CAMAGÜEY.- Como en muchas cosas, los cubanos solemos ser de los primeros, y luego nos aletargamos. En el balompié, o “patada gallega”, como le decían los criollos a eso de caerle a chutes a un balón, fuimos el primer país del Caribe en asistir a un mundial de fútbol, allá por 1938, y desde entonces desempolvamos algunas postales de esa notable incursión que nos llevó a un insólito octavo lugar, pero que se torna una cita esquiva para reeditar de acuerdo con el contemporáneo desarrollo del más universal de los deportes.

En gran parte esa historia se la debemos a los argentinos, pues sí, porque gracias a la “perreta” de los albicelestes contra la Federación Internacional de Fútbol Asociación (FIFA), institución que los despojó de ser sede, sobraron cupos por boicot: Estados Unidos, México, Guayana Holandesa (Surinam), Costa Rica, El Salvador y Colombia se retiraron del grupo 11 y Cuba quedó “solita”. Entre 35 aspirantes (en 12 grupos, nueve europeos) clasificaron 14 equipos, entre ellos el primero de Asia, Indias Occidentales Holandesas (Indonesia).

Todavía a principios del siglo XX el fútbol no tenía tanta popularidad en nuestro país, era profesional, pero casi potestad de los españoles y sus descendientes en La Habana, amén de modestos núcleos de juego en otros lugares del país. Por ello cuando se anunció una cita olímpica de fútbol (así se le decía entonces a la Copa Jules Rimet) la prensa capitalina lanzó campanas al vuelo y se realizó una selección entre los mejores hombres de los clubes Juventud Asturiana, Centro Gallego, Fortuna e Iberia. Aquí figuraron Benito Carvajales, Juan José Ayra, Jacinto Barquín, Manuel Chorrens “Velero” (capitán), Joaquín Arias “Bolero”, José Antonio Rodríguez “Bolillo”, Manuel Bergés, José Magriñá, Mario Sosa, Tomás Fernández, Pedro “Pedrito” Ferrer, Héctor Socorro, Juan Tuñas, Juan Alberto Alonso, Manuel Villaverde y Arturo Garcerán, dirigidos por el gallego José “Pepe” Tapia, un extranjero que mucho nos enseñó.

De más está decir la pulcritud racial del deporte de entonces, con solamente lunares representativos en el béisbol profesional y el boxeo.

Otro nombre insoslayable es el del doctor Abella, el de la manutención y cuidado, costeando el viaje a Nueva York y de allí la travesía interoceánica en el buque Reina Isabel hasta Le Havre, en ferrocarril a Paris y luego otro tren a Toulouse.

El nieto de Rimet, presidente de la FIFA, sacó las boletas y nos tocó contra Rumania.

Cuba vistió camiseta blanca de cuello rojo, con cierre de cordones, escarapela ojival en el pecho, pantalón y medias azul intenso.

Juan “El Romperredes” Tuñas fue el último sobreviviente del Mundial de 1938. En México fue notable delantero del club España.Juan “El Romperredes” Tuñas fue el último sobreviviente del Mundial de 1938. En México fue notable delantero del club España.El 5 de junio en el Stade Chapou, de Toulouse, debutaron ante 7 000 almas. Los videos disponibles hoy en día muestran cómo los cubanos asombraron a todos con su empuje y rápido desempeño, goles de Socorro, Magriñá y Tuñas que dejaron el marcador 3-3 en tiempo agregado. Fueron tan espectaculares las atajadas del pequeño Carvajales que Ricardo “El Divino” Zamora (el meta del Real Madrid) fue a estrecharle la mano y le dijo “¡No sabía que era usted tan grande!”, vaya elogio, sin contar que contrataron a Benito como narrador para la radio francesa. El próximo encuentro lo portereó Ayra.

Cuatro días después fue el desempate, pues entonces no usaban la tanda de penales. ¡Había que jugar otro partido! Otra batalla, remontada 2-1 con goles de Tuñas y Sosa.

Al eliminar a los rumanos ya pasaban a la ronda de ocho, donde les esperaba bien descansada la fuerte Suecia, sin acción, porque Austria desapareció como país con su anexión nazi a Alemania.

Sin tanto desgaste físico, que antes no se entrenaba como ahora, favorecidos por un enorme lodazal típico de los inviernos nórdicos, los suecos vapulearon a Cuba 8-0 en el estadio Fort Carreé, Antibes. El delantero Erns Wetterstroem anotó un póker, cuatro, y es que los nuestros no podían mover raso en las condiciones del terreno, mientras los gigantes vikingos hicieron cuanto quisieron con el juego aéreo. Ya entonces la pelota no llevaba tiento, y dentro se componía de una cámara de caucho con válvula (invención argentina), lo cual la hacía más ligera para que se pudiera cabecear.

Así fue de fugaz y épica fue nuestra experiencia, a la cual invocamos cada cuatro años.