CAMAGÜEY.- Hace menos de una semana los Miuras camagüeyanos se convirtieron en subcampeones del fútbol de primera categoría en Cuba. No se trata de un éxito más. En su retorno a la élite, los dirigidos por el DT Ernesto Villegas no solo debieron superar los rivales que les deparaba el calendario de competencia, sino también a sus propios “demonios”, los mismos que habían venido acechándolos luego de la pobre actuación del campeonato anterior.

Su historia reciente era una sucesión inexplicable de contradicciones, que iban desde el notable desempeño con que habían conquistado la corona del Torneo Centenario a la virtual zona descenso en que terminaran un año más tarde.

Fueron los cambios en el organigrama de la temporada 102 --ahora nombrada como Liga Nacional de Fútbol-- los que evitaron a los Miuras el incómodo trance de verse disputando alguno de los pases a la instancia élite. La “buena suerte” -sin embargo- tuvo su precio.

Para llegar a la ronda hexagonal, todas las selecciones debieron cumplir uno de los segmentos competitivos más exigentes que puedan encontrarse en el fútbol contemporáneo. Con partidos en días alternos y bajo las altas temperaturas que este año se llevaron por delante nuestras ficciones invernales y de primavera, no tardaron aflorar los problemas musculares y las lesiones, y como era de esperar, el descenso en la calidad de la competencia.

Aun así, los camagüeyanos supieron echar mano a lo mejor de su tradición y --aunque in extremis-- hacerse con un puesto en la clasificación regional.

DEL COMIENZO “MÁS DIFÍCIL” AL ASEDIO DE LOS LÍDERES

“Si ‘sobreviven’, cualquier cosa puede suceder”. Así aseguraba el comentario con el que, el 29 de abril pasado, esta página daba cuenta del inicio de la ronda hexagonal de la Liga. Eran diez juegos que para los camagüeyanos principiaban enfrentando a los tres equipos con mejores posibilidades de agenciarse el campeonato. Para más inquietud de sus parciales, las dos primeras salidas lugareñas tendrían lugar en escenarios tan poco acogedores como el “Camilo Cienfuegos” zulueteño y el “Antonio Maceo”, de la Ciudad Héroe.

Por solo citar un hecho, los santiagueros habían cerrado invictos su paso por la clasificatoria oriental, con nueve victorias y tres empates, compilando 20 goles a su favor y solo 1 en contra. Pero los Miuras los obligaron a “jugar” fútbol en sus dos cotejos particulares, haciendo a más de uno afirmar que “si había alguien que podía destronar a los santiagueros, esos serían los camagüeyanos”. Si bien es cierto que el empate de la primera vuelta no pudo repetirse un mes más tarde en Vertientes, la sensación que dejaban ambos conjuntos era la de que entre ellos y el resto de los convocados existía una diferencia a no despreciar.

La muestra más evidente se produjo en los enfrentamientos con los Tiburones de Ciego de Ávila, selección que durante la parada regional disputada en Nuevitas se había convertido en su némesis. El desquite, en par de ocasiones y sin goles de los de la Trocha, a la postre resultaría decisivo en la definición del orden de los medallistas, y pondría en claro que más allá de Sander Fernández, en el “Sergio Alonso Grandal” los agramontinos no tenían mucho que temer.

Sus argumentos también impusieron respeto a la formación de Villa Clara, que aunque no venía de cumplimentar la mejor de sus clasificatorias, sí tenía en sus botines suficiente “pólvora” como para poner en evidencia a cualquiera de los equipos en lidia. La igualada ante ellos, en la fecha inaugural, puede considerarse uno de los momentos decisivos del campeonato, si de los Miuras hablamos.

No fue hasta la penúltima jornada que los Diablos Rojos pudieron celebrar la conquista de su primera copa en 68 años, e hizo falta una fecha más para que los lugareños aseguraran el metal plateado, claro símbolo de su pertenencia a lo más selecto de la Isla. Por si alguien dudara de sus méritos, baste su liderato en el balance de goles, que redondearon con saldo de +14 (22 a favor y 8 en contra, durante el segmento de los seis mejores).

Camagüey fue –del comienzo al cierre de la Liga-- un equipo en mayúsculas; solo el excepcional desempeño de Santiago de Cuba podía cerrarle el camino a la cima.

DESPEDIDA LAMENTABLE

El último partido escenificado en Minas quedará por mucho tiempo en la memoria local. Por desgracia, no será debido a que en él los Miuras aseguraron el subtítulo de la Liga; tampoco por haber sido la ocasión en que el nuevitero Armando Coroneaux arribó al impresionante registro de cien goles en nuestros clásicos balompédicos. El motivo que ha hecho trascender esa tarde es el peor de todos: la indisciplina.

Varios videos, con parte de la historia, circulan entre la afición. Los sucesos pueden resumirse en la agresión de varios jugadores tuneros contra el árbitro principal del encuentro, el santiaguero Marcos Brea. La trifulca se saldó con la expulsión de cuatro integrantes de la formación oriental, incluido su capitán, Maikel Celada.

De acuerdo con el periodista Raynol Paz Carmenate los hechos son el capítulo más reciente de una historia que se remonta al 2015, cuando el propio Brea mandó a las duchas a cinco tuneros y abrió las puertas a “la mayor goleada de los últimos años en torneos domésticos (12-0, ante Villa Clara)”. De entonces a la fecha los mismos actores protagonizaron otros desencuentros, con abundantes amonestaciones, más de un intercambio de palabras y la temeraria tolerancia de la Comisión Nacional.

Ya en esta edición de la Liga, Brea condujo las riendas del choque en el que los del Balcón del Oriente cayeron ante Cienfuegos, “y una vez más su caliente tarjeta roja los dejó sin marcadores centrales”. El mismo oficial fue designado para “pitarle a Las Tunas en la novena (victoria 0-1 sobre Villa Clara) y décima jornadas, en un acto de insensatez total a sabiendas de dichos antecedentes”, detalla Paz Carmenate.

Así se llegó al partido del sábado anterior en Minas. Los culpables están claros. Por una parte, el cuadro tunero (nada justifica la agresión colectiva); por el otro, el propio Brea (quien no supo o no quiso cumplir la responsabilidad para la que había sido designado); y, por el último, la Comisión Nacional de Fútbol (que permitió que su principal torneo se convirtiera en un espectáculo deprimente y completamente alejado de los principios que deben regir el olimpismo).

¿Se tomarán medidas para que no vuelvan a ocurrir hechos así? Tal vez; pero no dejará de ser preocupante la frecuencia con que suceden indisciplinas tan graves en nuestros eventos atléticos. Pareciera que el deporte cubano ha perdido el rumbo, al menos en este asunto.