La alarma cundió el 9 de enero de 1992 en el litoral del este habanero. «Corran, que hay un tiroteo en Tarará». Los agentes de la Policía Nacional Revolucionaria (PNR), que se hallaban en las cercanías, partieron inmediatamente hacia el lugar indicado. Algunos de ellos se bajaron de los vehículos que los transportaban antes de llegar a la garita y avanzaron, fusil en ristre, listos para cualquier circunstancia. Ya frente a la caseta se encontraba un carro patrullero y trabajadores de la Salud atendían al sargento Rolando Pérez Quintosa.

En camilla trasladaron al herido a una ambulancia. «Fue el violador, el violador», decía el joven agente, al referirse a un sujeto que había trabajado en el lugar hasta los primeros días del último diciembre, cuando se le expulsó del centro por haber abusado sexualmente de una compañera de trabajo.

Lo que aquellos curtidos combatientes del Minint vieron a continuación les quitó el sueño por días. El cristal de la entrada de la garita, hecho añicos, yacía esparcido por el suelo, junto a proyectiles procedentes de un AKM y de una pistola Makarov. Una máquina de escribir, el televisor, el radio, parecían irreales, como si no pertenecieran a tal macabra escenografía. En el sargento de la PNR, Yuri Gómez, tendido en el área de la puerta, se apreciaban nueve impactos de bala, la mayoría recibidos después del disparo mortal, en la cabeza. Amarrados, indefensos, ya cadáveres, el guardafronteras Orosmán Dueñas se hallaba sobre un buró, con una herida de arma blanca en la parte superior de la cervical, mientras que el CVP Rafael Guevara, cerca de él, había sido apuñaleado en el estómago.

Después se supo que Pérez Quintosa, al escuchar disparos, acudió en auxilio de sus compañeros. Al enfrentar a los siete asaltantes, encabezados por el violador, cayó luego de cuatro balazos. Los asesinos lo creyeron muerto. Pero no pudieron abandonar el país, tal como era su inicial intención, porque todas las embarcaciones estaban desactivadas.

«Llevábamos poca agua porque el viaje iba a ser rápido, como en las películas», dijo una de las mujeres que integraban el grupo criminal. Iban tras «el sueño americano» con la esperanza de acogerse a la Ley de Ajuste Cubano. Como no pudieron hacerse a la mar, regresaron a la garita para no dejar testigos. La acción coordinada de los combatientes del Minint y el pueblo logró la rápida captura del septeto homicida, posteriormente juzgados por los tribunales revolucionarios.

Un grupo multidisciplinario trató de salvar la vida a Pérez Quintosa, quien presentaba al llegar al hospital Naval un estado crítico, pues los disparos habían perforado sus intestinos y originaron una peritonitis crónica que dio pie a una infección generalizada. Se le dieron los mejores antibióticos, pero uno de los imprescindibles, la vacuna antiendotoxina, Estados Unidos se negó a vendérsela a Cuba, alegando las leyes del bloqueo, y aunque manos solidarias lograron enviarla desde otros países, arriesgando juicios y represalias, ya era demasiado tarde.

El 16 de febrero de 1992 falleció Rolando Pérez Quintosa. En la despedida de duelo, Fidel resumió el sentir de todo un pueblo cuando al referirse al joven combatiente, aunque sus palabras se hicieron extensivas a sus otros tres compañeros, afirmó: «Cuando se viene a dar sepultura a una persona querida, se hace la historia de su vida. Yo me limito a decir que la historia de Rolando es la historia de nuestra magnífica juventud, es la historia de nuestra Revolución».

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