CAMAGÜEY.- El mes de noviembre marca fechas importantes en el catálogo histórico de la Revolución Cubana iniciada por Carlos Manuel de Céspedes el 10 de octubre de 1868 en La Demajagua, entonces provincia de Oriente, hoy Granma.
Justo el día 4 de 1868 un grupo de 76 camagüeyanos se sumó a la gesta independentista en una respuesta a la convocatoria realizada en el lugar conocido como Las Clavellinas. Eduardo Agramonte Piña uno de aquellos jóvenes comprometidos con la causa escribió al respecto: “(...) El movimiento de Bayamo y Manzanillo no podía dejar de tener eco en Puerto Príncipe, y el 4 del corriente, llegados los ánimos al colmo de la exaltación, más de cien hombres, casi todos de los más ricos y principal de Puerto Príncipe, dieron el grito de libertad (...)”
Desde Las Clavellinas los revolucionarios se trasladaron al ingenio El Cercado, donde juraron la Bandera y eligieron a Jerónimo Boza Agramonte como jefe superior y se subdividieron en siete grupos que encabezaron respectivamente Manuel Boza Agramonte, Eduardo Agramonte Piña, Martín Loynaz Miranda, Ignacio Mora, José Recio, Francisco Arteaga y Manuel Agramonte.
Algunos historiadores del pasado siglo cuestionan la ausencia de Ignacio Agramonte en este momento, e incluso la del propio Marqués, por lo que se presupone que estaban inmersos en ultimar detalles de la guerra, fundamentalmente en el acopio de recursos, de ahí que El Mayor se incorpora el día 11 en el ingenio El Oriente, en las inmediaciones de Sibanicú.
Durante los días posteriores al levantamiento de Las Clavellinas, centenares de camagüeyanos, incluidos los que estaban en el campo desde el mes anterior y de distintos poblados del territorio, se incorporaron a la gesta independentista y se pusieron a disposición de la Junta Revolucionaria.
No obstante el propósito de encarar la guerra tuvo sus intentos sediciosos para pactar la deposición de las armas con los representantes el régimen colonial español; el 18 de noviembre, Napoleón Arango, por conducto del Conde de Valmaseda llamó a Las Clavellinas a los revolucionarios que consideró partícipe de sus criterios para convencerlos de que la nueva situación de España garantizaría un programa de reformas, a la vez que propiciaba con aquella reunión el desembarco por Vertientes de las fuerzas de Valmaseda compuestas por mil cien infantes, cien caballos y cien piezas de artillería, quienes pudieron realizar el recorrido hasta la ciudad de Puerto Príncipe sin inconveniente alguno.
En aquel nuevo encuentro de Las Clavellinas varios de los patriotas no sucumbieron ante la propuesta de Napoleón, incluso Ignacio Mora de la Pera lo calificó como un acto ilegal al no estar presente la legítima representación del Camagüey.
Ignacio Agramonte, quien se había incorporado a la lucha el 11 de noviembre, estimó como una necesidad imperiosa congregar nuevamente a los grupos ya dispersos para “erradicar el mal antes de que enferme y arruine la Revolución”.
A las doce de la noche del 26 de noviembre, mientras los pobladores de Las Minas duermen, en el paradero de la ciudad un numeroso grupo de patriotas y otras personas interesadas en el asunto a tratar, se congregan para escuchar sobre las propuestas del enemigo, que contaba con el respaldo de los hermanos de Napoleón, Arístides y Augusto, quienes abogaron por la sumisión a la metrópoli y aceptar el programa de Cádiz.
Recoge la historia que en medio de aquel conglomerado, Ignacio Agramonte pidió la palabra para aclarar la realidad de aquello que, a todas luces, era mal interpretado por varios de sus compatriotas, quienes pecaban de ilusos al esperar reformas de España.
Fue entonces cuando nuestro Mayor se pronunció a favor de la necesidad de la guerra, y de una vez deshacer las patrañas con las que los ricos hacendados de Caonao pretendían esconder sus propósitos de preservar a toda costa sus riquezas.
Su voz se alza oportuna, clara y precisa:
“Acaben de una vez los cabildeos, las torpes dilaciones, las demandas que humillan. Cuba no tiene más camino que conquistar su redención arrancándosela a España por la fuerza de las armas”.
En la conmemoración del Centenario de la caída en combate de Ignacio Agramonte, nuestro Comandante en Jefe, Fidel Castro, al referirse a ese momento histórico, tras repetir emocionado las mismas palabras de El Mayor antes enunciadas, expresó:
“(...) Logra hacer prevalecer sus criterios y arrastrar a sus compañeros a la lucha, y se consolida el levantamiento armado en Camagüey. Ese fue el primer servicio extraordinario prestado por Ignacio Agramonte a la lucha por la independencia (...)".
Acordada continuar la lucha armada, dos días después, se produjo el bautismo de fuego de los camagüeyanos. En el lugar conocido como Bonilla, entre Altagracia y Las Minas; 150 patriotas, carentes de conocimientos militares y mal armados tienden una emboscada a las fuerzas de Valmaseda, integrada por 800 hombres de las tres armas, que avanzaban en tren rumbo a Nuevitas.
La primera descarga cubana no le dio tiempo al enemigo para reaccionar, lo que aprovecharon los insurrectos para atacar el tren y desalojar a los españoles. La locomotora quedó inutilizada y una docena de soldados resultaron muertos y otros 50 heridos, en tanto solo dos camagüeyanos fueron heridos leves. El conde de Valmaseda tuvo que desviar su rumbo hacia San Miguel de Nuevitas, trayecto durante el cual fue hostilizado por grupos revolucionarios en los ingenios la Fe y Santa Isabel, en La Consolación y en el paso al río Arenillas. De este primer enfrentamiento quedaron valiosas experiencias que contribuyeron a conformar la solidez de los criollos
Para finales de noviembre el Camagüey se había declarado en rebeldía; estaba emprendido el camino de la independencia.