CAMAGÜEY.- A sus 60 años ha sido madre muchas veces. Por más de 40 ha ensayado, actuado y vuelto a ensayar ese arte en el que, dice, nunca se acaba de aprender.

“Es un mérito, un placer que vivo todos los días. Entre las mejores sensaciones del mundo ha de estar esta de llegar a una escuela y desde el primer paso sentirte en casa, rodeada de niños que te reconozcan como su segunda madre”, revela, y comparte su fórmula infalible: la suma de constancia y cariño.

Yolanda Fonte Rodríguez es la secretaria docente de la secundaria básica Ignacio Agramonte, en la capital provincial, donde imparte clases de Español a un grupo de octavo grado. A pesar del tiempo conserva intacto cada recuerdo desde el primer día:

“Me inicié en el mundo de la pedagogía en 1975 a través de un curso de maestros emergentes. Con solo 16 años comencé a dar clases a los adultos y algunas veces a los alumnos de primaria. Después me interesé un poco más por la secundaria y decidí hacer un cambio. En aquel momento me ubicaron en Altagracia”.

A los 18 abriles le llega el amor de pareja y casada, se muda para Esmeralda. Allí trabajó un curso como profesora de Español y al conocer que se necesitaban maestros en la Isla de la Juventud no lo pensó mucho. Junto a su esposo René, quien también era profesor, laboró allá cerca de dos años.

“Tras cumplir con lo que, a mi entender, era un deber, regresé nuevamente a Camagüey en el ‘80 y por supuesto, ¡directo a las aulas! Ya en el curso 1989-1990 comienzo como secretaria docente en la ESBU Ana Betancourt”.

En todo ese tiempo de entrega profesional, la vida la premió con sus dos tesoros más queridos: Arianne y Annalié. “Con ellas perfeccioné mis conocimientos sobre las emociones, los sentimientos, el convertir las deficiencias en encantos, aceptar sus derrotas y celebrar sus triunfos, especializarme en priorizar. Ser madre me ayudó sobre todo a ser la maestra que siempre quise”.

Cuenta que combinar las labores de esposa, mamá, compañera y trabajadora de la educación nunca le ha sido fácil, pero ha tenido apoyo. Cuando las niñas eran muy pequeñitas las dejaba en casa, con su suegra y, si no podía alguna vez, René y Yolanda se alternaban en la escuela: ella iba al pizarrón y él las sostenía, o viceversa, según los horarios de cada uno.

“Desde chiquitas supieron que tenían muchos ‘hermanos’ y a pesar de ello no sintieron celos. Era grande la convivencia entre mi familia personal y mi familia en la escuela a tal punto que lo veía como una sola. Gracias a ellos pude combinar mis ‘maternidades’”.

¿Cuál es la fórmula para ser la madre preferida de tantos hijos “ajenos”?

—Trato de acercarme lo más que pueda al estudiante, darle los mejores consejos. El cuidado de los discípulos va más allá de las responsabilidades. Una tiene que encontrar tiempo, a veces de donde no hay, para atender las inquietudes de los muchachos y tener algunos detalles con ellos. Esa es una de las razones por las que un día llegan y te dicen que te quieren mucho.

“Tuve una alumna que cuando se enfermaba yo era quien la llevaba al médico porque su mamá no podía hacerlo por problemas de salud. Actualmente, donde- quiera que me ve, me dice mamá.

“Es muy gratificante ver cómo un niño al que le diste clases, al que apoyaste en decisiones difíciles o al que guiaste en un momento determinado, hoy te abraza con cariño, convertido en médico, ingeniero… Este trabajo es de mucho sacrificio y amor. Inevitablemente quiero a mis alumnos con corazón de madre”.