CAMAGÜEY.- En la pelota cubana se sale al campo con lo que se tiene, nada más. Tal vez esa sea la principal premisa de un campeonato nacional como el nuestro, en el que –al menos en teoría– cada territorio debe armar sus selecciones con talentos propios.

Sin grandes traspasos ni compras de jugadores, los refuerzos vinieron a ser ese “condimento” adicional que algunos reclamaban para suplir en parte las carencias de la Serie Nacional y atemperar desigualdades que de otra forma hubieran dado amplio favoritismo a uno o dos equipos, casi desde el comienzo de las acciones.

Dicho eso no está de más apuntar lo obvio: todos reforzados, todos igualados. El razonamiento puede parecer radical, pero en líneas generales funciona para la coyuntura a la que se enfrenta la formación tricolor. Con par de nuevos lanzadores y tres hombres para incrementar su línea de fuego, es justo que sus seguidores demanden de los Toros victorias. Simplemente victorias.

Pero los dirigidos por Orlando González han comenzado con paso incierto la ronda de seis. Así ha sido, en primer lugar, debido a la lógica tensión de encontrarse en un segmento que hasta ahora habían visto como inalcanzable; “aprender a ganar, meterse en la cabeza que se puede, es lo más difícil”, ha dicho Luis Ulacia. Quien lo dude, solo tiene que echar mano a la historia de Ciego de Ávila y sus tantas campañas de agonía antes de convertirse en la potencia que es hoy.

Camagüey no tiene por qué sentirse inferior, pero en ocasiones se muestra como tal. Sus abundantes y costosos errores de las primeras jornadas, su retahíla de hombres dejados en circulación y las constantes incertidumbres del pitcheo han sido los síntomas más visibles de la inestabilidad que se hace evidente en repetidas ocasiones durante un mismo partido.

Con corredores que se lanzan al robo suicida o tratan de alargar el aliento de una conexión sin tener en cuenta nada más, o serpentineros que se empecinan en lanzar al medio incluso estando por encima de los bateadores no resulta fácil seguir sumando rayas en el casillero de victorias. Tampoco lo es si se desaprovechan los tres primeros innings –el momento decisivo de los Toros– en el empeño de abrir por delante el marcador.

La pelota no es una ciencia exacta pero se le parece. Así, cualquier hijo de vecino tiene la capacidad de augurar que la impulsión de carreras continuará en el listado de pendientes para la franquicia de las ocho letras, o que sobre la lomita el villano de hoy puede mañana trocarse en héroe con pasmosa facilidad. Hasta cierto punto es lógico.

Lo que sí no cabe entre los renglones de la “lógica” es la conformidad. Si bien lo conseguido hasta ahora motiva al reconocimiento, pensar que Camagüey ha cumplido está lejos de hacerles justicia. Los Toros pueden y deben embestir aun más, teniendo claro que un asiento entre los cuatro primeros es perfectamente alcanzable.

Se deben ese sueño a sí mismos y a los más de 5 000 camagüeyanos que –como promedio de cada juego– se han dado cita en el “Cándido” para apoyarlos durante la presente fase. Por todos, vale el bendito empecinamiento de seguir inconformes.