CAMAGÜEY .- En septiembre próximo este redactor cumplirá cinco años escribiendo para la página de deportes del periódico Adelante. Y en todo ese tiempo --puede asegurarlo con absoluta seguridad-- nunca había tenido la oportunidad de hablar de un partido de béisbol tan bien jugado por Camagüey.

La afirmación no solo se debe al hecho de que los Toros sellaran con victoria por nocao su debut de la presente Serie Nacional de Béisbol; ese detalle, aunque significativo, no puede considerarse como esencial. La base de la certeza que encabeza estas líneas es otra; la de que: ayer los tricolores salieron al campo del estadio Cándido González con una filosofía que hacía mucho tiempo no se les veía abrazar. Resumirla no resulta tan difícil. Basta con tres palabras: sí se puede.

Llevado al campo de las estadísticas su convicción se tradujo diez carreras y 19 hits, que sin errores a la defensa y junto a una notable actuación del derecho Yariel Rodríguez (quien caminó los siete capítulos sin permitir más que cinco imparables), se conjugaron para dejar al campo a la selección de Las Tunas.

Antes de entrar en más detalles conviene recordar que la del Balcón del Oriente fue el año pasado una de las selecciones con mejor repunte respecto a sus actuaciones precedentes, y que en su nómina sientan plaza hombres de tanto calibre como Andrés Quiala, Danel Castro y los hermanos Alarcón. Para completar, en la tarde de apertura confiaban la lomita a un hombre tan experimentado como Yoalkis Cruz, a todas luces su principal carta entre los serpentineros.

Por otro lado, Camagüey se perfilaba como una inquietante incógnita, de su cambio de dirección al retorno de figuras que no habían vestido la franela en el último calendario y otras que deberían asumir responsabilidades para las que podían estar o no completamente preparadas (por ejemplo, Ayala y el receptor Yendri Téllez).

Sin embargo, su desempeño fue concluyente y el marcador reflejó con fidelidad lo ocurrido sobre el campo.

En lo personal, si tuviera que apuntar el momento definitorio del partido, acotaría dos; separados por pocos minutos, pero que a la postre se conjugaron para poner decoración final al encuentro. El primero aconteció en el inning de apertura, cuando tras el boleto de Yariel Rodríguez a Andrés Quiala, Danel Castro estuvo a punto de abrir la cuenta de anotadas con una fuerte línea a la pradera central. ¿Qué hubiera pasado de llegar a convertirse en hit y con Yosvany Alarcón en el círculo de espera? Nadie lo sabe ni lo sabrá; por suerte, Leonel Moas hijo se lanzó a la grama y capturó esa pelota “imposible”.

El otro punto remarcable en los comienzos de la tarde se produjo en el cierre de esa misma entrada. Humberto Bravo anclaba en la inicial por boleto, Leonel Segura ya se había marchado por la vía de un fly corto a los jardines y Héctor Hernández empuñaba el madero con dos strikes y una bola en su cuenta. Fue entonces que el equipo Camagüey realizó su única jugada “inexplicable” de la fecha: Bravo se lanzó a un robo suicida de la segunda base y la entrada quedaba a punto de mate, entrando la tanda gruesa de la alineación.

No sé usted, pero yo he presenciado innumerables repeticiones de esa película, por lo regular con un final bastante predecible. En él, Camagüey ponía a numerosos hombres en circulación y con la misma prodigalidad los dejaba a unos cuantos pies del home, para cimentar nuevas derrotas que los reafirmaban en su condición de ocupantes de la parte baja de la tabla.

Pero esta vez no fue así. El Camagüey de esta tarde de domingo no solo se rehizo y anotó una carrera en la misma primera entrada (gracias a línea de Hernández e imparable impulsor de Ayala); en los capítulos siguientes se las ingenió para ir eslabonando un rosario de anotaciones (dos en cada inning, del segundo al cuarto, y tres en el quinto) y mantener una defensa impecable, que respaldó sin fisuras la destacada labor de Yariel Rodríguez.

Para pintar en tonos más “personales” lo ocurrido ayer en el parque de la Avenida 26 de Julio basta con traer al ruedo el nombre de Alexander Ayala. En lo particular, no me cuento entre sus más fervientes defensores. Demasiadas veces lo he visto desaprovechar sus tremendas cualidades en todos los apartados de juego y salir al terreno bajo el signo de la apatía, sin aportar todo lo que debiera (y pudiera) a la causa tricolor.

Ese fue el Ayala de otras temporadas, no el de ayer. El de ayer defendió con maestría el campo corto, con tanta seguridad como si no implicara ningún esfuerzo y solo se preparara para su meta previsible de marzo venidero. Pero esa fue únicamente una cara de la moneda. La otra la labró en el cajón de bateo, merced de cuatro imparable (un jonrón incluido) y cinco remolcadas.

Intratable para el pitcheo, sin entender de límites a la hora defender la línea central de la medialuna y saliendo al terreno como una exhalación cada vez que terminaban los intermedios. Ese fue el Ayala de la primera jornada de Camagüey en esta temporada 56, el mismo que pudiera conducir al equipo por la ruta que tantos aficionados añoran, el que se debe (nos debe) vestir en pleno derecho la franela del Cuba.