CAMAGÜEY.- Por obra y gracia de la Comisión Nacional de Béisbol, el 19 de septiembre pasado Cuba sumó un nuevo episodio a su larga historia de sucesos singulares que han tenido por escenario nuestros diamantes.

Ocurrió en el “Sandino” villaclareño, con el pitcher industrialista David Mena ocupando el rol protagónico. Esa tarde, sus cinco entradas completas sin permitir imparables ni anotaciones le bastaron para incluirse en el selecto grupo de los cubanos que han podido lanzar un juego de no hit-no run.

Para los que no recuerden el hecho vale apuntar que Mena completó su faena tras enfrentar a catorce bateadores, y repartir dos ponches y cuatro bases por bola (una de ellas, intencional). Fue entonces cuando la lluvia hizo acto de presencia y puso números definitivos en el boxscore.

Fue una decisión justa atendiendo al Reglamento. A pocos días de la hazaña, Carlos del Pino, estadístico de la Dirección Nacional de la Serie, confirmó al diario Granma que el partido de marras se consideraba oficial porque el conjunto anfitrión ya había consumido cinco innings al bate. “Esta no es la única regla que permite el cierre de encuentros antes del noveno capítulo en Cuba, pues también existen los nocaos y los supernocaos, variantes que no se utilizan en los principales circuitos profesionales (Estados Unidos y Japón), pero que sí son reconocidos por la Confederación Mundial de Béisbol y Softbol”, agregaba.

Sin embargo, y aun a riesgo de pecar en el extremismo, a este redactor le sigue pareciendo que falta “algo”. Récord sin haber caminado las nueve entradas, o al menos siete u ocho, siempre parecerá incompleto.

DE CARA A LOS ELEMENTOS

Agosto nunca fue mes de pelota en Cuba. Tampoco septiembre u octubre. La razón la sabía hasta el más “cerrero” de los guajiros, que por experiencia propia entendía que contra el clima no se puede aspirar a la victoria. Por eso, la conjugación de calores extremos y aguaceros inevitables aconsejaban (imponían) guardar guantes y bates hasta el comienzo de la “seca”.

Así fue desde siempre. Incluso aquel polémico juego del Palmar de Junco –tan llevado y traído en su pretendida condición de primer encuentro oficial de pelota en Cuba-- transcurrió en diciembre. Tampoco la Liga Profesional Cubana, el principal evento del deporte hasta 1961, se atrevió a salirse del “guión”. Desde su creación en 1878 su calendario transcurrió a partir de diciembre, “aproximadamente por tres meses y (terminando) siempre antes del inicio de la temporada de Grandes Ligas”, comenta en su blog el periodista Miguel Ernesto Gómez Masjuán.

El clima y la compatibilidad con el organigrama de juegos de la Gran Carpa eran razones que venían acompañadas de otra que que por entonces resultaba esencial: jugar durante nuestro “invierno” implicaba también hacerlo en medio de la zafra, cuando buena parte de la población podía contar con algún dinero para acudir a los estadios. Y conste que en aquella época la influencia del azúcar alcanzaba desde La Habana hasta el más escondido batey.

El día en que “alguien” decidió ir contra la lógica emprendimos nuestro camino hasta el punto en que nos encontramos hoy, en el que solo cuatro equipos (entre ellos, Camagüey) no acumulan juegos pendientes en sus hojas de anotación. Del resto, sobresalen casos como los de Las Tunas (tres fechas por definir) o Pinar del Río (cuatro atrasados), aunque el asunto implica a prácticamente todas las selecciones con posibilidades de sentar plaza en la segunda fase.

Principiando la etapa clasificatoria el mánager Carlos Martí se quejaba por el calor y los “aguaceros intensos”, que no dejaban “entrenar como corresponde”, sin olvidar que agosto “es uno de los meses de vacaciones y los atletas quisieran departir un poco más con su familia”. A su juicio, “cambiar el calendario para asistir a la Serie del Caribe genera más problemas que beneficios”.

La sucesión interminable de partidos suspendidos o sellados a causa de la lluvia –no olvidar, además, el paso del huracán Irma-- ha venido acompañada por el descenso en la calidad del espectáculo, entre otras razones por el desgaste físico de los peloteros, y la inevitable programación de los choques en horarios diurnos.

El discreto promedio de asistencia de las últimas subseries (alrededor de 1 500 espectadores por juego) puede considerarse en cierta forma una muestra más de lo desacertada que ha sido la decisión de trasladar de fecha nuestro principal espectáculo deportivo.

Mas la decisión persiste, aun a costa del béisbol.