Foto: De la autoraFoto: De la autoraCAMAGÜEY.- Si desde la Empresa de Investigaciones y Proyectos Hidráulicos (EIPH) de Camagüey, a Fausto Ceballos Fernández no se le hubiese ocurrido aquella idea innovadora hace unos diez años, probablemente las blanquecinas piedras de Los Cangilones no hubieran recuperado jamás su color original. Con este ingeniero capaz y sencillo dialogamos para conocer detalles de su labor como miembro de la Asociación Nacional de Innovadores y Racionalizadores (ANIR).

“Dando saltos” en el tiempo mediante los que Fausto intentó resumir toda una vida en el Instituto Nacional de Recursos Hidráulicos: así nos contó de la novedosa propuesta que permitió descontaminar el río Máximo, de las necesidades actuales de la ANIR, y de sus primeros años escolares en el colegio de los Hermanos Marista, a los cuales les sucedieron los estudios en la Escuela de Agrimensura, que era “muy famosa en Cuba”, según dice.

“Con el trabajo de Los Cangilones pretendíamos evitar que allí llegaran los residuales del alevinaje. Inicialmente había otras propuestas, además de la nuestra. Un día me citaron para que fuera al Citma a una reunión en la cual se trataría ese asunto. En el alevinaje habían tenido que cesar las labores porque el drenaje de todos los desperdicios iba al río Máximo aguas arriba de los Cangilones, y estaban afectando a las blancas y hermosas piedras que eran un orgullo de Camagüey.

“Aunque otras empresas plantearon variantes para solucionar el problema, en ese momento el organismo decidió que nosotros acometiéramos la tarea. Propusimos cerrar con un dique de tierra bien compactado el arroyo Santa Cruz, que conectaba con el Máximo, y desviamos el drenado del alevinaje por un pequeño arroyo localizado un poco antes del Santa Cruz.

“Explicarlo así no es difícil, pero concretar esa idea implicaba un proyecto de canalización para llevar los desperdicios aguas abajo de Los Cangilones, de modo que el problema de la contaminación de ese lugar quedara aislado. Fue un trabajo arduo, afortunadamente las piedras recuperaron su blancura en un porciento bastante elevado”.

Pero como ni siquiera los muchos méritos que puedan ganarse en lo profesional les permiten a personas de la talla de Fausto echar sobre sí toda la gloria, en nuestro diálogo reconoció en seguida la labor de sus compañeros de trabajo, entre los cuales menciona con especial cariño a la ingeniera Odalys Barreiro Fernández. “Desde que ella entró a la empresa, comenzó a trabajar aquí conmigo, porque en la antigua estructura yo era jefe del departamento de Riego y Drenaje”.

Aunque innovar en la hidráulica no es tarea fácil, como comentó el entrevistado, porque “el trabajo de la ANIR es más potable en las fábricas e industrias, donde se trabaja con piezas y pueden proponerse innovaciones de estructuras”, la mirada desde la ciencia a situaciones prácticas como la contaminación en el mencionado río, y la ejecución posterior de un proyecto que ofrezca soluciones, merecen también reconocimiento, más cuando, como en esa ocasión, la idea fructifica a partir del uso exacto, sin más ni menos de lo que “toca”, del presupuesto disponible.

“Esa fue también una feliz particularidad: para el dique de cierre del arroyo Santa Cruz y el canal de desvío se destinó un monto que no recuerdo exactamente, pero eran más de 200 000 pesos, y las constantes visitas a la obra permitieron que las acciones no se salieran ni un centavo de ese valor. Fue así como logramos ajustarnos al presupuesto, eso es muy difícil que suceda en una obra”.

Después de las detalladas explicaciones, Ceballos aclara que ese es de los mejores ejemplos que puede citar entre sus trabajos como miembro de la ANIR —aunque no está conforme con el poco mantenimiento que ha recibido el canal de desvío. Argumenta su afirmación cuando explica que la obra tuvo la suerte de ser ejecutada, “porque a veces está muy buena la idea y el proyecto, pero no se concreta, y por tanto, no hay un aval de que el resultado previsto se haya logrado”.

Fausto, quien ha recibido ya unos cuantos premios —el Provincial de Ingeniería Hidráulica 2003 y el Vida y Obra de la Unaicc 2016 por la Sociedad de Ingeniería Hidráulica, si mencionamos solo dos de ellos— y atesora además la dicha de llegar a los 76 años de edad, es fundador de la organización que en Cuba enrumba la labor de sus trabajadores hacia la búsqueda de soluciones a problemas prácticos en diferentes sectores sociales. Esas cualidades le conceden la facultad para opinar de lo necesario que resulta restarle complejidad al proceso por el cual se le otorga la estimulación al anirista.

“El mecanismo establecido para que se dé ese estímulo es muy complicado, demasiado lento y trabajoso, porque hay que llenar muchísimas planillas. Estoy seguro de que no son pocos los trabajos que dejan de presentarse por rechazo a ese proceso”, comenta el ingeniero hidráulico, quien ahora se desempeña como especialista A en la Unidad Empresarial de Base No. 2 de la EIPH - Camagüey.

“La ANIR necesita de los jóvenes, aquí los hay muy buenos, y lo digo con propiedad, porque he podido evaluar el desarrollo de su trabajo, su interés y su dedicación, aun cuando en otro lugar podrían ser mejor remunerados”, valora Fausto, porque él también lo fue; solamente tenía 20 años cuando comenzó a trabajar para poder casarse con su novia.

“Yo había estudiado Topografía y estaba buscando trabajo. Un amigo me avisó del nuevo organismo que se había fundado, Recursos Hidráulicos. Estaba en la Carretera Central, frente al reparto Froilán Quirós, en esta ciudad. Cuando llegué, nada más encontré cuatro cajas de cartón, unos burós viejos y dos señores que, sentados, conversaban: eran el director y el administrador.

“Les dije que era topógrafo, me citaron para la semana siguiente, y aquí estoy todavía”, resumió con esa evidente capacidad comunicativa que lo caracteriza.

¿Cómo recuerda sus estudios de Topografía?—

—Aquí había una escuela magnífica, ubicada en el segundo piso del Instituto de Segunda Enseñanza. De ese excelente colegio, fundado por el eminente pedagogo Gonzalo López - Trigo, egresaban agrimensores muy bien preparados. Allí estudié durante dos años en los cuales aprendí de todo, a dibujar, a calcular, etc. Indudablemente, salías con una formación muy completa, aunque claro, la práctica hacía falta.

“Antes, había terminado el preuniversitario en una escuela privada a la que entré desde niño, conocida como los Hermanos Marista.

“Cuando me gradué de la Escuela de Agrimensura de Camagüey entré al Instituto Nacional de Recursos Hidráulicos (INRH). Después comenzaron a llegar especialistas extranjeros, en su mayoría soviéticos, de los que aprendí muchísimo. Así empecé a hacer los primeros trabajos de drenaje, con un poco de atrevimiento, porque no sabía casi nada de eso, pero preguntaba a todo el que me pudiera ayudar.

“En ese tiempo estaba recién casado e iba a nacer mi primera hija, por lo que me necesitaban en casa, así que me vino muy bien empezar a trabajar en la oficina de proyecto.

“El tiempo ha transcurrido, y aquí estoy, contratado desde hace unos años como especialista”.

Jaraneando, Fausto refiere que por su edad es fundador de todo, y es cierto, ahí estaba él cuando nacía el INRH, la ANIR, la Unaicc. Por eso no basta una entrevista para que nos cuente todo lo que ha vivido y aportado a cada una de esas instancias. De cualquier manera, alguna buena receta para alcanzar el tan deseado éxito profesional siempre se extrae de estas conversaciones, y Ceballos Fernández recomienda siempre a quienes le piden consejos, la mezcla de estudio, empeño y desprendimiento del fácil hacer.