CAMAGÜEY.- Como los tipos duros de las películas, Heiner Heredia Roldán me dijo, rápido e imperturbable, que ninguno de sus 12 árboles recibió daños del ciclón Irma. “Ese día, la casuarina, el júcaro, la ceiba y la uva caleta durmieron tranquilas, sin ningún problema, bajo el techo de mi casa”. La “proeza” no la materializó con secretos ni trucos mágicos, solo redimensionó con sus manos el tamaño de la naturaleza gracias al arte del bonsái.

En la conversación con Heiner saltaban a la vista muchos contrastes. Uno de los más llamativos fueron sus dotes para desdoblarse como Licenciado en Educación en la especialidad de Electricidad, y por otro lado, dedicarse al hobby que convirtió luego en un bálsamo esencial para el alma.

“Como mismo el hijo de gato caza ratones, el amor por las plantas ornamentales me lo transmitió mi madre. Ese gusto lo tuve latiente en la memoria y cuando llegó el momento, en el año 2000, afloró al incorporarme al grupo Amigos del Bonsái. Aprovechaba las horas libres de estudios sobre sistemas eléctricos y las empleaba en el conocimiento de la naturaleza y del misterio de los árboles enanos”.

LA MADERA DEL ÁRBOL

Delgado como un gajo, Heiner mantenía la vista inamovible en el horizonte. Cuando hablaba, sus brazos estilizados producían los vaivenes continuos de las ramas al viento. Parecía de madera. De la madera de a quienes no le alcanzan ni dos, tres, quince años o, posiblemente, la finitud de la vida para vivir complacido con su creación.

“Los integrantes del club tomamos a manera de guía los códigos estéticos japoneses. La escuela nipona enseña la contemplación de la planta miniaturizada no solo como un mero objeto de competición o de pieza con fines decorativos. Va más allá: exalta la unión espiritual cultivador-bonsái y conduce a la máxima expresión el significado de la paciencia. Cada ejemplar es un reflejo del dueño, por lo tanto, siempre habrá detalles que mejorar.

“Para la mayoría de los pertenecientes a la cultura occidental, el deseo de resultados inmediatos les impide esperar largos períodos, y por esa razón recomendamos el trabajo con los ficus o laureles, de rápido desarrollo y perfectos para plantear cualquier estilo básico o complejo. Una especie menos común como la granada enana, ofrece también enormes posibilidades de veloz crecimiento, florecimiento y la aparición de sus frutos con gran facilidad”.

ESENCIAS

Apenas Heinier anduvo por los senderos de su afición cayó en una red de categorías afines. Él me cuenta que mientras corta hojas, reduce raíces, agrega carbón vegetal o gravilla a la maceta, su musa lo traslada adonde sea: hasta el dojo de la Polivalente, donde practicaba el Kendo, arte marcial japonés; a los años en que producciones de culto como Voltus V y Astro Boy minaban de fantasía su infancia y a las lecturas de los brevísimos poemas haiku.

“Una vez que este mundo te atrapa sientes que debes conocer más, tienes un pretexto para buscar y apropiarte de filosofías, de conceptos resumidos en la búsqueda de la elevación espiritual equiparada al simple hecho de apreciar por unos instantes la belleza de un bonsái.

“Entre los propósitos principales de nuestro club se encuentra el de elaborar ejemplares endémicos de Cuba, porque si nos fijamos en las páginas web de grupos latinoamericanos encontramos una variedad de plantas hermosas; sin embargo, la mayoría son importadas. Sobre esa misma línea de la identidad nacional, y en homenaje al Héroe Nacional José Martí preparamos árboles mencionados por él en su Diario de Campaña como la ceiba, la yaya, la guásima, la güira…”.

De nuevo, metido en el cuerpo del tipo duro, Heinier me aconseja con seguridad cuán saludable resulta el Astro Rey para aportar los nutrientes a las plantas, mantener sus hojas pequeñas y protegerlas contra la invasión de la mosca blanca. “El bonsái esboza un triángulo escaleno en la vida”, me dijo, e interpretando mi desconcierto, aclaró: “Sí, porque nacen en la tierra, atraviesan el reino de los hombres y tocan el cielo”.

 Heiner “domó” uno de los duros gajos de una yaya para transformarlo en un bonsái estilo literato, caracterizado por su tronco alargado y el follaje situado en el último tercio de la planta. Heiner “domó” uno de los duros gajos de una yaya para transformarlo en un bonsái estilo literato, caracterizado por su tronco alargado y el follaje situado en el último tercio de la planta.