de nuestra historia; entre ellos, el haber conocido a Camilo Cienfuegos.

Por la década del ‘50, Molina conocío el peligroso rostro de las luchas clandestinas. A los 17 formó parte del M-26-7 y de inmediato empezó a repartir volantes y a colaborar en las acciones de sabotaje contra la tiranía batistiana. Todo, en una ciudad que necesitaba de nuevos Agramontes sin miedo a las balas.

En 1958, los esbirros ocuparon una caja de dinamita en una vivienda. Le atribuyeron la carga injustamente a Juan, y de inmediato lo encarcelaron. Todavía conserva su foto de recluso. La enseña como una prueba de honor. A pesar de los ocho meses en la cárcel, su prueba de fuego llegaría luego del triunfo del ‘59. En esas fechas, se había incorporado a las filas de la Policía Nacional Revolucionaria.

La noche del 20 octubre parecía tan normal como las anteriores. Reinaba la tranquilidad. La única diferencia era que el jefe de la unidad no se encontraba en la provincia ¿Quién fue su sustituto provisional? Pues el veinteañero que respondía al llamado de teniente Molina. Y una visita inesperada disipó la calma, su calma.

“Yo dormía en la jefatura hasta que a las 11:00 p.m. llegó Jorge Enrique Mendoza. Lo primero que hizo fue preguntarme si estaba con la Revolución. Después de confirmarle mi fidelidad, me contó de la sedición de Huber Matos y que debíamos prepararnos para recibir a Camilo”.

Al día siguiente el Héroe de Yaguajay arribó al aeropuerto de Camagüey, a las 6:00 a.m. bajó las escalerillas del Cessna y de inmediato le brindaron información sobre la traición. Miró a los presentes —entre ellos, Molina— y les dijo que necesitaba hablar con Fidel.

Mientas Camilo habla con Fidel, Molina -segundo a la izquierda- y el resto de los hombres esperan órdenes.Mientas Camilo habla con Fidel, Molina -segundo a la izquierda- y el resto de los hombres esperan órdenes.

“Entonces lo acompañamos hasta la unidad de policía de la calle Avellaneda y desde allí conversó por teléfono con el Comandante en Jefe, le dio detalles de la situación que había encontrado y recibió indicaciones de su interlocutor. Cuando colgó, nos pidió a Arsenio García Dávila y a mí que lo condujéramos en un jeep al Regimiento No 2. Ignacio Agramonte, donde radicaba el traidor.

“Vivíamos un instante muy crítico. Camilo nos advirtió que estuviéramos preparados, aunque no esperaba ningún tipo de altercado. Su confianza contagiaba. Mientras yo conducía el vehículo, le dije que una fuente segura me había alertado de dos ametralladoras calibre 30 emplazadas en la azotea del cuartel. Solo comentó que me despreocupara porque ellos no iban a tirar”.

Una vez que se identificaron en la garita de la guarnición, les permitieron el paso. Buscaron a Huber en su oficina. No lo hallaron. Descansaba en su casa, situada en el interior de la instalación militar.

“El hogar tenía dos niveles, en el segundo reposaba el conspirador y en el primero había un salón. En ese espacio estaba reunida toda su alta oficialidad conformada por hombres dispuestos a secundarlo y que habían presentado su renuncia a las fuerzas revolucionarias un día antes... aunque la mayoría no lo había hecho por lealtad, sino por confusión.

“Aun así, nos encontrábamos en la ‘boca del lobo’ y no imaginaba cómo saldríamos de aquel aprieto. Tras explicarles a los conjurados sus intenciones, Camilo subió solo a apresar a Huber; antes, exigió que no lo siguieran. Si alguien más hubiera escoltado al Héroe de Yaguajay es probable que la historia se narrara de una manera distinta. Sin embargo, todos lo respetaban demasiado como para efectuar un gesto violento en su presencia”.

Varios días después de contribuir con sus servicios a suprimir el motín, a Molina le tocó una misión más difícil todavía. Una que implicó al pueblo, a Cuba entera: aceptar que el 28 de octubre había ocurrido la desaparición del avión en el que viajaba el hombre de la sonrisa eterna, junto a otros dos tripulantes. “Lamento no haberlo conocido más tiempo, porque en las horas difíciles que compartimos nos trató como hermanos. En mi opinión, fue muy inteligente haberlo escogido a él para apresar al traidor”.

Pasaron los años y Molina no dejó de crecer con el referente de Camilo. Fue voluntario, en el ‘76, para combatir en el Frente Sur de Angola donde peleó en lugares como Cunene, el desierto de Mossamedes, Sá da Bandeira y Nueva Lisboa, sobrevivió a una emboscada y lo perjudicaron mucho los sigilosos ataques del mosquito transmisor del paludismo.

En la actualidad, el octogenario Juan siempre encuentra la pausa precisa para dedicar unas palabras sobre la medicina veterinaria, su profesión. Pero irremediablemente, regresa al pasado más lejano. Él mira hacia el frente, toma aliento y de nuevo se sienta en el jeep, detrás del timón, junto a Arsenio y Camilo. Es así: los hombres de conducta intachable tienen esa facultad de hacernos viajar desde el corazón.