CAMAGÜEY.- Después del primer toque a la masa roja, pastosa y húmeda, Ana Elia Gutiérrez sintió unas mariposas en el estómago. No le importó que el barro le salpicara en la cara, se le metiera en las uñas o delatara su inexperiencia para modelarlo. En el momento pensó en una feliz coincidencia. Tal vez en un inesperado amorío de telenovela. Posiblemente en su esposo Manolo. Lo cierto es que entre sus manos aprisionaba, con un inconfundible amor, lo que la identificaría como artista y persona.

El corte y la costura eran muy frecuentes en la vida de Ana, tanto que apenas se despertaba ya llenaban sus ojos los bordados, agujas, hilos y trajes elaborados por su madre. Al parecer, antes de empezar la escuela, tendría ya en su casa la mesa servida para aprender todo lo referente al mundo de la moda y de los pasos iniciales en las artes manuales.

“Mi madre no deseaba que yo siguiera su oficio sino que estudiara y obtuviera una carrera universitaria. Por eso, en el ‘72, con 20 años, comencé como dibujante en la sección técnica de vía y obra en los ferrocarriles. Trabajé allí hasta que terminé la Facultad Obrera y matriculé en la Universidad en Arquitectura. Aun así siempre dedicaba un espacio para confeccionar prendas de vestir y otros adornos textiles”.

Con un conocimiento cabal del dibujo y de los métodos para diseñar y proyectar una edificación, Ana Elia integró el colectivo de arquitectos de la EPIA 11 después de graduada. Sin embargo, las casualidades de la vida se confabularon para aproximarla a su verdadero rumbo.

“Un día mi madre recibió, en la sala de mi casa, a unas amigas que trabajaban en la ACAA. Sobre un mueble cercano a ellas había una ropa de niña que yo le había hecho a la hija de una compañera mía por su cumpleaños. A las dos visitantes les llamó mucho la atención mi confección, tanto que le sugirieron a mi madre que me presentara en la ACAA en la manifestación de textil. Así lo hice y tras permanecer un lustro en la EPIA 11, me decidí completamente por la carrera artesanal”.

Cuando menos lo imaginó,  cayó sobre sus hombros el primer mandato como presidenta de la Asociación de Artesanos Artistas. Durante ese período no se limitó a ejercer funciones ejecutivas o a permanecer detrás de un buró revisando y firmando papeles. Sabía que expandir el espíritu de las artes era fundamental en su quehacer.

“Pasé todos los cursos que se impartían en la institución de papier maché, pirograbado, alambrismo, orfebrería, talla en madera y hasta trabajo en piel. Era necesaria esa persistencia por incrementar saberes, porque como directora del centro debía emitir criterios de las obras que debía evaluar y, además, el artista debe ser un eterno aprendiz”.

Los ojos le resplandecieron y la voz se le enterneció al mencionar las clases impartidas por el ceramista Osvaldo Withe Osborne. “Mi conexión con el barro fue inmediata después de aquellas excelentes lecciones. No obstante, cada vez que modelaba una pieza o se me deshacía como un trozo de plastilina o se me partían mientras las cocía. La verdad no encontraba la fórmula para remediar mis desastres”.

Oscar Rodríguez Lasseria fue uno de los maestros que le enseñó las técnicas para poner “mano firme” al material. Y para que nunca la atormentara el alma del vencido la miró fijo a los ojos y le dijo: “¡Ese es tu camino!”.

Con tantos golpes que le dio el barro, Ana empezaba a descubrir los secretos del material y a descubrirse a sí misma. “Entonces se me ocurrió un día mezclar lo que aprendí en mi etapa de arquitecta con mis piezas. De esa manera surgió mi primera exposición La ciudad en mis manos, que consistía en representar en jardineras fragmentos de la ciudad. Como un detalle de las creaciones ubiqué, por encima de los caseríos, los árboles que apreciamos a la distancia cuando andamos por las calles”.

—¿Cuál es la esencia de tu obra?

—El amor es el principal motivo que mueve a mis trabajos. A todo lo que le pones sentimiento tiene un poco de ti. Mi principal inspiración es Camagüey porque aprecio sus calles, sus tradiciones y leyendas, al Parque Agramonte y en general a sus habitantes. Los camagüeyanos nos sentimos honrados por ser denominados de esa manera y por haber nacido en la misma tierra que El Mayor.

La inventiva y el constante interés por renovarse de Ana Elia, quien actualmente ocupa por segunda ocasión el cargo de presidenta de la Asociación de Artesanos, no se detienen. Lo manifiesta en la exposición Principeña que se exhibe desde la galería de la Fundación Caguayo. Con esa muestra, que consta de 16 piezas elaboradas en comunión con el artesano Enrique Cerulia, honra los 30 años de la ACAA y las seis décadas de la Casa-Estudio Elia. Cada obra que moldea y cada idea que materializa sintetizan el esfuerzo y el espíritu de una persona que ha recorrido una vida por el arte.