Foto: Del AutorFoto: Del AutorCAMAGÜEY.-  Aunque su segundo apellido es Bravo, y lo cuida una pastor alemán, a Graciano Isidro Ramírez lo define la cortesía: “pase, está en su casa”, me dice. El entorno que lo rodea descubre la sencillez y lo necesario para mantener ocupado a este hombre que, entre sonrisas, revela sus casi 80. Salet, su perra, ladra; el ruido de los vehículos retumban en el interior de la sala. A mis espaldas se escucha un sonido muy peculiar. Un radio. Su razón de ser.

Isidro, como prefiere que le llamen, acumula mucha historia sobre el quehacer radial en Camagüey. Con rapidez dirige la mirada al techo y el piso, mientras me esboza un “breve” panorama sobre su eterna pasión.

“El interés comenzó a través de dos compañeros míos, hijos del propietario de la CMJW, escuela de locutores, periodistas y realizadores de sonido. Con 12 años años iba a esa institución y Benito Gil Lacal me instruía. Cuando cumplí los 16 realicé un examen en el Ministerio de Comunicaciones y, luego de aprobarlos, me convertí en operador radial”.

Como trotamundos que cuenta sus experiencias, Ramírez Bravo relata su provechosa estancia en la emisora que frecuentaba en su niñez y, más tarde, en 1953, en Radio Legendario, donde la prueba y el error lo ayudaron a curtirse en su trabajo y a sacudir, poco a poco, el fantasma del novato.

“Un día, en 1956, mientras caminaba por el reparto Versalles vi que construían una edificación y al lado había una armazón metálica. Allí me encontré a los hermanos Manuel y Delfín Lamas, quienes montaban torres de comunicaciones radiales por todo el país. La intención del propietario era crear una cadena nacional, pero al llegar a Camagüey, encontró una sociedad entre Pablo Raúl Alarcón Alejo y Pablo Terrón Bolaños, de la cual surgió Radio Cadena Agramonte.

Así, después de incorporarme a ese nuevo colectivo mi primera tarea consistió en transmitir el primer número musical que salió al aire: Ritm mambo cha, cha, cha, de la Orquesta Riverside.

Operador de audio, técnico de los estudios y transmisores de la provincia, conocedor de lo imprescindible para que un programa fluya y… ¿machetero?

“Nosotros teníamos, en la década del ‘60 un camión que facilitaba los pases en vivo, en lugares como Nuevitas, los alrededores de Ciego de Ávila, Cayo Mambí y en los cañaverales. En los tiempos libres, para contribuir a la economía del país, agarrábamos el machete y cortábamos caña. Al mismo tiempo, tuvimos la dicha de convertirnos en pioneros en las transmisiones, a control remoto, desde esos sembrados”.

Pasados los minutos, el rostro y la voz de Isidro adquirieron un color intenso, serio. Habla del rol de los bisoños radialistas, de la importancia de las nuevas generaciones para asegurar el bienestar de la profesión.

“La radio significa sacrificio, amor, desinterés… siempre que tengo la oportunidad aconsejo a los jóvenes ya sea en conversatorios o personalmente. Los más veteranos somos la base de una gran pirámide y debemos apoyar la formación de nuestros jóvenes continuadores, que conforman la cúspide”.

Con la misma sonrisa del comienzo, Isidro me confiesa que no es buen locutor, y que tiene como otra gran afición la electrónica. Quizá por eso, apenas escucha la radio, su cuerpo se llene de energía y lo conecte a los recuerdos juveniles, lejos de la tristeza, con la satisfacción de ayudar a construir e imaginar el sonido radial con el corazón.