Fotos: Del AutorFotos: Del AutorCAMAGÜEY.- Mientras el coordinador del proyecto de la dieta macrobiótica, Manuel Lorenzo Azán Marín me dice que “somos lo que comemos”, sonríe. Algo se trae entre manos: “Después de que los médicos me diagnosticaron cáncer de próstata comencé una alimentación consciente, basada en la ingestión de frutas y vegetales. Desde entonces, han pasado 14 años y mi padecimiento ha cedido casi por completo sin radiaciones ni intervenciones quirúrgicas”.

Cuando los miembros de la iniciativa dirigida por Azán sirven la mesa, cualquier invitado puede quedar atónito con tanta hoja verde en los platos, la falta “injustificada” del mamífero nacional y la ausencia al gusto de aditivos tan habituales como las “pastillitas” de pollo. Sin embargo, él asegura que “la palabra hambre no es sinónimo de esta práctica, y solo si se comprende a cabalidad y se realiza con disciplina aparecen los resultados”.

La dieta, introducida en Cuba por el italiano Mario Pianesi en el año 2002, establece cinco niveles: los dos primeros son curativos y los restantes preventivos. Para desintoxicar el organismo de aquellas personas más graves, aplicamos el uno y el dos, que dicta un rigor nutricional severo. Si el daño no se encuentra en una etapa avanzada entonces recomendamos una de las tres fases siguientes, que admiten una gama superior de alimentos. Antes de imponer un régimen dietético, debemos contar con la anuencia de los doctores y saber con precisión la magnitud de la enfermedad”.

Desde la Casa Natal Carlos J. Finlay, los integrantes del proyecto de la dieta macrobiótica reciben conferencias el primer miércoles de cada mes sobre la preparación de los platos, el valor nutricional, las propiedades que contienen, la manera más adecuada de mezclar lo que se va a ingerir y, a modo de clase práctica, exhiben un elaborado menú para demostrar cómo se traza un estilo de vida saludable.

“El pH en el organismo humano, indicador esencial en el funcionamiento correcto de las actividades vitales, debe oscilar entre los 7,0 y los 7,45. En las clases trabajamos con múltiples pacientes de cáncer que tienen alteradas esas cifras como los de colon, de mama, riñón, próstata y los diabéticos. A todos ellos se les enseña a regular el pH con una nutrición a partir de 24 alimentos como la lechuga, la achicoria, el pepino y el arroz integral, fundamental en nuestros platos por su aporte de vitaminas del complejo B.

“Siempre aconsejo el empleo de ingredientes naturales para condimentar y yo, cada vez que puedo, hago combinaciones exquisitas en mis comidas con el orégano, la albahaca blanca, la cebolla blanca, el tomillo, el romero y la cúrcuma, que es un gran antioxidante y posee propiedades anticancerígenas”.

Según el eslogan, consumir frutas y vegetales aumenta la calidad de vida, pero al desandar placitas, “agros” y calles, la mayoría de los interesados en integrar a su alimentación la dieta en cuestión, regresan a sus hogares alicaídos y con la jaba vacía. De la realidad anterior se desgaja entonces una pregunta: ¿Cuán flexible resulta el método macrobiótico?

“No podemos referirnos a él como si fuera una camisa de fuerza porque, precisamente, en las clases se educa a sustituir, por ejemplo, la verdura que necesito para mañana por otra con valores proteicos y vitamínicos similares“.

Los ojos rasgados y el pelo negro y liso de Azán delatan su evidente herencia asiática, la herencia de sus abuelos provenientes de Cantón, provincia de China. Gracias a ellos consumió las primeras comidas saludables y, sin perder la esencia de sus raíces, hoy complementa la nutrición espiritual con la física.

“Existen diferentes formas del tai chi que relajan el cuerpo y espíritu de los enfermos y ayudan a eliminar el estrés. De ese arte marcial también aprovechamos la respiración abdominal, que hace circular el aire por todo el cuerpo. Recordemos que las células cancerígenas proliferan donde hay menos oxígeno. Con las diferentes posturas o asanas del yoga, aquellas personas que tienen enfermedades prolongadas mejoran la movilidad articular y de las coyunturas, así como el fortalecimiento cuerpo-mente a partir del trabajo con los siete centros de energía -chakras- planteados por esa doctrina hindú.

“Uno de los sitios de obligada visita para quienes deseen nutrirse, pero del aire puro de la naturaleza, es el Casino Campestre”, dice Azán con la determinación del que se aferra con vigor a la vida. A él le queda potencia para llevar la filosofía del buen comer a todos los que deseen transgredir la barrera de los cien años y más.