NUEVITAS, CAMAGÜEY.- La imagen del Che, su dinámica de trabajo y la manera en que era capaz de llegar a los demás, perdura en la memoria del septuagenario nuevitero Yeyo Basulto, quien fuera por muchos años empleado de la fábrica de alambres con púas y electrodos Gonzalo Esteban Lugo.

El mayor orgullo que siente es decir que el Che se lo llevó para La Habana en 1963.

“Cuando vino a la inauguración de la fábrica y entró por el taller donde yo trabajaba como operador de una máquina cortadora de alambres de la que aprendí, un año antes, con los alemanes para echar a andar la planta de electrodos, se paró al lado de ella y me dijo:

“¿Ven acá, cuántos núcleos pica esta máquina y en qué tiempo?

“Depende, tiene tres velocidades, en la primera pica 68; en la segunda noventa y pico y en la tercera puede picar hasta 108 o 110. Cogió un núcleo y se puso a observarlo y dijo: ‘yo creo que tú eres el hombre que tienes que irte conmigo’“.

“¿Yo?”, exclamó Yeyo con asombro y argumentó: “¿Dónde voy a ir?”.

“¿Qué tú sabes del plan del jefe?”.

“Yo ni casi lo sé, porque este (era el jefe de la planta), me cayó nuevo”.

Basulto no sabía que el Che se refería a Fidel, quien quería darle carne y huevo al pueblo. Con esa rapidez de respuesta, el célebre guerrillero argumentó:

“Y para darle carne y huevo hay que criar las aves; para criarlas hay que hacer jaulas; y para hacer las jaulas estás tú y esa máquina”.

Quedó sorprendido con aquella propuesta, pero le señaló: “Yo estoy dispuesto a irme, lo que nunca he ido a La Habana ni la conozco. No me pueden dejar solo”. Me dijo: ‘Despreocúpese, que no va a estar solo’”.

Esto ocurrió el 13 de julio de 1963; y el 19, estando en la casa, frente a la industria, en horas de la tarde llegó un camión que le decían “Búfalo”, y mi mamá me dijo: “Yeyo, allí hay unos compañeros que te están buscando”. ‘¿A mi?’. “Sí, un camión grandón”, respondió la progenitora del testimoniante.

Sin que mediara mucho tiempo, llegó hasta la tripulación del transporte y le preguntaron: “¿Ya recogió?”. ‘¿Recoger para qué, chico?’. “¿Tú no eres el que va para La Habana con nosotros?”. ‘¿Cómo para La Habana?’. “Sí, el Ministro te manda a buscar para la fábrica de jaula de pollos”.

Y es en ese momento que Yeyo cae: “¡Ahh!, sí, hace como seis o siete días él me habló de esto, pero como la gente de la fábrica me decía: ‘Con tantas cosas que él tiene y sobre el desarrollo industrial de Nuevitas, no se va a acordar de jaulas de pollo ni nada de eso’.

“Lo más bonito es que cuando me dicen: ‘Vamos para la fábrica’, el administrador ni vivo ni muerto quería que yo tocara la máquina. Tuve la suerte de que fui el constructor y la había montado junto con los mecánicos, sabía del montaje y el desmontaje.

“El administrador me dijo: ‘Esa máquina no hay quien la mueva de aquí’; entonces el secretario del Partido, que estaba allí, lo miró y le comentó: ‘Es el ministro, el Comandante Guevara, no se queme’”. Al final cedió y Yeyo tomó las herramientas, desconectó la parte eléctrica y la montaron y arribaron, horas después, a Santiago de Las Vegas, en La Habana.

Conserva una boina negra con la estrella de Comandante.Conserva una boina negra con la estrella de Comandante.El Che era un hombre que estaba al tanto de las cosas. Al otro día se apareció donde se encontraba Yeyo, y lo primero que le preguntó fue: “¿Te gustó La Habana?”, y si algo le hacía falta.

Relacionó la necesidad de cabillas, arena, cemento, madera y unos tornillos tirafondos.

Un asistente anotaba todos los datos y el Che, emprendedor, sostuvo: “Esto tiene que estar rápido”, pero Yeyo no se quedaba atrás: “Pico y pala necesito para hacer excavaciones, yo hago los cofres, fundo, yo lo hago todo”.

Reiteró la primera pregunta del Che y miró para los potreros, y señaló, medio en broma y medio en serio: “¿Esta es La Habana?. Yo vine ayer y estoy aquí”.

Durmió en un cuartico y le aportó un elemento más esperanzador: “Vas a ir para el hotel Saint John's, al piso nueve, donde está el comedor; te van a llevar y a traer porque no sabes andar en La Habana y trabajarás las horas que quieras”.

“Tan así fue que cuando salí para allá me esperaba en la puerta del hotel una señora gruesa y me preguntó: ‘¿Usted es el de Nuevitas, Camagüey?’. Me explicó todas las facilidades y al otro día me pusieron un yipi Land Rover con un chofer joven, a quien le dije: ‘Ven temprano a recogerme todos los días’.

“Después me pusieron cuatro muchachos al lado; con mucho interés los fui enseñando, y como a los cuatro meses no tenía que ir tan temprano, y ante cualquier imprevisto les decía: ‘Tienen que adiestrarse’”.

Con exactitud el entrevistado recuerda que en Santiago de Las Vegas había 33 punteadoras, el alambre había que picarlo en distintos tamaños para hacer las jaulas; las primeras fueron para las criadoras, y elogió el trabajo que, con una agilidad tremenda, hacían las mujeres a las pocas semanas.

Después no volvió a ver más al Che. Recuerda que antes, en Nuevitas, tuvo la oportunidad de compartir con él dos veces más en la fábrica. Una de ellas cuando las inundaciones del ciclón Flora en 1963, en que la fábrica de electrodos quedó por debajo de la otra y todos los motores se llenaron de agua.

“Mira lo que es la vida: ningún ingeniero ni proyectista se había percatado. Él se paró entre las dos fábricas. Claro, dijo, es verdad que tienen que hundirse, una está por debajo un metro y pico del nivel de la otra. Si hacemos aquí un canal, sugirió el Che, y más nunca se metió el agua”.

—¿Qué impresión te causó el Che?

—El Che era una gente, no se como explicarte. Él en una ocasión que yo estaba picando alambre, me está hablando, pero qué pasa, yo no estoy oyendo bien, me tocó en el hombro y dijo: “Cuando a uno le están hablando, lo atienden”, pero no podía estar atento a las dos cosas a la vez, a él y a la máquina.

Después le preguntó a Basulto: “¿Te pusiste bravo?”. “El Che era una gente de las pocas que se dan en el mundo. Tenía criterios”.

Yeyo compara el rostro de Aleidita con el de su padre. A ella la conoció cuando Aleida March mandó a buscar a un grupo de personas de Nuevitas que tuvieron algún tipo de relación con el Che.

Lo menos que imaginaba que le iba a formular esta pregunta:

—¿Por qué en tú habitación tienes fotos del Che?

—Tengo el criterio de que cuando uno se siente medio perturbado miro para la foto del Che. Cuando me levanto lo primero que hago es tenerlo presente. Voy a cumplir 76 años y siempre he llevado una línea y se lo digo a mis hijos todos los días: el tren es fuerte, hala veinte carros, pero cuando se sale de la línea no camina.